La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La pelusilla en Sevilla es una maravilla

No hay como tener un buen enemigo que te organice el homenaje al jubilarte o al partir al otro mundo... La Feria larga nos retrata como tiesos La hora de ciudadanos maduros ante un Gobierno humillado ¿Generación o sociedad de cristal?

Un brindis.

Un brindis.

Sevilla es una ciudad donde no sólo se entierra divinamente al igual que en las demás capitales de España, sino en la que los mejores homenajes te los organiza el enemigo. Usted se jubila o cambia de destino profesional y no falta el avieso compañero dispuesto a organizarle la fiesta de homenaje con la que blanquear los gatos propios en la barriga. Hemos asistido a copas de despedidas perfecta y maravillosamente organizadas en homenaje de personas entrañables a las que hemos dado la enhorabuena por el cariño “tan verdadero y auténtico” que le habían demostrado sus compañeros de pupitre laboral. “Qué bien los hemos pasado. Quien te haya montado esto es un verdadero amigo”. “Pues ha sido Fulanita, la que me ha hecho más jangás que nadie durante tantos años”. Las páginas de los periódicos publican crónicas impagables de la hipocresía social institucionalizada. Si en Sevilla el silencio es la mejor y mas sólida muestra de reconocimiento, no se pierdan las sesiones de homenaje póstumas, las ediciones de los libros recopilatorios y hasta algunas necrológicas. Son verdaderas joyas. Leemos cuanto se exalta del finado e imaginamos al autor del panegírico confesando en San Onofre. En esta ciudad pasas de no creer en Dios a pronunciar pregones con múltiples referencias a pasajes bíblicos, encíclicas y cartas pastorales. Aquí cabemos todos, oiga. Claro que sí. Es nuestra virtud. Sevilla tiene su gracia. Largan de la guasa de la ciudad, ¿pero acaso no tenemos gracia? Tenemos muy bien integrados a los enemigos. Y cuando así no ocurre lamentamos las efectos. Los enemigos fundan hermandades paralelas, clubes de fútbol alternativos y hasta partidos políticos. El enemigo tiene que estar cerca, al calor de la lumbre, marcado siempre por el campo de acción de nuestra mirada. Un buen enemigo te acompaña en la grada del fútbol, en la copa de Navidad, en el arroz de la pre-Feria en la caseta, en la cerveza de mediodía junto al templo el día de la salida de la cofradía, te visita en el piso de la playa...

Los enemigos en Sevilla son muy productivos en la vida social. Taimados, siempre detrás del faldón, dispuestos a pronunciar una palabritas el día del final de tu carrera laboral o en tus veinticinco años de socio del club recreativo, y prestos a dirigir uno de los brindis en la boda de tu hijo en los Salones Osiris tras dar cuenta del menú de consomé al Jerez y entrecot con patatas panaderas. Hay que cuidar a los envidiosillos como a los canarios a los que todos los días se les renueva el agua y se les rellena el alpiste. Te loan como vampiros para absorberte el prestigio que les falta. Sevilla es maravillosa. Blanqueamos cono nadie la pelusilla.

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