Josep Borrell, el intelectual que va por libre
Perfil
Josep Borrell corona (o no) su dilatada carrera política lidiando contra Vladimir Putin y Benjamín Netanyahu
Ministro del PSOE, le cortaron las alas tras ganar unas primarias y es un látigo contra el independentismo
Las elecciones europeas ponen hoy a prueba el estado de salud del sanchismo
El auge de la extrema derecha marca los comicios en los países europeos
"Borrell, cuidado con él". Antonio Gala regalaba este pareado cada vez que nombraba a este político que siempre está en el sitio y a la hora correctos. Como un ariete de los caros que marca gol cada vez que toca el balón. Y lleva en el lugar adecuado más de cuatro décadas, primero porque sabe posicionarse y huele dónde va a ir el esférico y segundo porque ha ido a menudo a su aire. Intelectual y libre, Josep Borrell (Puebla de Segur, Lérida, 1947), lo vale y lo sabe, por eso sienta cátedra cuando toma la palabra, cadenciosamente, para hablar sin tapujos, a veces de más.
Tras estas elecciones europeas, corona su carrera, aunque nadie cree que un hiperactivo como él se vaya a quedar quieto a sus 77 años y lo mismo agarra otra silla en Bruselas, como Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores (Mister PESC) y vicepresidente de la Comisión Europea, teniendo que lidiar con tres conflictos de alto voltaje: la pandemia, la guerra de Ucrania tras el ataque de Rusia y la ofensiva de Israel contra Palestina tras el agresión de Hamas en suelo hebreo el 7 de octubre.
En el primer caso, Europa reaccionó rápido y con eficiencia a la grave crisis sanitaria mundial; en los dos segundos, el español se ha puesto al lado del débil con algunos mensajes contundentes y, digamos, poco diplomáticos. Sufrió en sus carnes el desplante de su homólogo ruso, Sergei Lavrov, perro de presa de Vladimir Putin, antes de que el Kremlin mandara a sus tropas a Ucrania y con Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, también se ha lanzado dardos por su descarnada acción contra el pueblo palestino. Borrell conoce bien el avispero de Oriente Próximo desde hace 55 años, cuando en 1969 pasó un verano en un kibutz. El catalán, qué raro, también estuvo allí.
Como ha estado siempre echando un pulso al secesionismo catalán a brazo partido (Las cuentas y los cuentos de la independencia), aunque su presidente, Pedro Sánchez, haya tenido que hocicar para poder ser investido gracias a ERC y JxCat, otorgando todo tipo de parabienes y perdones al soberanismo. Eso sí, cuando el líder socialista, camaleónico como nadie a la hora de cambiar de opinión, subió al poder colocó al enemigo público número uno de los independentistas (el amigo Borrell) al frente del Ministerio de Exteriores para contrarrestar las campañas victimistas catalanistas en el exterior a favor de la autodeterminación.
El euroazote del procés, como certeramente lo calificó el compañero Roberto Pareja en este diario hace justo seis años. De hecho, tanta es la animadversión y la urticaria que provoca en los secesionistas que no asomó el pescuezo en la campaña de las elecciones catalanas para no perjudicar a Salvador Illa, aun siendo el político español más relevante en la UE y, por ende, en el planeta. Hace dos décadas, Tomás Monago, otro colega de bancada, lo definió como brillante, ambicioso y controvertido, además de un socialdemócrata de manual y, según sus detractores, un soberbio displicente. Amén.
Nunca ha ocultado este ingeniero aeronáutico y doctor en Economía (ojo: también pasó por Stanford) su hambre de poder. Militante socialista desde el franquismo, aterrizó en la Administración socialista con la llegada a La Moncloa de Felipe González. Tras ser secretario de Estado de Presupuesto y Gasto Público, ganó popularidad desde 1984 al ser nombrado secretario de Estado de Hacienda, cargo que ostentó hasta 1991 para erigirse en el gran azote de los contribuyentes ilustres como Lola Flores –aún es recordada aquella petición para que cada español le diera una peseta tras ser cazada por el fisco– o a Pedro Ruiz.
Triunfo ante Almunia
Premió González su buen hacer con la cartera de Obras Públicas, donde tuvo luces –modernizó las redes viaria y ferroviaria, estimuló la creación de viviendas, agilizó Correos y puso en marcha el Plan Hidrológico Nacional– y sombras –principalmente la polémica con su compañero José Bono a cuenta de un trazado de la autovía Madrid-Valencia por su impacto medioambiental en Las Hoces del Cabriel. Cuidado con él...
Llegó Aznar al poder y salieron los socialistas. Borrell se había postulado para ser candidato socialista a las elecciones generales del 96. Agua. Persistente, el catalán volvió a la carga dos años para pelear con Joaquín Almunia las primarias del PSOE con todo el aparato en su contra... y ganó. Fue una precuela de lo que ocurrió en 2014 con Pedro Sánchez en su pugna por el trono de Ferraz con Eduardo Madina, episodio repetido en 2017 cuando el hoy presidente del Gobierno arrolló a Susana Díaz en la lucha sin cuartel por la Secretaría General Socialista.
La felicidad a Borrell por derrotar a Almunia le duró 13 meses escasos –uno de sus lunares fue el enfrentamiento con Aznar en el Debate sobre el Estado de la Nación, donde se empeñó en sacar a relucir su cara más académica con datos y más datos–, pues un caso de corrupción golpeó a dos de sus colaboradores (Huguet y Aguiar) por ocultar a Hacienda –precisamente a Hacienda– sus inversiones en Bolsa. También consta en su currículum algún punto negro como su paso por el consejo de administración de Abengoa.
Borrell tuvo que hacer el petate y en junio de 2004 encabezó –igual que en 2019– la lista socialista en las elecciones europeas y al mes siguiente fue elegido presidente de la Eurocámara hasta 2007. Más adelante emigró a Florencia para ocuparse del Instituto Universitario Europeo. Su posición en contra de los poderes fácticos socialistas en la pugna interna entre Sánchez y Díaz le valió el Ministerio de Exteriores en 2018, aunque después el líder del PSOE lo mandó a Bruselas, donde subió a los altares al ser elegido jefe de la diplomacia de la Unión. Está por ver si España obtiene un puesto tan relevante en Europa tras este 9-J.
Suena para comisaria de temas de medio ambiente Teresa Ribera, aunque no cuenta con la misma relevancia que el cargo de este ilerdense, a quien inquieta el auge de la ultraderecha, sabe cuatro idiomas, ama la pesca y las matemáticas, tiene dos hijos y está casado en segundas nupcias con Cristina Narbona, presidenta del PSOE. Hijo de panadero, al intelectual que va por libre seguro que se le ocurre alguna tarea a la que encomendarse a sus 77 años. Al tiempo.
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