Síndrome expresivo 52

Gramática divertida: juega, crea y colorea

Gramática divertida: juega, crea y colorea

Gramática divertida: juega, crea y colorea

El estudio de la gramática no goza de gran predicamento entre los comités de expertos dedicados en cuerpo y alma a guiar la elaboración de currículos y leyes educativas. En general, aluden a la falta de utilidad de unos conceptos teóricos, alejados de las expectativas de los jóvenes del filtro de Instagram: "Caminemos juntos hacia una escuela del saber hacer y guardemos bajo siete llaves los contenidos teóricos y memorísticos". Sin anestesia, my friend.

Desde luego, querido lector, todos acatamos la verdad suprema del saber hacer sin un sólido conocimiento ni una reflexión previa sobre los mecanismos intrínsecos al sistema lingüístico. ¡Maldita memoria, Sancho! No me explico cómo hemos podido evolucionar varias generaciones en las tinieblas del estudio de conceptos, obligados a la lectura de libros de texto sin dibujitos y sin actividades megadivertidas y extralúdicas. Ahora, lo que prima es la práctica de proyectos de investigación, las comunidades de aprendizaje digitales o la integración de las aplicaciones tecnológicas en las diferentes disciplinas de estudio. Divierte y convencerás.

Como consecuencia, el desprestigio de la enseñanza de conceptos teóricos básicos se está extendiendo en nuestras aulas. En el parque temático de la educación nacional, el joven juega, crea y colorea. Tanto se divierte que, en los últimos años, los profesores de Lengua y Literatura Castellana hemos detectado el aumento de casos del “síndrome del lingüista cachondo”. ¿Sorprendido, querido lector? Debo reconocer que, al principio, yo también sentía un cierto estupor ante los efectos de este trastorno expresivo pero, con el paso del tiempo, a todo se acostumbra uno. Estos episodios de humor lingüístico nos reconcilian con el mundo y nos recuerdan la importancia social de nuestra profesión. A grandes rasgos, los síntomas de esta enfermedad comunicativa pueden resumirse en los siguientes puntos:

  1. El lingüista cachondo escribe como un pollo sin cabeza durante las pruebas escritas. Lo importante es rellenar el vacío de la página en blanco, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. A veces, el ilustre redactor descansa unos segundos para tomar aire y refrescar la maltrecha muñeca. Al final de la supuesta composición escrita, no esconde una sonrisa de orgullo por el trabajo bien hecho. Así, remata la reflexión ante sus compañeros de clase con la sentencia: “Me ha salido de escándalo: me he enrollado”. Ni don Gregorio.
  2. Una de las bromas más habituales del lingüista cachondo es el empleo ocasional del punto y coma. Con una lógica aplastante, el inexperto redactor esgrime el siguiente argumento en su defensa: “Profesor, a mí siempre me han dicho que lo importante es investigar (cortar y pegar) y presentar el tema en formato digital. Lo de estudiar las reglas de puntuación y emplearlas bien es muy antiguo”. Ante tal razonamiento impecable, suelo plantear la pregunta: “Entonces, ¿por qué recurres al punto y coma, si desconoces las reglas básicas de uso?”. Dos son las respuestas clásicas. Agárrate a lo que tengas a tu alcance, eximio lector. No tienen desperdicio: “Cuando escribo muchas comas, intento poner un punto y coma para variar un poco. Además, parece culto. No sé, es cool”. Ni Paco Gandía.
  3. Hilarante resulta la combinación de los puntos suspensivos y el etcétera. Como no estructuran ni planifican los conceptos teóricos antes de la redacción, son típicas las enumeraciones de datos y conceptos acabadas en un graciosísimo ‘..., etc.’. Parece como si no quisieran abrumar al lector con su sabiduría infinita o, en otros casos, intentan crear una tensión narrativa con este recurso de intriga. ¡Lo peor es que creen que escriben de cine! Ni Agata Christie.
  4. En cuanto al vocabulario, el lingüista cachondo suele diseminar en sus escritos algunas perlas idiomáticas en forma de atentado a la riqueza semántica de la lengua. Así, no esconden el difícil don para hacer reír a los demás y, de vez en cuando, llevan a sus producciones textuales la primera palabra que se les pasa por la oquedad de su cabeza. Por supuesto, no saben lo que significa, dudan sobre la ortografía correcta y son incapaces de asociar el término con el contexto comunicativo concreto. No obstante, se ponen el mundo por montera y ametrallan la página con expresiones como *idiosincracia, *vena aorta, *preveyendo o *en base a. Ni aquella ilustre modelo del candelabro.

¿Se puede superar?

No existe un consenso entre los profesores sobre la conveniencia de tratar este síndrome lingüístico: una corriente didáctica aconseja no reprimir estos impulsos expresivos por los buenos ratos que pasan los profesionales de la enseñanza durante su lectura; otros, en cambio, apelan al estudio estructurado de los conceptos teóricos gramaticales y expresivos en paralelo a la práctica de escritura. Estéril discusión, ya que en las aulas españolas triunfa una tercera vía: los alumnos deben ser felices y jugar con la escritura. Quien ose corregir los fallos expresivos con el violento y sanguinario color rojo o condenarlos al estudio de reglas gramaticales será suspendido de empleo y sueldo por aguafiestas y carca.

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