La fuerza de voluntad que hizo posible el éxito
40 años de Juan Pablo II en Sevilla
Todos se volcaron en una visita que costó cerca de cien mil pesetas. Se reservó un ala entera del Hospital Militar, pero no hubo incidentes
Así fue la visita del Papa Juan Pablo II a Sevilla en 1982
Sevilla/España en cambio. Y la Iglesia de Sevilla también. Leopoldo Calvo Sotelo, presidente del Gobierno en funciones. Felipe González acababa de arrasar en las urnas en el ya para siempre octubre rojo. Nada menos que 202 diputados. Lo nunca visto. El arzobispo Amigo era un joven prelado procedente de la diócesis de Tánger después que el cardenal Bueno Monreal sufriera en enero un grave problema de salud cuando se encontraba precisamente en Roma. Con estas circunstancias en España en general y en la Archidiócesis de Sevilla en particular, se produjo la primera visita del Papa Juan Pablo II a la ciudad. Ni ordenadores ni muchos menos internet. Todo se trabajó con máquinas de escribir de la marca Olivetti.
Se cumplen cuatro décadas de todo un hito y todavía se recuerda la importancia de aquella ceremonia de beatificación de Sor Ángela en los campos de la Feria. Pudo ser en Sevilla por la influencia que ejercieron tres sacerdotes: José María Piñero Carrión y los hermanos Javierre (Antonio María, creado cardenal unos años después, y el periodista José María). Hasta entonces lo habitual es que se celebraran en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Pero se logró que fuera en la tierra donde la santa fundó una compañía con presencia en varias naciones.
El delegado episcopal responsable de la visita fue el sacerdote Antonio Hiraldo, nombrado por el cardenal y ratificado por el arzobispo Amigo. Bajo su coordinación se organizaron diferentes comisiones, desde la que cuidaba de la logística e infraestructuras hasta la que velaba por el dinero, pasando por la seguridad y la liturgia. Todo era nuevo, todo estaba por hacer. No había precedentes. En buena medida, el equipo era la base del que trabajó en las sesiones del Sínodo celebrado en 1973.
Se trataba de la primera gran visita institucional a la ciudad desde que se recibiera a Evita Perón en junio de 1947. El general Charles de Gaulle visitó Sevilla en 1970, pero como ex presidente de la República Francesa. La llegada de Juan Pablo II fue un verdadero acontecimiento para la ciudad y para la historia de la Iglesia hispalense, que por entonces comenzaba tímidamente un proceso de modernización.
Arrimaron el hombro sevillanos muy diversos en todos los meses previos de preparativos. José Márquez Morales era entonces profesor de EGB en un colegio de Dos Hermanas y un colaborador muy activo en el Secretariado Diocesano de Liturgia. Jesús Pérez Saturnino ya destacaba como un voluntario muy activo en la curia, donde colaboraría durante el largo pontificado del cardenal Amigo. Y Joaquín de la Peña era un joven que prestaba el servicio militar en la Marina. Se comprometió a colaborar en la comisión de infraestructuras, presidida por José Sánchez Dubé, los fines de semana que pasaba en Sevilla. Joaquín de la Peña es de los muchos que recuerda el ambiente de la noche previa en el campo de la Feria, donde vio como los perros de la Policía inspeccionaban absolutamente todo mientras el público iba cogiendo sitio desde las doce de la noche. Hacía frío, riesgo de lluvia y se oían muchos cánticos alegres de los jóvenes que pasaron directamente la noche en el sitio asignado en los tarjetones de las invitaciones que se repartieron en las parroquias.
Pérez Saturnino recuerda con entusiasmo que todas las puertas se abrían cuando se pedía ayuda para la visita del Papa, desde las hermandades hasta los bancos, pasando por la Diputación Provinciales. El coste de aquella visita fue de unas cien mil pesetas de las de entonces.
“Cuanto se hizo en Sevilla sirvió de experiencia a muchos países y a nosotros mismos de cara al Congreso Eucarístico de 1993.Muchísimas veces nos preguntaron por el montaje del altar, la organización de las parcelas del público, el reparto de la comunión, etcétera. Se implicaron todas las diócesis de Andalucía”.
Durante la ceremonia se produjo una anécdota. Muchos sacerdotes se quedaban en las primeras filas tras comulgar para seguir viendo al Papa de cerca y tener un buen sitio durante el baile de los niños seises.
Cuarenta años después, hay quien recuerda que fue “una locura” el traslado de esculturas del XVII al altar del campo de la Feria, así como el barroquismo jamás repetido en grandes celebraciones presididas por un sumo pontífice. Se contó con la sociedad colombófila para la suelta de palomas y con los bomberos para el montaje y el desmontaje.
No había Cecop, que no sería fundado hasta 2001, pero la prudencia hizo reservar una planta entera del Hospital Militar ante posibles incidencias. No pasó nada. Los copones y cálices usados en la ceremonia se regalaron a diócesis de todo el mundo. Alguno acabó en Tanzania, de lo cual hay testimonios.
El almuerzo en el Salón Santo Tomás del Palacio Arzobispal fue un menú ideado por Juan Basallote y elaborado en las cocinas del Hotel Madrid. De aquellos preparativos se recuerda también la labor del empresario Antonio Távora, que luego sería hermano mayor de Santa Marta. El palacio, por cierto, estuvo cerrado diez días antes por seguridad. Todos esos días previos hubo una destacada agenda cultural en la ciudad, desde cine hasta conciertos.
Un joven Carlos Amigo escribió en su diario cuando el Papa se marchó: “El avión en el que viaja el Papa ha subido al cielo, al cielo de Andalucía.Y se nos iban los ojos detrás del reactor. [...] No, no había sido un sueño. Era todo demasiado hermoso para no ser verdad”.
También te puede interesar
Contenido ofrecido por Cervezas Alhambra
Contenido ofrecido por Osborne
Contenido Patrocinado
Contenido ofrecido por Universidad Loyola