Federico Nogales

Los parlamentarios y su partido

La democracia nació de una concepción individualista de la sociedad, o sea, de esa concepción para la cual la sociedad, en especial la sociedad política, es un producto artificial de la voluntad de los individuos. El modelo ideal de la sociedad democrática fue en su origen el de una sociedad centrípeta. Pero la realidad que tenemos hoy ante nuestros ojos es la de una sociedad centrífuga, que no tiene un solo centro de poder, sino muchos. Y por lo tanto sus respectivos promotores y defensores, miembros de partidos, están sometidos a la disciplina interna de su formación, disciplina de la que cuando excepcionalmente se apartan lo hacen -y hay que tener mucho ojo aquí y no engañarse infantilmente- no para defender como afirman intereses generales frente a intereses de facción, sino obedeciendo a grupos de presión, también instalados en otros centros de poder, en no pocas ocasiones mucho más influyentes y determinantes que los centros políticos, que representan intereses más particulares aún que los de los partidos. Es por eso que cuando oímos decir con engolamiento y pomposidad, cuando no con fingida emoción, que todo miembro de un Parlamento representa a la nación, a la región, comprobamos de inmediato que la proclama no es sólo falsa, sino que además suena ridícula. Los parlamentarios representan a sus partidos. Y si quienes los han votado creen que cuando discursean desde la tribuna o desde su escaño están oyendo su voz y se están defendiendo sus intereses es que viven, ilusos y quién sabe si tal vez drogados al modo de Alicia, en otro país, pero no en el de las Maravillas, sino en el de las Falacias.

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