La lluvia en Sevilla

Sevilla sobreexcitada

¿Qué ordenanza autoriza a subir los decibelios en los Grammys como jamás se toleraría en una velá

Del mismo modo que a las personas muy ocupadas, de actividad frenética en asuntos de supuesta importancia y sin ni un minuto para dedicarlo realmente a sí mismas (a la introspección o al silencio, pongo por caso) las consideramos equivocadamente gente de éxito, así también las ciudades que padecen una sobreexcitación y saturación mogollónica las confundimos con paraísos de bienestar y prosperidad. Es el caso de esta Sevilla hiperventilada y exhausta, la del índice gordo de ocupación hotelera y del cartel de sold out, que en cristiano quiere decir, literalmente, “agotada”. Al igual que el cuerpo físico sufre las marcas de la vida acelerada, el estrés, la ansiedad, y de la precariedad unida al espoleo continuo del deseo de cosas que se compran y venden; el cuerpo social y el espíritu de la ciudad se resienten y consumen en esta aceleración y sobreexcitación que no nos pertenece, y por eso aniquila.

Sevilla bien puede excitarse siguiendo sus propios ciclos, engalanarse en sus fiestas, por ejemplo, darlo todo en ellas en una combustión lenta y continua, y regresar luego a su compás diario. Eso no la agosta, la revitaliza. El problema comienza cuando una ciudad, en vez de evolucionar en su propio ritmo, se autoexplota y se pasa de revoluciones y decibelios hasta quedar sin resuello. Entre el cansancio de alguien que regresa a casa –pongo por caso– después de una Madrugá, una noche en Torres Macarena o un concierto del Nocturama, y el de quienes, la pasada noche del miércoles, no pudimos conciliar el sueño porque casi se nos descuelgan las vísceras de la vibración y el ruido de los altavoces del concierto electrolatino en la Plaza de España, hay una diferencia de naturaleza y, por tanto, de gracia. ¿Qué ordenanza autoriza a subir los decibelios en eventos de los Grammys como jamás se toleraría en una velá ni en un concierto punk?

Los sacerdotes del economicismo nos consuelan: “Soportad, los Latin Grammys van a dejar en Sevilla 50 millones de euros”. Me pregunto si nos sale a cuenta, a quién se los dejan, si eso acaso se reinvierte en hacer una Sevilla más habitable o vertebrada, y dónde hay que pasar a recoger lo que nos corresponde (tocamos a 72 euros por cabeza). También me pregunto si queremos vivir en una ciudad lacaya de grandes pollos a los que nunca fuimos invitados, saturada de eventos eventuales, como si esto fuese un photocall en vez de una ciudad que se hace respetar. Yo prefiero vivir en un lugar amable para niños y adultos, con vida propia y carácter, admirada y deseada por vivir a su propio ritmo. Hay una Sevilla dormida, incluso adormilada, que a Chaves Nogales o a los apócrifos de Antonio Machado exasperaba, y que –quién me lo iba a decir– últimamente comienzo a añorar un poquito-demasiao.

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