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Baltasar Montaño | Periodista y viajero

“Vivir sin móvil es sanador”

El periodista y viajero Baltasar Montaño.

El periodista y viajero Baltasar Montaño.

Baltasar Montaño comenzó a viajar cuando empezó a ganar dinero suficiente para hacerlo, en la veintena. Cuando cumplió 33 o 34 años empezó a pensar a viajar sin billete de vuelta. Con 38, en un año sabático, decidió ponerse manos a la obra, ideó un modelo económico y abandonó una carrera de éxito en el periodismo económico –pasó por El Mundo y Vozpópuli– para recorrer el mundo. Las reflexiones de este aventurero se pueden leer en Sin billete de Vuelta (Círculo de Tiza), aunque con su energía no es descartable que haya más entregas.

–¿Cómo fue el proceso para dejar de trabajar y dedicarte a viajar sin billete de vuelta?

–Después de un despido por acogerme a un ERE voluntario, me tomé un año sabático y me fui a Australia y Nueva Zelanda con la idea de que me iba a costar volver. A los ocho meses, cuando confirmo mi vuelta a España y voy en el avión, me di cuenta de que esa era la vida que quería. Con tres años de antelación le dije al director de Vozpópuli que no pensaba esperar a los 67 años para retirarme. Me dijo que estaba loco y que me dejase de tonterías, pero si no lo hacía entonces, no lo hacía nunca.

–¿Esto puede hacerlo cualquiera?

–Es una cosa muy complicada. No voy recomendando que la gente deje de trabajar. Te tiene que gustar dedicar tu vida a viajar y conocer nuevas culturas. Y hay que tener una vida libre de cargos, no tener nada ni a nadie que te pida pan. Decidí no tener hijos de forma voluntaria y estar exento de casi todas las responsabilidades. Yo tengo una responsabilidad hacía mis padres y hacia mi país, pago mis impuestos. Y llevo las cosas más o menos ordenadas. Viajo como un pequeño burgués, no soy un mochilero viajando por ahí. Yo lo he podido montar con muchos años de antelación y creando una estructura económica sencilla. Viajar siempre sin tener que volver es imposible sin una fuente alternativa de ingresos que sustituya al salario. Yo no tengo herencia ni ningún respaldo más allá de lo que gano con mi trabajo. No tengo fondos de inversión ni criptomonedas, sino una buena vivienda en alquiler, ahorros potentes y vivo con 1.500 euros al mes.

–¿Con ese dinero se puede ir a todos sitios?

–No se puede ir por la Patagonia o el Sudeste Asiático con 300 dólares al mes. Y si vas a Canadá y Alaska, como pretendo, hay que tirar de ahorros porque son lugares más caros y esos 1.500 euros al mes no son suficientes.

–Aseguras que sólo llevas 12 kilos en la mochila.¿Qué es lo imprescindible?

–Para mí, es un iPad y un teclado, ocho o diez mudas, dos pares de zapatos, ropa de verano y algo de abrigo y un margen de posibilidad de compra. Hay lavanderías y costureras por todo el planeta y si algo se te rompe, te lo pueden coser, como hacían nuestras abuelas. Hay que ir en autobús y no alquilar coches y coger aviones constantemente. En definitiva, viajar con un presupuesto ajustado, disfrutando, sin excesos pero sin estrecheces.

–Sus viajes tiene mucha preparación, pero también un componente de exploración y dejar cosas al azar.

–Casi todo forma parte del azar. Hay que tener un componente aventurero. Yo quise dejar de trabajar joven para disponer de energía y poder pasar frío y calor sin llorar por ello. Si tienes que ir tres meses y medio en la hamaca de un carguero para navegar el Amazonas y te duele la espalda, pues te tomas una pastilla.

–¿Todavía quedan sitios por explorar?

–Ya está todo explorado. Yo exploro a la gente diferente, de países pobres y no tan pobres que tienen unos criterios de consumo lejanos a los occidentales. Me gusta quedar con un laosiano y que me diga que trabaja lo justo para alimentar a sus hijos y que le gusta echarse la siesta todas la tardes. Yo no compro un vuelo un mes antes, me voy dejando llevar por la gente.

–¿Y cuál es el lado oscuro de todo esto?

–He tenido rupturas muy dramáticas. He pasado mucho miedo cuando el Ejército de Myanmar me pilló haciendo fotos en una plantación de opio. Era legal, para las farmacéuticas, pero hay parte de ese opio que se pierde por los desfiladeros de la ilegalidad y la corrupción. En la selva he pasado mucha incomodidad y he tenido que esperar ocho horas en una carretera en Vietnam porque la moto se me estropeó y no tengo teléfono para llamar a nadie.

–¿Va sin teléfono?

–No compro tarjeta SIM porque si tengo acceso a datos móviles mientras viajo, voy a ir compartiendo cosas en redes sociales. Al no tener datos, no tengo ninguna tentación. Me conecto al wifi por las noches y por las mañanas para preparar el viaje y escribir, pero nada más. Es sanador acostumbrarte a vivir sin el móvil, como hace veinte años.

–¿Siempre viaja solo?

–Sí, pero en el viaje coincides tres o cuatro días con gente. En los albergues se entablan conversaciones y es fácil hacer nuevos amigos. Compartes excursiones, alquiler de coches.

–¿Podría viajar solo si fueras una mujer?

–Depende del país. He conocido a muchas chicas que viajan solas, pero suelen ser jóvenes. No te encuentras a muchas mujeres de 50 años, como yo. Tienen más tendencia a unirse a otras mujeres para continuar el viaje. Eso sí, hay cosas que las mujeres viajando solas no podrían hacer con el atrevimiento que lo hago yo ahora. No es lo mismo viajar sola por algunos estados de México que por el Sudeste Asiático.

–¿Qué opinión tiene del turismo más clásico?

–Durante muchos años lo practiqué. Se puede viajar un mes al año con flexibilidad y no en un paquete cerrado, aunque este modelo tiene que existir para la gente miedosa. El turismo siempre va a ser necesario para que la gente se oxigene, pero las administraciones deben suavizar los efectos del turismo masivo.

–¿Será como las folclóricas, que morían sobre el escenario?

–Voy a seguir así. Es mi vida. Le voy a hincar el diente ahora a África y de ahí voy a salir hecho otra persona.

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