Sueños esféricos

Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

Rafael Gordillo, ese colosal ídolo a tibias descubiertas

NO se concibe un reconocimiento más noble que el tejido con hilo de oro por el Betis para honrar a su mayor símbolo vivo. Quizás los chavales que el último 23 de abril se echaron a la calle embriagados de júbilo no sean conscientes de la magnitud de su figura, por mucho que sus padres y abuelos les hayan hablado de su singularísima estampa y de su grandeza inmarcesible, que destiló hasta que la providencia dictó: “Ahí quedó”.

Esos chavales incluso se habrán extrañado, en estos tiempos de tanta ponzoña y chabacanería en las redes sociales, de que cualquier sevillista ya canoso airee su entregada admiración al ídolo verdiblanco del que hablamos cuando en un foro llega el momento de soltar la cometa de la nostalgia.

Rafael Gordillo Vázquez tuvo numerosas virtudes cuando vestía esas cortitas y ajustadas calzonas de Meyba y esa preciosa camiseta a rayas, quizás la más estética que los béticos recuerdan. Y entre esas virtudes detentaba una extraordinaria, la del respeto y la admiración de toda la Sevilla futbolera, absolutamente toda. Su fútbol era de una rotundidad que apabullaba, como el de Cardeñosa o Joaquín (a Del Sol no tuve la suerte de verlo jugar), pero además, Gordillo representaba al fútbol desnudo, sus zancadas inabarcables eran la vívida representación de esa misma libertad que fermentaba en las calles españolas en esa segunda mitad de los setenta y principios de los ochenta.

Gordillo es el símbolo de un fútbol que ya sólo vive en nuestras memorias. De verde y blanco, del rojo de la selección española (ahí los sevillistas sí que paladearon su excelencia) y del blanco del Madrid, salvó cientos de entradas arteras y aguantó con estoicismo las que no pudo sortear. Sin una concesión a esos fingimientos hoy tan habituales.

Todo en él fue franqueza y autenticidad, una declaración de amor en cada carrera, en cada giro de tobillo. A tibias descubiertas. Enhorabuena, ídolo.

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