125 años de la muerte de Susillo: el escultor poeta
Renovador de la escultura, con fama internacional, suyos son los primeros y principales monumentos públicos de Sevilla
El Cristo de las Mieles de las Esclavas
Susillo regresa a la Amargura
Uno de los escultores más relevantes de su tiempo en España. Un artista que conoció la fama en Europa, pero que vivió atormentado. De una gran sensibilidad y compleja personalidad. De enorme producción. En definitiva, un genio sin el que no se entendería buena parte del paisaje de Sevilla. Este miércoles se cumplen 125 años de la muerte del artista contemporáneo más importante que ha dado Sevilla: Antonio Susillo, el escultor poeta, como lo calificaba la prensa de la época, se quitó la vida el 22 de diciembre de 1896 de un tiro a bocajarro. De la mente y de las manos de Susillo han salido los mejores monumentos públicos que se pueden contemplar en Sevilla: Daoíz, en la Plaza de la Gavidia; Mañara, en los Jardines de la Caridad; Velázquez, en la Plaza del Duque, o la galería de sevillanos ilustres que corona una de las fachadas del Palacio de San Telmo, antiguo seminario. Pero su nombre sigue siendo muy desconocido para gran parte de la sociedad hispalense, algo que podría justificarse, en buena medida, porque se mantuvo alejado del mundo de las cofradías para la que apenas trabajó por diversas circunstancias.
Lo relatado en los periódicos de la época tras su muerte demuestran que Susillo fue un trabajador incansable y de gran inspiración. Su producción es muy extensa, pese a haberse quitado la vida con sólo 41 años. Además, las cartas que llevaba en el momento del deceso desacreditan cualquier leyenda romántica y dibujan un contexto mucho menos bucólico para su suicidio: el económico, aunque algunos especialistas piensan que también podría encontrarse enfermo. Pese a esta frustración, Susillo era un artista inconmensurable cuyas obras eran recogidas en los periódicos nacionales y su participación en exposiciones o certámenes artísticos generaba una gran expectación.
Andrés Luque Teruel, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, ensalza las aportaciones del artista de la Alameda: “Fue el primero que en Sevilla rompe con las tradiciones barrocas heredadas. Es el gran renovador. Incorpora las tendencias internacionales. Coge, por ejemplo, lo mejor del arte francés del momento. El realismo de las esculturas de Carpeaux. Sus obras son muy avanzadas. Tienen mucha calidad. Es, sin lugar a dudas, el escultor más importante del siglo XIX”.
Junto a Benlliure, Susillo protagoniza la evolución de la escultura hacia el realismo. Es una persona muy formada. Estudió durante un año en la École de Beaux Arts de París, donde obtuvo la máxima calificación. Aprendió el retrato del natural, la técnica de la fundición y conoció la obra de las figuras estelares del momento: Carpeaux y Rodin.
La obra de Antonio Susillo se puede dividir entre las piezas de pequeño formato y escultura civil, y el monumento público. Entre las primeras, los expertos destacan dos sobre todo: La primera contienda y La alegoría de Sevilla. Ambas se encuentran en paradero desconocido, seguramente en colecciones privadas, ya que su viuda las vendió tras su muerte, al ser la mayoría de sus obras realizadas para exposiciones y certámenes. Los profesores de la US Juan Miguel González y Jesús Rojas-Marcos encontraron recientemente varios bocetos de La primera contienda. El original, que fue presentado a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887 aparece reseñado en el Museo de Bellas Artes, pero allí no se encuentra.
Todos los expertos coinciden en destacar su perfección técnica y su sorprendente dominio del barro. “Tenía mucha soltura. Mantiene la volumetría de los cuerpos, pese a la soltura de los detalles”, indica Luque Teruel. Antes de Susillo, en Sevilla no existía la estatuaria monumental. También desarrolla con excelencia el retrato escultórico, “de una realismo y soltura extraordinarias”. Su trabajo coincide con una época en la que las cofradías están resurgiendo pero no encargan imágenes nuevas. Realizó las manos de la Amargura y San Juan tras el incendio del paso en 1893. Sí hace fantásticas imágenes religiosas, como el propio Cristo de las Mieles, una Virgen con el Niño, o el beato fray Diego de Cádiz para el convento de los capuchinos, costeado por la infanta María Luisa de Borbón.
El imaginero y catedrático de Bellas Artes de la US, Juan Manuel Miñarro, se pregunta hasta dónde habría llegado Susillo si no se hubiera quitado la vida tan pronto. Lamenta los pocos estudios rigurosos y académicos que hay sobre su figura que dan tanto pábulo a la leyenda: “Él cultiva el realismo y el naturalismo a un nivel de excelencia. Era un barrista excelente, como Rodín. Los relieves que completan el monumento a Daoíz están al nivel de los de Giberti para el Baptisterio de Florencia”.
Se podría decir que Susillo también alcanzó fama a través de sus discípulos. Su obra y su ingenio han perdurado a través de Coullaut Valera, Joaquín Bilbao, Sánchez Cid, Viriato Rull o el propio Castillo Lastrucci, cuyas primeras obras, como el misterio de Jesús ante Anás, es un claro ejemplo de realismo susillesco.
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