Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

De los barrios pobres

Sevilla es un negocio. Lo es su suelo y su aire. Lo que se pisa y lo que se respira pasa por la caja del parque temático

Es más que legítimo que en los barrios más pobres y degradados de Sevilla -esos que de vez en cuando asoman en las páginas de los periódicos y en los informativos de radio y de televisión para que durante un par de días, no más, la buena sociedad se haga la perturbada y se pregunte, farisaicamente, cómo es posible ese nivel de miseria a tan pocas yardas de su ocio y de su opulencia- ya no se crean casi nada a estas alturas. Esa opinión que se dice pública hace lo que sea por meterles optimismo en vena. ¿Pero alguien de los que la crea vive en uno de esos barrios? Escribimos y hablamos sobre ellos de oídas, informándonos a través de terceros. A veces, ni eso. Y entre estos últimos, ¿cuál de ellos lo hace desinteresadamente? ¿no busca algo a cambio? No estaría de más que en los medios de comunicación hubiera algo más de escepticismo cuando una administración pública difunde que dejará caer un aguacero de parné en esos barrios deprimidos para que su depresión -que no es sólo económica- vaya a menos. Ojalá lo consiga el Ayuntamiento con esas partidas que ha incluido el gobierno municipal en los presupuestos de 2021.

Que una ciudad como Sevilla -al igual que la mayoría que tienen sus mismas o similares características-, en este XXI, es producto del capitalismo más bestia, no lo ignora ya nadie. Su suelo es un negocio. Su aire también. Lo que se pisa y lo que se respira pasa por caja. Y también tiene que dejar beneficios lo que se ve y lo que se siente. Pero no todo sirve para este parque temático. Antes de levantarlo es necesario deshacerse de lo que no le sirve al negocio.

La mayoría de esos núcleos de población son bolsas desbordadas a fuerza de tanto querer llenarlas con familias extraídas del que había sido su hábitat natural, expulsadas del barrio en el que habían nacido y echado sus primeros pasos. No todo el mundo puede elegir dónde vivir. Eso está sólo al alcance de unos pocos. Y entre estos pocos hay unos poquísimos que deciden dónde y cómo puede vivir el resto. A esas bolsas se le añade desde hace lustros el desarraigo multiplicado de los inmigrantes, que la primera señal que reciben es la del rechazo. Entonces, la inserción laboral más rápida tiene patrones alejados de la legalidad. Para entenderlo sólo hay que ponerse en el pellejo de esa gente. Yo estoy aquí tecleando cómodamente -a la derecha del ordenador se derrite el hielo en el whiskey y suena en el estéreo el Van Morrison que rompió la pana con su Astral Weeks- sobre este asunto, pero podría, ¿por qué no?, estar en uno de esos bajos ennegrecidos de las Tres Mil aguardando a que acabe el domingo con la certeza de que el lunes amanecerá sin tan siquiera la atracción que ofrece el vértigo de la incertidumbre. Ese hobby tan burgués.

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