La ventana
Luis Carlos Peris
Realidad tras unos sueños infundados
HACE ya muchos años, un grupo de sevillanos, preocupados por la ciudad y su reputación internacional, insistimos en la necesidad de establecer un Museo de la Ciudad. El pasado reciente, a pesar del parón de la pandemia, ha demostrado que el turismo es nuestro principal motor económico y que el relacionado con la cultura es el que hay que promover.
Para un ciudadano medio internacional, Sevilla es un jeroglífico muy difícil de descifrar. De las grandes ciudades europeas, Sevilla es una de las pocas en que su pasado islámico condicionó su devenir histórico. No quiero decir que Granada o Córdoba no hayan tenido esta misma cultura. Pero Sevilla fue especial, no solo por ser la mayor, sino por su devenir renacentista y barroco así como por su proyección americana. Este dato, que se une a su pasado romano y a su papel fundamental en la colonización de las Indias, es un puzzle de difícil comprensión. Un Museo de la Ciudad daría una visión completa de su historia y ayudaría a entender algunos aspectos como las herencias islámica y judía, la religiosidad popular, el papel de las hermandades, la Semana Santa y los orígenes y motivaciones de la Feria de Abril, sus dos celebraciones más internacionales.
El Museo de la Ciudad fue uno de los argumentos del Partido Andalucista, en los primeros años de la democracia, que planteó incluso su sede en el monasterio de San Clemente. Llegaron a realizarse unas espectaculares maquetas de los distintos periodos históricos de la ciudad que hoy están en paradero desconocido. Posteriormente, los cambios políticos y el habitual cainismo de nuestros ediles, hay que hacer lo contrario de lo que han hecho los de antes, llevó el proyecto al olvido.
En la actualidad, no existe más referencia que el pequeño e insignificante museo histórico de la Torre del Oro, completamente insuficiente para aclarar el pasado y presente de Sevilla. El proyecto de los años ochenta de incorporar en el río el viejo buque escuela Galatea de la marina española, como ampliación del espacio museístico de la Torre, también fue frustrado por la miopía de nuestros políticos. El buque, salvado in extremis, lo acabó adquiriendo la ciudad de Glasgow, donde se muestra ahora restaurado totalmente, con el nombre de Glenlee.
Sin embargo, es evidente que el turismo cultural es uno de los escasos futuros de Sevilla. El Museo de la Ciudad daría carta de naturaleza a este turismo y supondría el vértice al que apuntarían todos los otros museos, siempre disponibles para aumentar la información y el disfrute. Algunos de los aspectos que más cuestan entender a nuestros visitantes son el pasado de la ciudad, su estructura urbana, su hibridación cultural o su papel fundamental en la pintura y literatura española.
Museos de ciudades hay muchos. Madrid cuenta con uno desde 1929, Barcelona, Valencia o Murcia también tienen el suyo. En Andalucía contamos con museos de ciudad en Carmona, Málaga, Antequera o Fuengirola. Internacionalmente, París, Nueva York, Berlín e innumerables ciudades.
En cuanto a la sede, no se me ocurre mejor opción que el Monasterio de Santa Clara. Este espectacular conjunto reúne muchas características de la Sevilla histórica, en la que siempre hay una ciudad dentro de otra, al modo de las muñecas rusas. Antiguo palacio almohade, residencia de Don Fadrique, hermano de Alfonso X el Sabio, que conserva todavía la torre medieval y parte de sus casas, Monasterio de Clarisas Franciscanas y parcialmente restaurado. A su condición municipal, Santa Clara une una extensa y muy cualificada superficie. Considero que los fondos para restaurar y adaptar el monasterio a esta nueva función no serían difíciles de obtener: Gobierno, 1,5% cultural, participación europea, etcétera.
La construcción de este museo sería un empeño colectivo de gran alcance. Uniría historiadores, arqueólogos, medievalistas, arquitectos, especialistas en historia de América, universidades y academias en un proyecto común: hacer entender al sevillano y al visitante la especial y maravillosa Sevilla que disfrutamos y compartimos debido a un azaroso y complejo proceso histórico que merece ser analizado y divulgado y sin el cual, es muy difícil entender Sevilla.
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