La lluvia en Sevilla

Turismo de rebequita

El ‘turismo de rebequita’, ese lujo que cada vez más personas comienzan a preferir, no es ni será aquí

La escena es digna de una peli distópica. Sevilla, octubre, cinco en sombra de la tarde. El geolocalizador que guardo dentro de mi porción de coltán me indica que la siguiente parada es la mía. Me bajo en aquella travesía sin árboles. Se me viene a la cabeza una de las localizaciones de El hijo zurdo. Esta avenida, proyectada a la manera de cualquiera en cualquier periferia urbana, sólo puede estar en Sevilla. No hay un alma. Un termómetro al sol muta el tiempo del reloj por el otro tiempo no menos inclemente: 40 grados. Comienzo a caminar, y siento una música lejana que poco a poco se va acercando (o, mejor dicho, soy yo la que se va acercando a ella). Son sones de zambombas y campanillas: en un bar rotulado en un cartel rojo de Cocacola, un coro rociero ensaya para la Navidad. Movimiento ascendente con cámara grúa. Toma buena. A positivar. Secuencia de un fin del mundo con sabor local.

No conozco un inicio de octubre en Sevilla que no sea caliente, pero es la primera vez que en este mes no abro las ventanas de noche porque entra calor. Llegará el frío, quizá, o un chaparrón esporádico con el que quienes cierran los ojos al desastre se sentirán armados de sinrazón para seguir cerrándolos. Quienes sí son conscientes de lo que ya está aquí, tienen bastantes incógnitas que despejar. La principal es cómo vivir con dicha. No hace falta más que dar un paseo para sentir la acedia, esa aflicción que alcanza su cénit cuando el sol está en el suyo. Si el nublado perpetuo ataca a la salud mental, esta chicharrera no es menos retadora. Otrosí, los desarrollos urbanísticos que ha experimentado la ciudad a lo largo de décadas están pensados más para sobrevivir que para vivir, más para transitar que para estarse. Ya podemos seguir presumiendo de que vivimos mucho la calle, mas demasiadas calles y plazas duras –salvo las de solera y las solariegas– no están pensadas precisamente para ser acogedoras, con sombras verdes y espacios comunes amables que no hayan sido invadidos por veladores.

La otra incógnita está en el modelo de desarrollo económico tan enfocado en el turismo. Diversificación o mort. A Sevilla le está tocando –hace décadas ya iba tardísimo– buscarse otros motores y ruedas de tracción. Ser punteros en otras cosas, con objeto de tener en igualdad una existencia más humana, es cuestión de inteligencia, audacia y determinación. Vamos tarde, estamos lejos y no vamos en buena dirección. El turismo de rebequita, ese lujo que cada vez más personas comienzan a preferir, no es ni será aquí. A nivel mundial, el mapa del tesoro turístico está cambiando. Más vale ser conscientes de nuestra valía y potencialidades, y a allanar con más afán otros caminos.

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