El Fiscal
La hermosa lección de un centenario
Una necesaria protección. El cementerio de San Fernando de Sevilla cuenta con un importante número de mausoleos y tumbas que acogen a personalidades relevantes de la historia de la ciudad. La mayoría de estos enterramientos son, a su vez, auténticas joyas patrimoniales en las que destacan la arquitectura, la escultura o la ornamentación. Muchos de ellos se encuentran en un estado de conservación bastante pésimo, como el del Conde de Pradere, o el torero Espartero. Los hay que estando en buen estado necesitan de una protección efectiva que garantice su futura superveniencia. Por ello, Adepa va a pedir al Ayuntamiento que determinados panteones sean declarados Bien de Interés Cultural por su valor artístico, histórico, patrimonial o etnológico.
El cementerio de San Fernando de Sevilla, además de lugar de enterramiento, es un espacio con una gran carga artística y patrimonial. Desde el propio Cristo de las Mieles de Susillo, al mausoleo de Joselito el Gallo. En el camposanto sevillano reposan los restos de figuras muy destacadas de la ciudad. Algunas de ellas se encuentran prácticamente perdidas entre sus calles. Sin siquiera una lápida que las recuerde. Otras, disponen de vistosos panteones. Y algunos de ellos, descansan prácticamente entre las ruinas de su última morada. “La conservación es muy mala. Hay muchos panteones muy deteriorados. El cementerio es uno de los lugares que más ingresos genera para el Ayuntamiento, pero luego no se invierte en su conservación. Por eso queremos que determinadas tumbas y panteones se declaren BIC. Así se honra al difunto y además obliga a su correcta conservación”, señala Joaquín Egea, presidente de Adepa.
Tras la epidemia de cólera de 1801 se suprimieron los camposantos de las parroquias. En 1820 se crea el primer cementerio municipal, el de San Sebastián, en las inmediaciones del Prado de San Sebastián, donde había una gran fosa común en la que se arrojaban los cuerpos en épocas de epidemia. También existió otro cementerio en Triana, llamado de San José. Ambos fueron cerrados a finales del XIX. El cementerio de San Fernando nace en el año 1852.
El de San Fernando es un cementerio-jardín de estilo romántico diseñado por Balbino Marrón. Ese carácter y configuración propios de la época de su construcción lo conserva en su primera parte, prácticamente hasta la glorieta del Cristo de las Mieles. En 1861 se realiza el primero de su grandes panteones en estilo neoclásico: el dedicado a los soldados caídos en la Guerra de África. Propiedad del Ayuntamiento, que lo tiene inscrito en el Catálogo de Patrimonio Municipal, es obra del arquitecto José de la Coba.
La gran calle central de este museo al aire libre que es el cementerio está presidida por el Cristo de las Mieles de Antonio Susillo. Se trata de una obra fundamental de este genio de la escultura, realizado apenas un año antes de quitarse la vida. El cuerpo de Susillo fue depositado bajo su obra en 1940, pagándose así una deuda histórica. Hace unos años, el conjunto fue restaurado y recuperó su imagen original.
Cerca de la tumba de Diego Martínez Barrio, otro de los personajes históricos que aquí yacen, se encuentra el mausoleo del coronel Márquez. Fue ahorcado en los últimos años del reinado de Alfonso VII tras organizar un levantamiento que pretendía regresar a la España liberal. Sus restos fueron trasladados con carácter de héroe durante el reinado de Isabel II.
La sepultura de José Villegas, uno de los grandes pintores del XIX y las primeras décadas del siglo XX, se encuentra en un estado delicado, con algunas de sus piezas en el suelo. Fue uno de los grandes del iluminismo, director del Prado, y amigo de Sorolla. Otra figura destacada que tiene su mausoleo es Antonio El Bailarín. Un personaje fundamental que cedió a la ciudad su colección de trajes todo su atrezzo sin que hasta el momento se le haya sacado partido.
Varios de los toreros más importantes de la historia tienen aquí su sepultura, como la de Juan Belmonte, que no presenta mayores problemas de conservación. Fue encargado al arquitecto Alberto Balbontín de Orta. Sí está en un estado más precario la del Espartero, una de la grandes figuras de la tauromaquia, símbolo del valor que falleció tras la cogida de un Miura. La tumba está firmada por Aixa Valencia y realizada en mármol blanco.
El monumento funerario de Joselito el Gallo, firmado por el gran Mariano Benlliure, es una de las grandes joyas del cementerio sevillano. Fue patrocinada por Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de José, quién también tiene aquí su sepultura, como Rafael el Gallo. El encargo se realizó hacia 1921, aunque no se vería concluido hasta 1924. Un año más tarde, fue expuesto en el antiguo Palacio de las Bellas Artes, hoy Museo Arqueológico, y no sería emplazado en su lugar definitivo hasta 1926. La obra, que necesita una restauración, está plagada de detalles y supone todo un canto a Joselito, que revolucionó la tauromaquia. El mismo rey Alfonso XIII se desplazó al cementerio en una de sus visitas a Sevilla para honrar a Joselito y para admirar el mausoleo que el genio de Benlliure legó a la ciudad.
José García Ramos, el pintor de la gracia de Sevilla, yace bajo una sepultura sucia y abandonada. Su figura fue muy importante, hasta el punto de que los sevillanos le dedicaron por suscripción popular una glorieta en los Jardines de Murillo. Fue uno de los grandes personajes de la ciudad y destacado ateneísta. Su lugar de enterramiento debe ser adecentado.
La novelista, dramaturga y poetisa cubano-española del Romanticismo, Gertrudis Gómez de Avellaneda, descansa también en el cementerio de San Fernando. Es considerada como una de las precursoras de la novela hispanoamericana y merece una protección del enterramiento para que su memoria no se pierda. No muy lejos se encontraba la tumba de otra figura muy destacada de la literatura: Fernán Caballero, seudónimo de la escritora y folclorista española Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea. Sus restos fueron trasladados al Panteón de Sevillanos Ilustres de la iglesia de la Anunciación.
Una cruz y una lápida advierten del enterramiento de Pedro Delgado. Un nombre que seguramente no diga nada a muchas personas, pero que es el de uno de los actores más aclamados del siglo XIX en Sevilla. Puso de moda la representación del Tenorio. Su éxito fue tal que llegó a comprar los derechos a José Zorrilla para representarla cuando quisiera sin tener que pagar. Luis Montoto y José de Velilla fueron los que procurar su enterramiento en 1904 tras ser víctima de los excesos de la fama.
Cerca de Delgado reposan los restos de José de Velilla, poeta y dramaturgo sevillano de la segunda mitad del siglo XIX que cuenta con una tumba escondida y prácticamente perdida en el camposanto. Adepa lleva tiempo recabando apoyos para su traslado al Panteón de Sevillanos Ilustres.
Al lado reposa el tercer gran pintor de la Sevilla del XIX y principios del XX: José Jiménez Aranda. Junto a García Ramos y Villegas son los máximos exponentes del iluminismo sevillano. Gracias al viaje que realizan a Roma y París consiguen transformar por completo la escena pictórica de la ciudad.
En la calle Esperanza se encuentra uno de los grandes panteones del cementerio de San Fernando: el de la familia González y Álvarez-Ossorio. Allí descansan los restos de Aníbal González, gran arquitecto del regionalismo, autor de las plazas de España o América. Él mismo realiza esta construcción de aire neomudéjar hacia 1913 como panteón familiar.
Destaca de su interior la copia a tamaño natural del Cristo del Cachorro, una obra de 1919 de Eduardo Muñoz Martínez que solía trabajar con Aníbal González como ornamentalista, como en el caso de la decoración de las fachadas de la Capilla de los Luises de la calle Trajano. La policromía corrió a cargo de Cayetano González, sobrino del arquitecto, y figura muy destacada del arte sacro sevillano que también tiene aquí su sepultura.
Junto al Cristo de las Mieles en el cementerio sevillano hay otra escultura que destaca por su calidad. Se trata de un Cristo Yacente que se encuentra en la tumba de Juan Vázquez de Pablo, quien fuera hermano mayor de Pasión en los años 40 del pasado siglo. Realizado en mármol, es obra clásica de Manuel Delgado Brackembury de 1930, un escultor nacido en Las Cabezas de San Juan que cuenta con un buen ramillete de obras en Sevilla.
Dentro del cementerio disidente se encuentra la sepultura de Francisco Barnés y Tomás, un historiador y pensador español, que fue uno de los introductores de la Institución Libre de Enseñanza. Llegó a ser canónico que se secularizó en la época de la Revolución de 1868. Dos de sus hijos fueron ministros durante la Segunda República. La lápida es muy interesante.
Frente a la tumba de Belmonte se encuentra del Conde de Pradere, una figura envuelta en un halo de misterio. Su panteón es una de las primeras obras de José Espiau y Muñoz, otro de los grandes exponentes del regionalismo de la primera mitad del siglo XX. Presenta una planta cuadrada cubierta con una cúpula de media naranja muy característica. Su estado es ruinoso.
Estos son algunos de los ejemplos de tumbas que Adepa quieren que se declaren BIC por acoger a personajes conocidos, o por su relevancia artística y patrimonial. Hay muchas más que merecerían esta salvaguarda. Y es que el Cementerio de San Fernando es además de lugar de reposo un auténtico museo al aire libre digno de cuidar y preservar en el mejor estado.
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