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El espíritu del rock no cruzó el río

BURNING EN RIOFEST | Crítica

Burning ofrecieron una corta pero intensa actuación, que inició el camino a la masificación final del festival de San Juan de Aznalfarache.

Burning en acción / Nico Salas

La ficha

*** Burning. 'RioFest'. Formación: Johnny Cifuentes (teclados y voz), Carlos Gallardo (bajo), Eduardo Pinilla (guitarra), Kacho Casal (batería), Miguel Slingluff (saxo), Nico Álvarez (guitarra), Nico Roca (percusión) Lugar y fecha: Paseo fluvial de San Juan de Aznalfarache, sábado, 29 de septiembre de 2018. Aforo: Llenándose poco a poco.

El RioFest ha sido un éxito. Aunque enfocado a la masa heterogénea que disfrutaba de las últimas bandas y no a los que fuimos buscando rock'n'roll y nos sentimos al margen.

Debimos intuirlo mientras los técnicos preparaban el backline de Burning y el DJ del festival nos amenizaba con las Nancys Rubias. Y se nos heló la sonrisa cuando esperábamos que los madrileños nos diesen el bis con Qué hace una chica como tú y lo que tuvimos fue a los técnicos desmontando mientras sonaba Alaska.

Entre esos dos momentos Burning ofrecieron un concierto con el empuje vital de una música sin concesiones, con un mensaje que aún no se ha extinguido después de varias décadas. Y aunque llegaron a reunirse más de nueve mil personas, cuando ellos actuaban no éramos ni la tercera parte los que estábamos allí unidos en un sentimiento, una emoción, la que nos proporciona el rock.

Comenzaron muy mal; la única nube que empañó la total brillantez del sonido ocurrió cuando Johnny comenzó a cantar y sus micrófonos no sonaban, lo que hizo que escuchásemos un Jack Gasolina instrumental hasta que todo pudo arreglarse. Desde ahí hasta terminar con Mueve tus caderas tuvimos unos escasos 50 minutos con tan solo ocho canciones más: Bestia azul, Todo a cien, un espectacular Weekend al que solo le faltó para ser perfecto que Nico Alvárez hubiese hecho los solos de guitarra usando de slide el cuello de una botella de Jack Daniels; I'm burning, Ginebra seca enlazado a un medley stoniano… un torrente de sonido que apagó cualquier discrepancia que pudiésemos tener con este singular setlist que combinaba la nostalgia, la comunicación, el distanciamiento y el cachondeo, una mezcla que puede ser ridícula o, como aquí, adquirir la consistencia de una ideología vital.

Solo con ellos fue cuando palpamos en primera persona las causas de la inmortalidad del rock. Menos mal que Los Secretos sí hicieron Ojos de perdida, si no el camino de regreso hubiese sido muy largo.

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