Theodor Kallifatides: “Sólo España se resiste en Europa a ser una colonia de EEUU”
Entrevista
El escritor griego pasó esta semana por Sevilla y Málaga, invitado por la Fundación Tres Culturas y el Centro Andaluz de las Letras, para presentar su libro ‘Un nuevo país al otro lado de mi ventana’ (Galaxia Gutenberg)
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En cada nueva visita a España, el escritor Theodor Kallifatides, nacido en Grecia en 1938 y residente en Suecia desde 1964, exhibe una mejora notable de su dominio de la lengua española. Así lo demostró esta semana en Sevilla y Málaga, a donde acudió, invitado por la Fundación Tres Culturas y el Centro Andaluz de las Letras, para presentar su último libro publicado en castellano, Un nuevo país al otro lado de mi ventana, puesto en circulación por Galaxia Gutenberg con la traducción del griego a cargo de Selma Ancira. Semejante idilio hace honor a la evidencia: desde que la misma editorial comenzó a divulgar su obra en España, el mismo país ha convertido a Kallifatides en uno de sus más avezados héroes literarios, circunstancia que, como él mismo admite, no se ha dado por igual en toda Europa: “Por lo general, en otros países prestan demasiada atención a mis historias, al desarrollo de las tramas y los personajes, sin preocuparse demasiado por lo que quiero decir. Sólo en España me preguntan por mis ideas, y eso es lo importante. ¿Qué relevancia tienen mis historias? Muy poca. Lo trascendente es la intención con la que las escribo”. Admite Kallifatides, quien hizo del sueco su lengua literaria poco después de instalarse en el país nórdico, y que sólo en los últimos años ha vuelto a escribir en griego para dar forma a sus textos autobiográficos, que comenzó a aprender español a tenor de este éxito, ya con los ochenta años bien cumplidos, por su cuenta: “Hasta entonces apenas conocía el idioma, la verdad. Así que me puse a ello, con las obras de Lorca en una mano y la gramática española en la otra. Gramática que, por cierto, es terrible”. Eso sí, cita Kallifatides a Federico como una referencia fundamental en su obra “desde que siendo muy joven vi en Suecia una función de Bodas de sangre, en sueco. Fue una circunstancia un tanto triste, porque había invitado a una chica que no se presentó. Pero la misma taquillera del teatro, al verme allí derrumbado, insistió en que debía entrar a ver la obra. Le hice caso y aquella experiencia cambió mi vida para siempre”. La otra gran referencia española para Kallifatides es, claro, Miguel de Cervantes, “el único escritor que de verdad ha escrito para todos, para cada uno, sin distinciones”.
Pero los elogios del escritor hacia España no se acaban en su literatura, sino que adoptan dimensiones geoestratégicas: “España es el único país de Europa que se ha resistido a convertirse en una colonia de EEUU”, afirma sin titubear. “En Suecia vemos cómo se adopta cada vez con menos escrúpulos un modelo neoliberal absoluto. Por ejemplo, en lo que se refiere a las jornadas laborales. Las empresas contratan a los trabajadores ya no por meses, ni por semanas, sino por días, en función de las horas en las que necesiten más o menos personal. Así es imposible que un trabajador pueda sacar a su familia adelante. Veo que España se mantiene aún al margen de la deriva de Europa en muchos sentidos, y por eso me gusta cada vez más venir aquí. No es razonable pensar que podemos vivir en una sociedad sin justicia social. Pero, si te asomas al resto de Europa, vamos exactamente en esa dirección”. Aprovecha así Kallifatides para entrar de lleno en una de las cuestiones más urgentes de la actualidad, a la que vuelve siempre que tiene a los medios de su parte: la guerra de Ucrania, en la que no escatima en críticas para todos los bandos implicados: “Es desolador comprobar cómo Rusia y China por un lado y la OTAN por otro sólo parecen tener un único empeño, que es prolongar la guerra a toda costa. No estoy a favor de Putin, tampoco en contra de Ucrania. Mi única certeza es que la guerra nunca es la solución. A lo único que aspira la guerra es a perseverar, a crear nuevos problemas para justificar su existencia. Pero ya nadie habla de paz. Es horrible, no se oye hablar de paz en ninguna parte. El último que reivindicó la paz en Europa fue Bertrand Russell. Desde entonces, nadie quiere oír hablar de ella”.
En Un nuevo país al otro lado de mi ventana, Kallifatides entra de lleno en su condición de inmigrante, o más bien de un exiliado que, después de la ocupación nazi y una Guerra Civil de crueldad extrema, fue incapaz de encontrar un solo motivo para seguir viviendo en la Grecia a la que vino al mundo. El autor indaga así en la figura de los refugiados, de quienes ponen todo su empeño en echar raíces en otra parte cuando este empeño es justo el que se vuelve en su contra: “Lo que no tuve en cuenta fue que la cruzada para dejar de ser extranjero me hizo más extranjero todavía. Ese es el peligro que se corre en todas las cruzadas. Te conviertes en lo que combates”, escribe en su libro sobre sus primeros años en la Suecia en la que tuvo a sus hijos y nietos. En su libro hay otros refugiados, como su propio padre, así como una honda reflexión sobre el tiempo y el modo en que la literatura llegó a convertirse en su patria estable. Un norte que, como le gusta recordar a Kallifatides, se le reveló bien pronto, el día en que decidió ser escritor, aún en su infancia: “En el pueblo donde me crie, como en todos los pueblos, teníamos a nuestro loco, nuestro tonto, lo que conocemos como el tonto del pueblo. Era un hombre que se burlaba de todo el mundo y al que nadie tomaba en serio. Un día, durante la ocupación alemana, el tonto se burló de los soldados nazis y los alemanes se enfadaron. Decidieron ajusticiar a este hombre y advirtieron de que todos los vecinos del pueblo, incluidos los niños, debían estar presentes. Mi padre estaba en la cárcel y mis hermanos habían huido, así que fui a la ejecución de la mano de mi madre. Los nazis trajeron al hombre, le preguntaron si quería que le vendaran los ojos y aquel tonto les respondió que no. Abrió sus ojos como platos y nos miró a todos los que estábamos allí. Le dispararon. No podía caer hacia atrás porque tenía a su espalda el muro de la iglesia, así que cayó hacia adelante. Y, mientras caía, aún con los ojos abiertos, pude ver cómo me miraba. Parecía que miraba sólo a mí en aquel instante. Volví a casa, sin soltar la mano de mi madre, y en lugar de irme a jugar me senté en el escritorio de mi padre y escribí mi primera historia. Cuando mi padre volvió, se la entregué y él guardó siempre aquel papel en el bolsillo de cada chaqueta que vistió”. Muchos años después, cuando su madre murió, Kallifatides se sintió incapaz de seguir escribiendo: “Comprendí entonces que siempre había necesitado la mano de mi madre para escribir. Sin ella, no podía unir dos palabras. De hecho, pasé dos años sin escribir. Hasta que, en encuentro con los lectores en el que conté esto mismo, una lectora se me acercó y me dijo que seguramente a mi madre le gustaría que yo siguiera escribiendo. Aquella misma noche tomé papel y lápiz y volví a escribir”.
Sostiene Theodor Kallifatides que sólo desde una educación forjada en las humanidades y en los valores clásicos “se puede entender bien lo que es un inmigrante y un refugiado. Por eso es tan nefasto que la educación sólo se rija hoy por fundamentos técnicos”. Preguntado sobre el futuro, sin embargo, el escritor esboza media sonrisa: “Cuando tienes nietos, sólo puedes ser optimista”.
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