La lluvia en Sevilla

Semana poco Santa

En la Semana Lluviada y Santa, a algunos usuarios de redes por poquitas no se les sale el ombligo

Quién fuera Amalia Domingo Soler para plantificar la güija en vez del wifi, contactar con Jung y decirle “¡Te estás perdiendo una buena!”. No hay vez que entre en Twitter, Equis o comoquiera que se llame, que no me encomiende al fundador de la psicología analítica. Si el suizo, al que los dioses tienen en su gloria, levantara la cabeza y entrara en las redes sociales en Semana Santa, daría mortales patrás. Términos junguianos como la sombra, el desvelamiento del lado oscuro del yo a través de la máscara o el inconsciente colectivo, se hacen verbo y vídeos, y habitan entre nosotros de manera densa y visible, tanto, que comienzo a pensar que los algoritmos acabarán por arrumbar conceptos tales como destino o libre albedrío. Son útiles y sanas las redes para la militancia de la ciudadanía que padece bajo el poder de los nuevos Pilatos; sirven para guardar y leer luego contenidos que nos interesan; son geniales si quien teclea tiene alma de aforista poético. Y me lo paso bomba con algunas ocurrencias, hay memes que estánsembraos. Todo esto atornilla el lugar común que sentencia que la tecnología no es ni buena ni mala, pero nos ubica en un entorno inédito. Con la convergencia tecnológica, los apocalípticos podemos habitar las redes como perfectos integrados sin que eso nos suponga contradicción. Ahora bien: las redes, en especial las que sirven para opinar son, además de espejo negro, un pozo oscuro.

En la Semana Lluviada y Santa que acabamos de vivir, a algunos usuarios de redes por poquitas no se les sale el ombligo. Qué intensidad, qué regomellos, cuánto jaleo, qué de pétalos, qué persignación, qué bullas, qué de gente llevando la razón. Me ha aliviado leer a algún colega de este su Diario señalar esto mismo, y su cansancio. Hay quienes, a falta de estación de penitencia o de extenuar los cuerpos pateándose Sevilla, en vez de expiar sus pecados han acabado por arrojárnoslos a la cabeza, descalabrándonos. Algunos pirómanos no sabían ya cómo atizar el fuego infernal. Hasta los memes más entrañables han acabado por hacerse jartibles (el imaginero Darío Fernández tiene el cielito ganao). Claro que hay muchísimas gentes con la suficiente paz interior como para no odiar a todo próximo que se menee, pero ésos no suelen hacer ruido. Lo más atroz fueron las reacciones furibundas a un post de un sevillano que contaba que le habían arrancado de la ventana de su casa la bandera palestina que colgó, recordando los 13.000 niños (se dice pronto) masacrados en pocos meses por Israel, junto a su Esperanza Macarena. No sé qué ven, los que escupían bilis contra este vecino, cuando miran las imágenes, menuditas y morenas, esculpidas para mostrar a Dios hecho hombre, amor y consciencia, y a una madre que llora el asesinato de su hijo y de todo lo que él –un peligro– representa para el mundo.

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