URBANISMO
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Bécquer: las huellas del poeta en Sevilla

La ciudad está repleta de lugares becquerianos, algunos frecuentados por él mismo y otros en los que el espíritu y la leyenda siguen vigentes pese a los años

Acto en la Glorieta de Bécquer en el Parque de María Luisa por el arranque de la conmemoración del 150 aniversario del fallecimiento de los hermanos Bécquer. / Fermín Cabanillas

De la Macarena a las Delicias. De San Jerónimo a San Lorenzo. Sevilla está repleta de lugares que marcaron la vida y la obra de Gustavo Adolfo Bécquer, uno de los más destacados poetas románticos. Su poemas y escritos están trufados de referencias directas a esa ciudad idealizada de su infancia y juventud, distinta a la que se encontró a su regreso de Madrid. Bécquer nació un 17 de febrero de 1836 en el número 28 de la calle Conde de Barajas, en el barrio de San Lorenzo. El carácter señorial y elegante de la vieja collación le dejaron huella para siempre. Falleció en Madrid el 22 de diciembre de 1870. En 1913 sus restos y los de su hermano Valeriano fueron trasladados a Sevilla, a la iglesia de la Anunciación. 150 años después de su muerte, la Sevilla de Bécquer sigue ahí a la espera de ser descubierta por muchos.

De la casa natal de Bécquer, en la antigua calle Ancha, apenas queda una fachada y una placa que recuerda este acontecimiento. La infancia y la juventud las pasó en el barrio de San Lorenzo. Sus primeros años estuvieron marcados por la muerte de su padre y después de su madre, circunstancia que le lleva a unirse especialmente con su hermano y su tío Joaquín Domínguez Bécquer, pintor costumbrista del que hereda su amor por lo popular y las tradiciones. Para Bécquer esos años son el parte paraíso que refleja en sus escritos.

El joven Bécquer también vivió en la Alameda de Hércules, en la antigua calle Potro y en la calle del Espejo (hoy Pascual de Gayangos). En 1842, el poeta inicia sus estudios en el Colegio San Francisco de Paula, situado en la calle Jesús del Gran Poder, 29. En 1846, ingresaría en el Real Colegio de Humanidades de San Telmo. “Todo eso le influye. Es la Sevilla romántica que no se ha respetado con los años. Él, cuando regresa, se muestra contrario a ese progreso entendido como la destrucción del pasado. Defiende los valores populares y tradicionales como se puede ver en La Venta de los Gatos”, explica el profesor e historiador Joaquín Egea.

Estado actual de la Venta de los Gatos. / José Ángel García

En La Nena, Bécquer muestra toda esa Sevilla advertida en detalles como las macetas con flores, las tapias de las que rebosan las madreselvas, las casas nobles, los aéreos miradores... describe calles como Chicarreros, donde encuentra el ambiente popular. “La Sevilla idílica tal vez esté en el poema de las Golondrinas, el más famoso. Esa niña de Santa Clara, su amor juvenil y platónico”.

En la leyenda de Maese Pérez el Organista, Bécquer describe el folclore navideño de la ciudad y hace referencia a dos devociones: el Gran Poder y la Virgen del Amparo de la Magdalena. También nombra la Romería de Torrijos y el Rocío. “Recurre otra vez a la Sevilla tradicional que añora”. En sus escritos también se muestra contrario a la pérdida de originalidad de la Semana Santa que conoció bien.

La cruz de Bécquer en el Alamillo mirando hacia el monasterio de San Jerónimo. / D. S.

Cuando Bécquer regresa a Sevilla se encuentra con una ciudad que está perdiendo buena parte de esa identidad. Le marcaría, sin duda, cómo el ferrocarril había cortado la calle Torneo, escenario de sus paseos hacia San Jerónimo. Allí Bécquer evocaba con los álamos blancos, el sauce, los juncos y lirios donde quería dormir eternamente. “Incomprensiblemente, la cruz que le dedicaron en esta zona del río la pusieron en la orilla contraria. Se ha podido hacer una preciosa glorieta recreando los elementos que él describe, pero no”.

Bécquer es, junto a Santa Ángela de la Cruz y el Pali, el personaje que más monumentos tiene dedicados en Sevilla. En la Venta de los Gatos, engullida y olvidada entre bloques de pisos, cuenta con un busto realizado por Antonio Illanes, que la compra para convertirla en un museo. No prosperó. “Es el único recuerdo donde permanece de verdad el espíritu de Bécquer. Como dice Joaquín Caro, es un monumento espiritual. Tiene que protegerse como BIC, que el Ayuntamiento la compre y la restaure. Es de justicia”, sostiene Egea.

El busto que Antonio Illanes realizó en el centenario de la muerte para la Venta de los Gatos. / José Ángel García

Desde 1913, los hermanos Bécquer reposan en Sevilla, primero en la Anunciación, y desde 1972 en el Panteón de Sevillanos Ilustres. Allí está Gustavo Adolfo junto a Fernán Caballero, de quien recoge la herencia por lo popular y la cultura del pueblo, ya tantos otros notables que amaron la ciudad y se entregaron a ella. Lamentablemente, el Covid-19 no permitirá que los sevillanos puedan rendirle un homenaje al poeta al que le dolía Sevilla. Pendiente queda ese homenaje al eterno niño de San Lorenzo.

La casa natal de Conde de Barajas

La casa natal de Bécquer. / José Ángel García

El miércoles 17 de febrero de 1836, Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida venía al mundo en el número 9 de la calla ancha de San Lorenzo, actual 28 de Conde de Barajas, a apenas unos metros de la plaza.

De aquella casa tan sólo queda la fachada que nada tiene que ver con la del siglo XIX. Una placa recuerda el gozoso acontecimiento. Para que la casa natal del poeta no desapareciera, el poeta Rafael Montesinos escribió una carta al rey para que este edificio fuera declarado monumento histórico-artístico, cosa que ocurrió el 24 de mayo de 1979.

San Lorenzo: parroquia y barrio

Bécquer fue bautizado en la parroquia de San Lorenzo el 25 de febrero. Su madrina fue doña Manuela Monnehay, una niña de 10 años, alumna del padre, José Bécquer que moriría en octubre de 1855 de cólera. El apellido Bécquer es de origen flamenco. Los Bécquer habían llegado a Sevilla a finales del siglo XVI o comienzos del XVII procedentes de Flandes. José Bécquer lo adoptó porque sabía el cariño que su abuela paterna y madrina, doña Mencía de Tejada Bécquer, sentía por este apellido.

La Plaza de San Lorenzo. / Juan Carlos Vázquez

Según el historiador Santiago Montoto, tras la muerte del patriarca, en 1841 la familia se trasladaría a una casa situada en el número 27 de la calle Potro, muy cerca de la vivienda de Conde de Barajas. Según los documentos de empadronamiento, tras la muerte de la madre, seis años después, se domiciliaron en el número 37 de la Alameda de Hércules con sus tías maternas María y Amparo. Según otros biógrafos, en 1838 la familia se traslada al número 27 de la calle del Potro y tras la muerte del padre, en 1841, la familia ocupará una casa en el número 12 de la calle del Espejo, actual Pascual de Gayangos.

En cualquier caso, la existencia del niño Bécquer está ligada a San Lorenzo, una collación de fuerte personalidad que crea sentido de pertenencia y que marcó su existencia.

Los lugares de estudio

El antiguo colegio de Colegio San Francisco de Paula, en la calle Jesús del Gran Poder. / José Ángel García

En 1842 inicia sus estudios en el Colegio San Francisco de Paula, situado en la actual calle Jesús del Gran Poder. Este lugar también se encuentra a muy poca distancia de sus domicilios. Posteriormente, en 1846, ingresaría en el Real Colegio de Humanidades de San Telmo. Allí conoce a su gran amigo Narciso Campillo y empiezan a escribir juntos. De esa colaboración nacen Los conjurados y una novela jocosa: El bujarrón en el desierto. También crean miles de versos que luego queman. Tras la supresión del Colegio de San Telmo, el 7 de julio del 1847, por la reina Isabel II, pasa a estudiar con el poeta Francisco Rodríguez Zapata, discípulo de Alberto Lista. En 1849, San Telmo pasaría a ser palacio de los duques de Montpensier.

El Palacio de San Telmo. / Juan Carlos Muñoz

El Museo y el amor por la pintura

En esta época Bécquer se fue a vivir con su madrina, Manuela Monnehay Moreno, joven de origen francés y acomodada comerciante, cuyos medios y sensibilidad literaria le permitían disponer de una mediana pero selecta biblioteca poética. En esta biblioteca empezó a aficionarse a la lectura. De la mano del pintor costumbrista Antonio Cabral Bejarano y conoció de primera manos el Museo de Bellas Artes. Fue su tío Joaquín Domínguez Bécquer, quien le espetó que "no serás nunca un buen pintor, sino un mal literato", aunque le estimuló a continuar los estudios y le pagó los de latín.

El retrato de Bécquer pintado por su hermano Valeriano. / M. G.

En el Museo de Bellas Artes, en su sala XII, se muestra de forma permanente el conocido retrato que Valeriano hizo de su hermano menor. Es la imagen del poeta más conocida, reflejada en numerosos libros de texto y publicaciones. Esa efigie incluso ilustró durante muchos años el ya desaparecido billete de cien pesetas.

La calle Mendoza Ríos

En esta intrincada calle de la collación de San Vicente vivieron los hermanos Bécquer desde 1852. Sería el último domicilio del poeta, ya que desde aquí partió para Madrid en el otoño de 1854. Santiago Montoto describe el carácter vecinal y gregario de la casa.

Catedral de Sevilla

Llegados a Sevilla a finales del XVI, los Bécquer, comerciantes flamencos, disponían de capilla propia en la Catedral: la dedicada a las santas y copatronas Justa y Rufina de la Catedral. Fechada en 1622, allí reposan los antepasados del poeta.

Convento de Santa Inés

Fundado en el siglo XIV por la noble María Coronel, este cenobio de clarisas franciscanas está situado en la calle Doña María Coronel, junto a la Parroquia de San Pedro.

A los pies de la nave central de la iglesia, en el muro enfrentado al coro bajo, se encuentra el popular órgano, uno de los más antiguos de Sevilla, que el poeta inmortalizó en la leyenda de Maese Pérez el organista. "El interés de esta leyenda es triple: se trata de una evocación de la Sevilla del Siglo de Oro, es una rima en prosa a la música de órgano y supone una maravillosa transposición literaria del lenguaje popular sevillano. Además, el poeta hace un guiño a sus antepasados flamencos cuando habla de los caballeros veinticuatro, ya que ellos lo fueron". También retrata en esta obra la Sevilla más popular, a través del folclore navideño.

La Venta de los Gatos

Situada en la avenida Sánchez-Pizjuán (antiguo camino del cementerio) en la Macarena Norte, se encuentra el que fuera el escenario de una leyenda de amor trágico entre el hijo del ventero y una moza. Aunque el edificio no tenga ninguna placa informativa respecto a su historia, sí encontramos en el barrio de las Golondrinas un busto a Bécquer realizado por el imaginero Antonio Illanes. Este escultor compró la venta con el anhelo de convertirla en museo becqueriano, una iniciativa que no prosperó.

La popular Venta de los Gatos. / José Ángel García

El espíritu de Bécquer permanece en este lugar hoy abandonado y en venta. En La Venta de los Gatos Bécquer hace un retrato de esa Sevilla dual, una disputa entre lo tradicional, que él defendía, y lo moderno.

El Pleno del Ayuntamiento acordó pedir una protección BIC para el edificio. Se debe salvar de la especulación. Comprarse, protegerse y dedicarlo a Bécquer.

Parroquia de San Vicente

Catorce años después de la muerte, en 1884 la Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País, con el erudito José Gestoso a la cabeza, solicita a las autoridades el traslado de los restos de Bécquer a Sevilla. En 1912, la Real Academia decide que también sean trasladados a Sevilla los restos de Valeriano, fallecido también en 1870.

La Parroquia de San Vicente. / Juan Carlos Vázquez

El 9 de abril de 1913 se exhumaron de la Sacramental de San Lorenzo de Madrid y fueron conducidos en una carroza de tiro de cuatro caballos a la Estación de Atocha. El 10 de abril llegaron a la Estación de Córdoba de Sevilla, donde fueron recibidos por el alcalde, Antonio Halcón. La expectación de Sevilla por la llegada de los Bécquer fue enorme. Los féretros se instalaron en una improvisada capilla ardiente y, tras una ceremonia religiosa, esta quedó abierta al público. La lluvia impidió el traslado al Panteón de la Universidad y los restos fueron llevados a la capilla de la Hermandad de las Siete Palabras, en la Parroquia de San Vicente.

La Anunciación y el Panteón de Sevillanos Ilustres

La tumba de los Bécquer en el Panteón de Sevillanos Ilustres. / D. S.

Los restos de los hermanos Bécquer fueron depositados en la cripta de la iglesia de la Anunciación, entonces sede la Universidad, el 11 de abril de 1913. Fueron recibidos por el rector, Francisco Pagés. En el año 1972, se trasladaron al Panteón de Sevillanos Ilustres, al que se accede a través del patio de la anexa Facultad de Bellas Artes.

La Glorieta del Parque de María Luisa

El 9 de diciembre de 1911 fue inaugurada esta glorieta situada en el Parque de María Luisa. Fueron los Hermanos Álvarez Quintero los que abanderaron este proyecto e iniciaron una cuestación popular. Junto al escultor marchenero Lorenzo Coullaut Valera eligieron esta rotonda en la que crecía el taxodium y escribieron la obra La rima eterna, que representaron por toda España y América, para recaudar fondos.

La escultura de mármol, declarada de Bien de Interés Cultural, está compuesta por el busto del poeta, tres mujeres sentadas en un banco que simbolizan los tres estados del amor (el “amor ilusionado”, el “amor poseído” y el “amor perdido”) y dos figuras de bronce que simbolizan el amor herido (un hombre que se retuerce de dolor) y el amor que hiere (un joven Cupido). Estas tres mujeres representan la rima titulada Amor que pasa.

La Glorieta de Bécquer en el Parque de María Luisa. / Juan Carlos Vázquez

En los últimos años se ha restaurado y se han acometido mejoras en este espacio lleno de magia del Parque de María Luisa, donde nunca faltan flores llevadas por los enamorados y poemas.

Bécquer es junto a Santa Ángela de la Cruz el personaje que más monumentos tiene en Sevilla, pero este es el más popular y reconocido.

La Cruz de Bécquer en el Alamillo

Bécquer dejó escrito su deseo de descansar en Sevilla, concretamente a orillas del Betis. Con motivo del centenario del traslado a Sevilla de los restos mortales de los hermanos Bécquer en 1913, la ciudad erigió una piedra blanca con una cruz y su nombre tal como el propio poeta lo soñara en la Carta III de Cartas desde mi Celda. Esta especie de tumba sin cuerpo, se encuentra en el Parque del Alamillo, junto a la pasarela de madera que conduce a San Jerónimo.

La Cruz de Bécquer en el Alamillo. / Juan Carlos Muñoz

Así lo describía Bécquer: "... Soñaba que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos, y cuando la muerte pusiese un término a mi existencia, me colocasen para dormir el sueño de oro de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en odas magníficas, y en aquel mismo punto adonde iba tantas veces a oír el suave murmullo de sus ondas. Una piedra blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento".

Curiosamente, el monumento fue creado en la orilla contraria por la que paseaba el poeta, aunque mira al monasterio de San Jerónimo.

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