Calle Rioja

Francisco Correal

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Otelo o Palop, duda en la portería

Vocación. Juan Manuel Ávila corre por la banda de la Orden Literaria William Shakespeare con su libro de relatos ‘Confieso que son míos’, un periodista que creció oyendo a Gabilondo y Araujo

José Carlos Carmona presentó el libro de relatos de Juan Manuel Ávila.

José Carlos Carmona presentó el libro de relatos de Juan Manuel Ávila. / M.G.

El gato conoce al asesino. Esa película la vimos en un cine de verano de la carretera de Carmona. El gato conoce al escritor. El gato se llama Bruno y aparece en la portada del libro Confieso que son míos (Samarcanda). El escritor se llama Juan Manuel Ávila Llorente (Sevilla, 1961) y al felino doméstico lo ha dibujado su sobrina Irene. Hay otro gato en uno de los relatos del libro, el titulado La mirada de Otelo. Sus dueños dudaban entre Otelo y Palop, como el portero del Sevilla, para bautizar al gato. Es un guiño a la Orden Literaria William Shakespeare a la que pertenece el autor de Confieso que son míos.

Otra vez en noviembre. El 26 de noviembre de 2019 llenó el teatro de la Fundación Cajasol en la presentación de Jesús Navas, un duende de leyenda, con presencia silente del protagonista de la biografía. Se lo presentaron Fede Quintero, el socio creador de El Desmarque, reportero y chirigotero, y Monchi, entonces director deportivo del Sevilla. Jesús Navas ha vuelto a la selección y Juanma Ávila ha regresado a los libros. Esta vez lo presentó en la sede de la Caja Rural del Sur. Y volvió a llenar. Era 3 de noviembre, festividad de San Martín de Porres, el santo peruano conocido popularmente como Fray Escoba. El único peruano que ganó el Pichichi, Seminario, lo hizo con el Zaragoza en 1962, un año después de que naciera el autor de estos relatos. Nace el año de la riada del Tamarguillo, de la caída del muro de Berlín. Es tan educadamente antimadridista que nació el primer año que el Madrid dejó de ganar la Copa de Europa. Lo hizo el Benfica.

En esta nueva presentación, Fede Quintero se había sentado en la última fila, fiel al Evangelio de san Lucas, “cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal”. Y Monchi estaba más lejos, en Londres como director deportivo del Aston Villa de Unai Emery.

En el patio de butacas, lleno de amigos y seguros lectores, de amigas periodistas como Gloria Gamito, Clara Guzmán o Lola Domínguez, de leyendas del fútbol como Pablo Blanco, Pintinho o Pablo Alfaro, estaban los dos pasados, las otras vidas de Juan Manuel Ávila: el periodismo, representado por quien fue su director en Abc, Álvaro Ybarra, y la hostelería, presente en la persona de Mariano García Romero, que regenta desde hace cuatro décadas el bar Donald cuyas riendas había llevado el padre de Juanma Ávila y donde éste pasó su infancia y adolescencia. Dos vidas que se cruzan en el mostrador de la calle Canalejas porque el gusanillo del periodismo empieza a despertar viendo en el bar paterno a Iñaki Gabilondo, María Esperanza Sánchez, Juan Tribuna o José Antonio Sánchez Araujo.

La tercera vida de Juanma Ávila estaba sentada a su lado. Se llama José Carlos Carmona, que defiende la poligamia en la cultura: es director de orquesta, novelista, licenciado en Derecho y animador de vocaciones literarias. Destaca en los relatos de Juanma Ávila la poca cosa de sus personajes y cómo exprime literariamente a esos mediocres sin oficio ni beneficio. No deja de ser una tradición literaria. Francisco García Tortosa, en su introducción al Ulises de Joyce, dice de Leopold Bloom que es un calzonazos. Gente corriente, como el protagonista de Berlin Alexanderplatz, de Alfred Doblin, que llevó a la pantalla Fassbinder. ¿Qué dirá mañana la prensa canalla?, se pregunta el preso de Luces de bohemia, de Valle Inclán. El séptimo capítulo de la obra del pontevedrés, como el séptimo del Ulises de Joyce, transcurren en sendas redacciones de periódicos de Madrid o Dublín.

El libro promete con el mejor de los avales, una cita de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. El prólogo es de Paco Pérez Gandul, compañero de aventuras periodísticas de Ávila y autor de la espléndida novela Celda 211, que arrasó en los Goyas en la adaptación cinematográfica de Daniel Monzón. Y el epílogo de un servidor. Hice el viaje a la inversa de Fede Quintero. La presentación del libro de Jesús Navas lo seguí desde la última fila (un día después me hacían un cateterismo, que es primo de la hipotenusa) y el autor me invitó a acompañarlo con Carmona, como la carretera del cine de verano, en la presentación de Confieso que son míos. No coincidimos en los periódicos (salvo que Juanma apareció en una foto de portada de Diario 16 con Santiago Carrillo cuando yo trabajaba en ese periódico), pero sí en el Asprón Villa, con el que hicimos viajes surrealistas y balompédicos a Nantes, la patria de Julio Verne, a Fez, en Marruecos (en el partido de vuelta, con saque de honor del pintor Ahmed ben Yessef, los marroquíes compartieron foto con Maradona en un hotel de Benacazón), al Algarve y a media España. Con refuerzos mundialistas como Calderón, Gordillo y Cardeñosa.

Con el gato pintado por su sobrina como mascota, Juanma Ávila se embarcó en el trueque libresco. Cambió su libro con José María Arenzana (Ficcionario), Antonio García Barbeito (Telhara), Manuel Jesús Roldán (Cara de ángel, biografía novelada de La Roldana), Josele (Mis Memorias son de risa) o Enrique López García-Corchado (Confesiones desde mi alcoba), también miembro de la Orden Literaria William Shakespeare con quien podían formar una biblioteca de confesionarios donde estarían Confieso que he vivido, de Pablo Neruda, Yo Confieso, de Jaume Cabre o la Reina de los Confesores, que es una de las Letanías del Rosario.

Estudió en los Escolapios de Escuelas Pías por los que pasaron Luis Cernuda, José María Izquierdo, Juan Talavera o Ismael Yebra. El profesor de Literatura de ese colegio le descubrió Tiempo de silencio de Martín Santos, Las ratas de Delibes o La colmena de Cela. Y antes del Periodismo probó en Historia. Esa otra vida estaba presente en su fugaz compañera de curso Pilar González, antaño diputada en el Hospital de las Cinco Llagas y munícipe andalucista en la Casa Grande. De esa etapa sólo aprobó una asignatura, Prehistoria, con el mítico Vallespí. Podría haber entrado en los Trogloditas de Loquillo, que nace un año después, el año que Seminario fue Pichichi.

Otelo o Palop, duda para la portería. Juanma Ávila contó con la mejor defensa: Pablo Blanco, sevillano de la calle Arrayán, nacido el mismo año que Javier Marías y Pérez-Reverte y el mismo día que Rafael Alberti, zaguero de leyenda que nunca jugó en Guadalajara, y Pablo Alfaro, nacido en Zaragoza, la ciudad donde Pintinho marcó cuatro goles en el debut de Francisco López Alfaro con el Sevilla de Manolo Cardo. El Alex Ferguson de Silvio Fernández Melgarejo. Mayoría sevillista en el patio de butacas, pero un bético de corazón: el cardiólogo Víctor López.

Los lectores son la familia sobrevenida del escritor. La biológica estaba en primera fila: Carmen, su mujer, embarazada de Juanma jr. en aquel viaje a Fez en marzo de 1993, y su hija Marta, la prima de la dibujante del gato.

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