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Monumento a la Tolerancia de Sevilla: una necesaria vuelta al origen

Se cumple este miércoles el centenario del nacimiento de Eduardo Chillida mientras su obra para Sevilla se presenta alterada

La instalación de los dos monolitos junto a la escultura enfadó a los herederos

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El monumento en la actualidad con los dos monolitos que lo desvirtúan. / Antonio Pizarro

Un aniversario que es la oportunidad de oro para volver a la pureza del origen. Este miércoles se cumplen cien años del nacimiento del escultor vasco Eduardo Chillida, artista de una gran importancia que no es necesario explicar, que realizó para la Sevilla de 1992 el conocido como Monumento a la Tolerancia. La obra, instalada en el Muelle de la Sal, es uno de los grandes hitos patrimoniales de la ciudad contemporánea, pero en los últimos tiempos se ha desvirtuado con una serie de actuaciones que los herederos y la mujer del escultor han reclamado en más de una ocasión al Ayuntamiento que se reviertan. El proyecto para instalar este monumento fue una empresa común entre el escultor, los entonces concejales de Infraestructuras, Javier Queraltó, y de Cultura, Bernardo Bueno, y el estudio de arquitectura CHS, que recuperó todo el espacio que estaba degradado. Más de 30 años después, todos reclaman que se eliminen los monolitos que desvirtúan la obra y que condicional la visión global del espacio ideada por Chillida.

La década de los 80 tocaba a su final cuando el Ayuntamiento contrató al estudio de arquitectura CHS, compuesto por Rafael Casado, Antonio Herrero y Juan Suárez, para que se encargara de realizar una intervención escultórica en los distintos distritos de la ciudad. Uno de esos proyectos sería el que llevó la escultura de Chillida al entonces degradado Muelle de la Sal. “Hicimos un recorrido con él por varios lugares de interés histórico, como Santa Cruz o la Judería, para instalar la escultura, pero no lo acaba de ver. Se me ocurrió llevarle al Muelle de la Sal, que entonces estaba un tanto deteriorado, le contamos que enfrente estuvo el castillo de la Inquisición y le entusiasmó la idea”, explica Juan Suárez.

Con el lugar elegido, la primera tarea era la de rehabilitar el lugar. Y así lo entendió también el Ayuntamiento presidido por Manuel del Valle. La intervención realizada por CHS Arquitectos devolvería todo el lustre al Muelle de la Sal, transformándolo en su conjunto, y otorgándolo su actual imagen, como recuerda Antonio Herrero, arquitecto también el estudio: “El proyecto estuvo terminado en el año 90 y fue merecedor del primer premio de urbanismo concedido por el Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla”.

Eduardo Chillida y Pilar Belzunce (ambos fallecidos), Juana Aizpuru, Javier Queraltó e Inés Campos (arquitecta de Parques y Jardines) en la visita a lo que ahora es la sede del Chillida-Leku en San Sebastián en 1987 / D. S.

La reordenación afectó a todos los espacios, destacando la recuperación de los grandes adoquines de color ocre tan característicos o los bancos de cemento teñido en consonancia con la obra de Chillida. “Pedimos permiso al Ayuntamiento para reponer los adoquines que se habían quitado de los andenes de la estación de Plaza de Armas y que estaban en sus almacenes. También solicitamos hacer un acceso a la cota baja mediante las antiguas escaleras ya cerca del Puente de Triana que conducían a unos urinarios públicos sin uso”, añade Herrero.

Configurado el espacio, llegó el momento de colocar la escultura. Chillida trajo a un encofrador el País Vasco que se dedicaba a realizar cascos de barcos de pesca. “Todo era muy artesanal. También intervino el ingeniero de Caminos José Antonio Fernández Ordóñez, catedrático de Estética en Madrid”, indica Herrero. El hormigón se mezcló con limaduras de hierro para que la escultura tuviera ese aspecto rugoso y de color ocre. “El vertido del hormigón fue laborioso y se tuvo que hacer en una sola vez para que la escultura saliera sin marcas. Se metieron unos vibradores del tamaño de una pluma estilográfica en una manguera para que llegara a todos los rincones. Eduardo estaba muy encima”.

Una imagen del Muelle de la Sal tras la reforma. / M. G.

La instalación se completó con dos piezas de aluminio fundido, una con un canto a la tolerancia de Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz, y otra una donde se expresa el por qué de este monumento y sus patrocinadores. Se colocaron haciendo ángulo con las escaleras y apoyadas en el suelo. Chillida también pidió que la obra no se iluminara, ya que quería que se perdiera con la noche.

“Él quedó muy satisfecho con el resultado, pero en un momento sin que sepamos el motivo, alguien decidió que era mejor colocarlas a derecha e izquierda de la escultura. Es muy inadecuado y ridículo. Yo se lo comenté a la familia y se enfadaron bastante”, lamenta Juan Suárez. “Están muy molestos. Chillida no quería nada alrededor, tampoco focos. Se instaló una luz ambiental muy tenue. Desde la fundación de Chillida nos llaman a veces para preguntarnos si se han quitado ya los monolitos. Tuvimos una reunión en la Gerencia de Urbanismo hace bastante tiempo y parecía que se iba a hacer, pero finalmente no ha pasado”, añade Antonio Herrero.

El Monumento a la Tolerancia. / Antonio Pizarro

El Monumento a la Tolerancia fue en la práctica un regalo a la ciudad de su autor. Chillida prácticamente sólo cobró los costes de la escultura. Más de 30 años después, con motivo del centenario de su nacimiento, es de justicia que el Ayuntamiento recupere la originalidad de una pieza que tanto orgullo ha generado desde entonces.

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