"Si un país quiere ser patria, tendrá que ser justo con sus perdedores"
Aroa Moreno Durán. Escritora
La autora de 'La bajamar' reedita 'La hija del comunista', el libro con el que se dio a conocer y una obra que "sigue encontrando lectores que quieren a sus personajes"
En 2017, estando al frente de la editorial Caballo de Troya la escritora andaluza Lara Moreno, llegó a las librerías La hija del comunista, de la novelista debutante Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981). Seis años después de su publicación, tras varias ediciones y un amplísimo recorrido internacional –ya cuenta con siete traducciones–, regresa a las estanterías esta obra considerada ya como una referencia literaria de los últimos años, de la mano de Random House.
–¿Cómo ha convivido con la novela durante estos años? ¿Es la misma versión que la edición inicial, en Caballo de Troya, o ha cambiado en algo?
–Ha sido un viaje precioso, que me ha llevado a muchos lugares y me ha cruzado con gente que se ha quedado conmigo. Para mí, el éxito de esa pequeña novela está en que sigue encontrando lectores que la buscan en las librerías, que quieren a sus personajes en su complejidad y, personalmente, en que yo he podido seguir escribiendo y publicando. Es la misma novela, con correcciones y con una nota final donde reviso su recorrido. Y tiene esa cubierta nueva, algo menos política, es cierto, pero que apela a lo que significa crecer junto al muro de Berlín y, tal vez, ser feliz.
–¿Cómo le llegó la idea de escribir esta historia, siempre tuvo claro que se trataría de una novela?
–La historia se levantó delante de mí y no pude no escribirla. Es verdad que eso pasa. Yo había visitado Berlín y pensé que era un lugar literario impresionante. Pero desde qué voz podía contarlo yo. Un tiempo después, el poeta Marcos Ana me habló del exilio en la Alemania del Este, un país al que el PCE le había llevado cuando sale de la cárcel en 1961 y cruza clandestinamente la frontera. Recuerdo perfectamente que, aquella tarde, llegué a mi casa y busqué qué se había escrito sobre esa gente. Me di cuenta del hallazgo: estaba Berlín, estaba la atmósfera del Este y estaba el exilio. Siempre supe que sería una novela, que sería íntima y política, y ese mismo día la arranqué. Tuve que parar, había que reconstruir un país que ya no existía y poner a unos personajes a caminar.
–La hija del comunista es una historia sobre el exilio, pero también de encuentros.
–En toda huida, hay encuentros inesperados. Los exiliados hacen siempre comunidad en sus afueras. Además, Katia, la protagonista, se encuentra a Johannes, que es de la otra Alemania, en una librería de la Karl-Marx-Allee, y sus universos colisionan. Y vuelven a colisionar después sus pedazos. En esta novela pesan mucho las ausencias irreparables. A veces, se gasta toda una vida en volver a encontrarte con alguien a quien quisiste. O contigo mismo.
–Rescata en su novela un hecho histórico, tan sorprendente como desconocido.
–En apenas unos meses de 1939, salieron de España cerca de medio millón de personas. Muchos no volvieron. Cuando escribía, no encontraba nada acerca del exilio en la RDA: ni literario, ni académico, apenas un par de reportajes. Eso hizo saltar mi alarma. Eran olvidados de la Historia. Ni España ni Alemania recogían su memoria. Luego, han salido estudios. Me sorprende que todavía apenas sea conocida aquí, por ejemplo, Nuria Quevedo, Premio Nacional de Pintura en la RDA, hija de un aviador republicano. Si no recogemos el rastro completo del exilio, España pierde de nuevo. No es una metáfora, hay un legado desconocido en otros países. Recuerdo que María Teresa León escribe en Memoria de la melancolía: Si yo no cuento esta triste historia, ¿quién lo hará? Le diría: compañera, persistiremos.
–En La hija del comunista hay una concepción muy íntima del concepto “patria”, más relacionado con un espacio emocional que geográfico.
–Los vínculos que nos unen con el lugar en el que hemos nacido no tienen por qué ser con el territorio interior a unas fronteras artificiales. Eso ya sabemos que ha traído mucha guerra. Una patria es también la lengua en la que sueñas o una memoria familiar o colectiva. La patria no es una bandera, ni un himno militar, ni un límite. No deberíamos heredar ese concepto porque viene de quiénes necesitan los símbolos por encima de valores mucho más humanos y poderosos. Habrá a quien le emocionen esas patrias; a mí no. Si un país quiere ser patria, tendrá que ser justo con sus perdedores. Tendrá que aceptar su historia completa.
–El Muro de Berlín juega un papel muy importante en su novela. El muro real, y el muro como una metáfora.
–No fue hasta que empecé a recibir las lecturas de otros cuando me di cuenta de que la novela contenía dos muros. El de hormigón, que dividía Berlín y simbólicamente el mundo occidental, y el emocional, que lo levanta año tras año su protagonista, quedándose encerrada en un universo aislado. Me costó comprender todo lo que significa vivir junto a un muro que violenta tu libertad. Y en cómo nos adaptamos a cualquier cosa. Cada número es una vida: a los pies del muro de Berlín murieron 140 personas en 28 años. Deberían alarmarnos las cifras de los muros que tenemos levantados hoy.
–¿Esperaba, antes de publicar esta novela, la gran trascendencia que ha tenido?
–No esperaba nada, ni siquiera publicarla. Yo escribí esta novela jugando, metí todas las cosas que me interesan sin pudor, incluso bromas que me hacía mi propio padre se las di al comunista, mis asombros cuando viví en el lado alemán occidental, y me fui a entrevistar a exiliados porque entendía que era mi deber. Y entonces empezaron a pasarle cosas al libro. Lo he celebrado mucho. Esta familia comunista me ha dado mucho más de lo que yo les di escribiéndolos. Es una sensación rara, casi de deuda, con un libro que tú misma has escrito. Todo bajo mis pequeños parámetros de éxito y trascendencia, claro.
–El año pasado publicó La bajamar (Random House), ¿hay algún nexo de unión con La hija del comunista?
–Pienso que tienen mucho en común. Contienen dos exilios, dos huidas, dos territorios tensados política e históricamente. En las dos hay madres vapuleadas por el contexto y dos hijas que se escapan. Busco en el siglo XX la raíz del sistema fallido en el que hoy sobrevivimos. Pensaba que todos mis personajes habían sido arrastrados por la Historia, ahora sé que siempre estuvieron de pie frente a ella.
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