Crónica Personal

Bendito bipartidismo

Ahora, muchos españoles van a las urnas pensando en el mal menor: qué partido indeseable contamina menos

Los mejores años de la España democrática fueron aquellos en los que los gobiernos eran del PP o del Psoe. Y si no lograban la mayoría absoluta llegaban a acuerdos con partidos nacionalistas dispuestos a apoyar al que más generoso se mostrara con sus necesidades.

Hasta ahora, esos nacionalistas tenían como protagonistas al PNV y a CiU, antes de que estos últimos saltaran por los aires con la irrupción del independentismo exacerbado e inconstitucional. En honor de los nacionalistas hay que reconocer que respetaban la lista más votada, pero el PNV dejó de lado su comportamiento habitual al votar a favor de la censura de Rajoy aunque apenas unos días antes había apoyado sus presupuestos. Puso como excusa la interpretación de una sentencia judicial que hacía a Rajoy colaborador necesario de un delito de corrupción de su partido, lo que posteriormente se archivó. El PNV, que cuenta con expertos jurídicos en su entorno, sabía perfectamente que aquella interpretación no era sostenible, por lo que no es difícil deducir que los cálculos del PNV le indicaban que les iría mejor con un Pedro Sánchez bisoño en experiencia de gestión, y con escasos escaños, que con un Rajoy duro de roer.

El bipartidismo no se lo cargaron las urnas, sino Sánchez. Para sobrevivir como gobernante, la falta de escaños la solucionó pactando una coalición que espantó a sus propios compañeros y que completó con partidos que espantaban todavía más, como Bildu y los independentistas. Así ha sobrevivido cinco años, y la nota a su gestión se la pondrán los españoles el domingo. Pero el escenario es ya conocido: ha desaparecido el bipartidismo, y quienes den su voto al Psoe saben que gobernará con media docena de partidos de extrema izquierda más toda clase de independentistas, y si gana el PP tendrá que intentar el acercamiento de partidos de extrema derecha o regionalistas. Pero estos últimos ponen como condición que en ningún caso aceptarán pactos con Vox.

Escenario endemoniado, porque gran parte de los españoles, gracias a una bien diseñada campaña, no valoran de la misma manera a la extrema izquierda que a la extrema derecha; tolerarían a los primeros, pero ven demoníacos a los segundos. Por tanto, a Feijóo no le quedó más alternativa que matarse a buscar el voto mientras Sánchez se tomaba la campaña con tranquilidad, para intentar acercarse a una mayoría que le librara de Vox. O al menos, que para gobernar le bastara con la abstención de los de Abascal.

Cuánto mejor aquellos años en los que al votar Psoe o PP sabías qué votabas. Ahora, muchos españoles van a las urnas pensando en el mal menor: qué partido indeseable contamina menos al futuro Gobierno.

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