En verano me dio por llevarme a un viaje a Mallorca un libro de cuentos del padre Brown, el cura católico de Chesterton. Aún recuerdo, acostumbrado a la dureza y descreimiento con que suele pintarse a los detectives, su candor y piedad. Me parecieron más sabios, o tal vez más útiles, porque ningún crimen nace a solas, sino en un contexto, y el mal, por así llamarlo, no es mal sino destino cuando uno estudia las prendas que lo enmascaran: los celos, la envidia, la desesperación. Brown lo sabe, y sus actos y discursos tratan de salvar a víctima y verdugo, o eso es lo que creo haber salvado de aquellas lecturas.

A Brown lo ha leído y releído Enrique García-Máiquez, a quien siempre leo con interés en su columna en este periódico, y quien cada dos por tres cita o mienta a Chesterton. Máiquez, a quien no conozco en persona pero al que sigo desde hace tiempo en Twitter, me parece un hombre bondadoso, sensible, culto. No parece, por tanto, un hombre de su tiempo.

Tal vez por eso, al igual que a tantos otros que así se lo han dicho en público, me extrañó verlo ligado a un partido como Vox, que tan asociado está, en su tono y en muchas de sus ideas, a los excesos y envenenadas nostalgias que tan lejanos siento de mí mismo. Siempre lo he visto responder a estas críticas y cuestionamientos con delicadeza y un sano humor.

Yo también me considero, o trato de serlo, un hombre culto, sensible y bondadoso. Y sé que a veces soy o me comporto como todo lo contrario. Así que si sé que en mí mismo conviven ambos extremos, como en todos, y si aun así me entiendo y procuro perdonarme, sé también que no debo extrañarme, sino tratar de entender (no es mi papel perdonar o condenar) por qué un hombre como Máiquez se ha unido, aun coyunturalmente, a unas siglas tan lejanas, en apariencia, a alguien que venera al padre Brown. Debe de haber en él una sombra que no vi, o debe tal vez de haber en sus ideas lo contrario: un vislumbre luminoso, pródigo, bienintencionado, que mis prejuicios, luz negra, eclipsan.

Tal vez mi actitud sea para muchos ingenua o peligrosa. Pero creo que vistos desde lejos es difícil distinguirnos, y que las ideas irreconciliables son ideas, y ello siempre debe dejarnos una puerta abierta al encuentro y la concordia. Tal vez, deseando que el otro fuera como nosotros, un día nosotros nos despertemos como el otro. Y entonces necesitaremos el amor, la humanidad, la mano tendida de un padre Brown a nuestro lado.

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