La lluvia en Sevilla

Zorros en la playa

Nuestro imaginario está plagado de poseidones, sirenas, leviatanes, jonases… y zorros

Como somos de un pueblo donde el jardín infantil es el campo abierto, mi padre marca a su nieto de cuatro años una frontera imaginaria: “Jesusito, más allá de aquel balate hay zorros”. Es el Hic sunt dracones rural. Jesusito cree lo que le dice el abuelo, y así juega y corretea sin que mi viejo lo pierda de vista. Yo que, como León Felipe, sé todos los cuentos, y “que la cuna del hombre la mecen con cuentos,/ que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,/ y que el miedo del hombre/ ha inventado todos los cuentos”, le exijo que no asuste al chiquillo. Padre, como esos infames revisionistas de los clásicos, me da la versión edulcorada del asunto: “Le digo que no vaya porque los zorros están durmiendo la siesta”. Y así, con esta fábula de la fábula, también me contenta a mí.

Sucede que ahora el nene está en la playa, y le ha dado por perderse de vista. Hasta que el abuelo, que sigue en su aldea, le ha advertido por teléfono: “Jesús, en el mar, más allá de donde te diga mami, también hay zorros”. Mano de santo. Por fin no se escapa del campo visual. Imagino qué imagina el niño cuando ahora mira el agua: zorros rubicundos pero subacuáticos, trepando por las olas, saliendo de zorreras portuarias. Zorros en la playa, otra nueva bestia mítica y marina para nuestro imaginario, plagado desde el origen de la Humanidad de poseidones, sirenas, leviatanes, jonases, colombres…

Todo esto se me venía a la cabeza al ver los vídeos de la orca de La Antilla. Qué susto. Y qué belleza. De pronto, una legión de bañistas de tierra firme se transforma en aguerridos reporteros que se arremolinan para grabar con el móvil esos instantes en los que no se sabe si el kraken se comerá a los que flotan en colchonetas o si es un grácil delfín que busca su pelotita. “¡Que va ‘pa’ la barca!”, grita una señora, temiendo que el rompeolas se convierta en la calle Estafeta. La aleta que corta el agua nos aviva el trauma que Tiburón, de Spielberg, nos dejó a toda una generación. Los casos fascinantes de las orcas que golpean los barcos en el Estrecho, y que bien no se conocen las razones, también nos conectan con las zonas abisales no sólo del mar sino del inconsciente, a la vez que con la fascinación por el reino animal. Y me dirán que, si esta mi columna ha de versar de Sevilla, se me acaba el espacio sin mentarla siquiera. De eso nada: cuenta Antonio Machado que sus padres se conocieron cuando “unos delfines, equivocando su camino y a favor de la marea, se habían adentrado por el Guadalquivir llegando hasta Sevilla”. De nuevo, antes y ahora, el asombro, la belleza y la brizna de sustito en el corazón humano. ¿Eran delfines? ¿Serán orcas? Son siempre –sostiene Jesusito– unos preciosos zorros de mar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios