La lluvia en Sevilla

Una cultura de la cultura

El provecho de la cultura se computa en cosas imponderables e incómodas, como el pensamiento crítico

Algo rechina cuando las declaraciones de responsables políticos de todo nivel relacionadas con la cultura subrayan, lo primero, el dinero que un evento cultural va a dejar, las plazas hoteleras reservadas o los miles de personas que visitarán Sevilla para admirar su patrimonio. Como si la riqueza que aporta la cultura fuera ponderable, principal y exclusivamente, en euros y su fin fuese estar al servicio de la economía, fomentar el turismo o sacarle brillo a la imagen de marca de una ciudad.

Por supuesto que quienes trabajan en la cultura tienen que cobrar por su trabajo, a poder ser sin que los precaricen; por supuesto que el sector cultural puede ser un motor económico, y por supuesto que se necesitan inversiones y medios para llevar a cabo los proyectos. Hasta aquí, perfecto. La distorsión –o el cambio de modelo- viene cuando la gestión pública olvida que su misión principal al programar o impulsar la cultura no es ser rentables ni “situar Sevilla en el mapa” (llevamos milenios en él), sino consolidarla para la ciudadanía: bibliotecas municipales bien provistas; programas de desarrollo cultural en centros cívicos; festivales, ciclos y actividades con permanencia y calidad que cuenten con el tejido cultural de la ciudad y fomenten la participación; procesos culturales que vertebren y contribuyan a la transformación social… Para esto sirve la cultura en un sistema democrático. El provecho de la cultura se computa en cosas imponderables e incómodas, como el pensamiento crítico, la apertura de razón y corazón, la creatividad o el contacto con la belleza.

Si la cultura de base se desdibuja en aras de una cultura de la espectacularización y de una espectacularización de la cultura, perdemos lo más importante: generar una cultura de la cultura, un hábito en las gentes a asistir a su club de lectura, a la feria del libro, al festival de cine, al cuentacuentos… “Esto no es incompatible con atraer eventos eventuales, de macroindustria cultural o de entretenimiento, pajarita y nombres de relumbrón”, me rechistarán. Siempre y cuando la cultura como lluvia fina que cale en toda la ciudad esté garantizada, lubricada y reforzada.

Un botón: meses antes de las Municipales, escribí en esta misma página un artículo preguntándome por el presente y futuro de la Casa de los Poetas y las Letras –un referente cultural que durante una década ofreció, con gran acogida de público, una programación constante, ajustada a módicos presupuestos, en abierto y de altísima calidad–, que desde 2021 se había tragado la tierra. Desde entonces, ha pasado un cambio de gobierno y cien días de gracia. Nadie parece acordarse de lo que albergó bajo su techo, ni ya lasciate ogni speranza se la espera.

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