La lluvia en Sevilla

Ut pictura...

Murillo murió al caerse de un andamio, no de pincharse, cual Rilke, con una pura contradicción

Si quieres saber si es buen pintor, no escrutes la cara de sus retratos, fíjate en las manos", me decía, mientras paseábamos por las salas del Museo de Bellas Artes, despejadas a pesar de ser de entrada libre. Poso la mirada sobre la mano izquierda de Santa Catalina de Alejandría, obra expuesta desde el martes, y certifico que Murillo es un genial artista. Desde la mano, me guío por los pliegues de la blusa hasta el color de los paños y el brillo de la espada. Puedo intuir los símbolos, y sin duda en un rato bichearé en Google qué tal fue el martirio de la tal Catalina, que en Sevilla tiene templo advocado donde estuvo esta pieza artística hasta la invasión napoleónica. No sé si sé de artes, quizá depende de con quién me compare. Pero a mí y a cualquiera nos nutre el hecho de entrar en contacto con la belleza, con lo lento y trascendente, dicho sea sin pedantería. La pintura nos ofrece este servicio. Cualquiera que se roce con el placer estético hasta abrir los ojos, tiene abierta la puerta a eso que se llama vivir mejor. Para ello no hace falta poner los ojos en blanco ni cara de decadente. Murillo murió al caerse de un andamio, no de pincharse, cual Rilke, con una pura contradicción. Cada giornata tiene algo de jornal, su puntito obrero. Incluida la de los pintautores. En correspondencia, conviene asistir a contemplar las obras pictóricas sin pamplinas. Nos impregnan mucho más de lo que pensamos.

Este es el valor del arte, que no su precio, aunque esto último es lo que en este mundo importa. Adquirir, para que permanezca en Sevilla el San Pedro penitente nos saldría por la tapa de los sesos. No sé qué presupuestos manejan la Junta, el Estado y el Ayuntamiento, sólo sé que los dineros para cultura han de repartirse equitativamente entre las diversas áreas que abordan. También sé que la cultura ha de ser para el pueblo o la ciudadanía -como prefieran llamarlo- y no primeramente un reclamo para el turismo, como si las obras plásticas fuesen las luces de Vigo. La riqueza que genera el arte es, antes que ninguna otra, una riqueza en sí, ajena al lucro.

La pintura de Sevilla puede lucir más y mejor. Sorprende no encontrar como quisiéramos, más a la mano, obras como la de Romero Ressendi, o que durante la pandemia, cuando ya podíamos salir a la calle y a los comercios, muchos museos y monumentos no fueran visitables para solaz de los sevillanos, y que abrieran casi en vísperas de reanudarse el turisteo. Poco tiempo les tomaría a los sevillanos engancharse de veras a dedicar su tiempo libre a gozar del arte a poco que ello se incentivara más allá de la mogollónica Noche en Blanco. Las transformaciones profundas tienen su casa en la educación y la cultura

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