La avanzadilla científica frente al virus del Nilo
La Estación Biológica de Doñana amplía sus estudios tras el brote
Científicos del CSIC investigan cómo el patógeno logra pasar el invierno y resurgir en primavera
De momento, la concentración de mosquitos es menor a la del año pasado y aún no se ha detectado ningún positivo en VNO
Jordi Figuerola, experto en zoonosis, advierte que se va tarde en los tratamientos preventivos
Uno de los empeños de los científicos es desmentir falsas creencias. Lo hace Jordi Figuerola, investigador principal del CSIC en la Estación Biológica de Doñana (EBD), experto en zoonosis (patógenos que pasan de animales a humanos con facilidad), al frente del equipo de seguimiento del Virus del Nilo Occidental (VNO) en mosquitos y aves, que, al poco de un encuentro en la Venta el Cruce para intentar conocer cómo es el proceso de captura de insectos y su análisis en laboratorio, aclara que lo ocurrido con el virulento brote que se dio en Sevilla en 2021 no tiene que ver con mosquitos que viajan desde Doñana. El que lo transmitió –un Cúlex, principalmente el Cúlex Perexiguus, común en Andalucía– se desplaza menos de un kilómetro.
Si infectó a vecinos en núcleos urbanos fue porque los mosquitos nacieron cerca, en un verano en el que la abundancia se disparó por las lluvias de la primavera y el calor, que acelera su ciclo. Para prevenir hay que evitar que proliferen en poblaciones, actuando con larvicidas –un tratamiento biológico, con una toxina que sólo afecta a las crías– donde las hembras dejan huevos (imbornales, piletas, cunetas que se encharcan...) y concienciando a propietarios de que piscinas sin tratar o fincas con agua acumulada pueden convertirse en criaderos. Cuando se descuida el control de los mosquitos y surge una infección transmisible al hombre, la única alternativa que queda es aplicar rápidamente ya otros tratamientos.
Figuerola también rompe con el aserto de que “si aquí ha habido mosquitos toda la vida, van a seguir”. “Si se hacen las cosas bien” –yendo contra las larvas, evitando el químico– no tiene por qué afectar a la avifauna, cuya alimentación es diversa.
Considera un avance que haya un Programa de Vigilancia y Control Integral de Vectores de la Fiebre del Nilo Occidental, que delega gran parte de la actuación en los ayuntamientos, aunque apunta algunas fallas. Se va tarde, porque hace calor y el ciclo de reproducción del mosquito se acelera en junio. También “falta preparación”: “No hay muchas empresas con capacidad de hacer tratamientos en áreas urbanas. Echar productos en el césped puede quedar bonito, pero no es efectivo”. Se necesita formación.
Figuerola señala a un referente: el Servicio de Control de Mosquitos de la Diputación de Huelva –55 trabajadores, 2,7 millones de presupuesto– una provincia colindante a Sevilla y Cádiz y en la que no hubo casos en humanos en 2020. También cuestiona la capacidad de los ayuntamientos para determinar la presencia de mosquitos, capturando también: no es sencillo, requiere conocimiento sobre la ecología de los mismos y la virología y son pocos laboratorios y personal cualificado para los análisis. Si los mosquitos no se transportan refrigerados, por ejemplo, se pierde el virus que es “delicado” y se pueden producir falsos negativos y hasta el CSIC tiene dificultad para lograr suministro estable de todo el material necesario para los análisis.
Dos líneas principales de investigación
Al margen de su opinión cualificada de experto que reclama más coordinación y protocolos unificados, los equipos que dirige desde Sevilla se centran en dos líneas principales de investigación en relación a los mosquitos. Una es de seguimiento y vigilancia, para saber qué factores hacen que haya más, se pueda predecir su evolución y buscar patógenos. Cuenta con 124.000 euros de fondos aportados por el CSIC para 2021 y 2022 para cubrir análisis y el contrato de dos técnicos, además del personal de la EBD en estos estudios sobre mosquitos y aves.
La segunda línea es menos conocida, pero trascendental. Se trata de saber cómo el VNO logra superar el invierno. Hay cuatro hipótesis: que está en las larvas, que se están analizando, aunque no se ha logrado aislarlo aún; a través de pájaros con infecciones de larga duración en sus órganos; que intervengan garrapatas o que son las propias hembras que sobreviven al invierno las que lo mantienen hasta la siguiente primavera.
Porque es un hecho que el VNO está de forma permanente en muchos puntos de Andalucía occidental. Los últimos brotes no se han producido por aves migratorias que lo hayan introducido desde África. Se mantiene en Andalucía y afecta también a aves autóctonas.
Los informes que lo advirtieron: aislado en mosquitos en 2006
Figuerola recuerda que las estadísticas recogen cada año un número de encefalitis no filiadas en humanos. Algunas podrían deberse a virus que transmiten los mosquitos –el VNO, el Usutu, Granada o Toscana–. Y están los casos diagnosticados. Desde 2003, se vienen encontrando anticuerpos en aves residentes y se detectó en mosquitos por primera vez en Andalucía en 2006. Ese año el CSIC y el Servicio de Control de Mosquitos de la Diputación de Huelva entregó un informe a la Junta con la necesidad de fijar un programa de vigilancia y control.
Volvió a hacerlo en 2010, cuando se contagiaron dos hombres en la Bahía de Cádiz; y en 2016, con tres casos en el entorno de las marismas. “Cada vez que ha habido brotes en caballos y humanos, se nos ha convocado, han pedido propuestas y tal y como se terminaba el brote, se olvidaban”, se lamenta Figuerola, que forma parte del grupo de expertos creado a raíz del último brote, que vuelve a reunirse la semana que viene.
Las respuestas y las soluciones están en la ciencia, de momento sin apoyo financiero de la Junta y los ayuntamientos. Invita a preguntarse por el impacto que un brote de la fiebre del VNO como el que se produjo en 2020 hubiera tenido para todo el país sin el Covid-19: 71 casos de menigoencefalitis por VNO en Andalucía cuando esta deriva grave de se da en menos del 1% de los infectados. Es mucho. Debería ser prioridad combatirlo por ser un problema de salud pública y por el turismo.
Capturas y PCR a mosquitos
En cuanto al control de mosquitos en el campo, es Álvaro Solís el técnico encargado de hacer las capturas y clasificación. Recoge cada semana los ejemplares de 15 trampas instaladas para este proyecto –aunque hay más, referencia para el CSIC desde hace años– en el entorno de Palomares, La Puebla, la finca coriana de La Hampa, la Dehesa de Abajo y en la Cañada de los Pájaros. Si hay aumento de mosquitos y patógenos se evidencia antes en el campo.
Consisten en una caja de hielo seco que se evapora y suelta un flujo de CO2 similar a la respiración humana. Un ventilador, activado por una batería de moto, hace que los insectos queden atrapados. El día del reportaje –viernes 21 de mayo en la Dehesa de Abajo, los arrozales no se inundan hasta el 28– podría haber unos 150 en una de las bolsas extraídas. Los números no son excesivos, salvo en algunos puntos del entorno de La Puebla. En 2020 se llegaban a recoger hasta 3.000 en 24 horas, con un récord de 6.000 en una jornada. Por deferencia, Figuerola informa de los datos a responsables municipales de Coria y La Puebla.
Ya en los laboratorios de la EBD, Solís separa las hembras (las que pican) por especies, localidad y día. Hacen falta 50 para hacer una PCR. Se venía detectando de media un positivo en VNO por cada mil ejemplares. Durante el brote, llegaron a ser entre 4 y 7,5 por 1.000. El último positivo fue en noviembre y el primero, en capturas el 14 de julio. En total fueron 31 muestras positivas, cuando en la Estación Biológica estaban acostumbrados a una o dos al año. Hasta el momento, todos los mosquitos capturados en 2021 han sido negativos.
“En condiciones normales las primeras muestras positivas se detectan en septiembre u octubre”, si es antes es que hay más circulación y riesgo de que se produzcan casos en humanos. Al surgir el brote –la acumulación de casos sospechosos en personas empezó en agosto– enviaron al Centro Nacional de Microbiología insectos almacenados, porque el año pasado no tenían personal para analizarlos en tiempo real y sus equipos para la extracción de ARN estaban en el Hospital Macarena, para el Covid.
Ya clasificados los mosquitos, es la bióloga María José Ruiz López la que explica el proceso: extraen en ARN o material genético del grupo de hembras. Hay dos tipos de PCR, una genérica que identifica grupos de grandes flavivirus –como el VNO o el Usuto, que recientemente se ha relacionado con casos de encefalitis en Bélgica e Italia y que es muy similar– y otra específica, en tiempo real. Si ésta es positiva, se envía al Centro Nacional de Microbiología, dependiente del Instituto de Salud Carlos III, centro de referencia en España, que lo confirma y comunica al Centro de Coordinación de Emergencias Sanitarias, como enfermedad de declaración obligatoria.
El encuentro entre el científico y un afectado
La casualidad hace que en la Venta el Cruce coincidan el investigador principal del CSIC en el Virus del Nilo, Jordi Figuerola, y Rafael Sosa, de la plataforma de afectados por Virus del Nilo Occidental y cuyo suegro, Victoriano Gómez, fue primera víctima mortal de las 9 asociadas a la epidemia de 2020. Sosa, además de reclamar al científico que se investigue, que se hagan cosas, que no se repita, refiere que hay más mosquitos desde que se prohibió el tratamiento contra la pudenta, “un bicho del arroz”. El científico indica que es una posibilidad porque cuando estudiaron los mosquitos de la zona en 2010 se registraba una caída brusca de Cúlex perexiguus, que ahora no se da hasta octubre o noviembre. Aunque era posterior a las fechas de los brotes, están considerando la posibilidad de los efectos a largo plazo. En la actualidad se están analizando la serie de datos para determinar cómo los cambios en las condiciones ambientales pueden haber influido en la multiplicación del principal mosquito transmisor del virus en la zona. Considera que se deben buscar alternativas económicamente viables y compatibles con el cultivo integrado del arroz que reduzcan la abundancia de los mosquitos en el entorno de zonas habitadas, por ejemplo, con tratamientos larvicidas a final de junio o inicio de julio al menos en arrozales cercanos a viviendas, no hace falta hacerlo en las 36.000 hectáreas de arrozal de la zona.
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