Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Sábado noche, domingo mañana

Una mañana de domingo las horas, más lentas, ejercen un poder transformador sobre las calles y las personas

Quizá ya había dormido suficiente y eso predispuso un despertar más temprano. Pero habría seguido en la cama de no haber sido por ese ruido machacón que algunos tienen por música, un continuo martilleo de graves que se reproduce en bucle durante minutos y minutos y más minutos con el único objetivo -o así me lo parece- de taladrarte los tímpanos. Imposible conciliar el sueño. Y aún faltaban unos minutos para las ocho de la mañana del domingo. BUM BUM BUM BUM. Imposible sacarlo de la cabeza. Así que vestimenta, café y a la calle. Había que sacarle partido al madrugón. ¿Para qué cabrearse? Ser positivo, ¿no se trata de eso? Aunque algo molesto al principio, el enojo se disipó en los primeros metros del paseo. A veces, la ciudad es así de agradecida, aunque visto lo visto no tendría por qué serlo, no nos lo merecemos, tal y como nos comportamos con ella tan a menudo, demasiado a menudo.

Pero una mañana de domingo está llena de descubrimientos. El más gozoso y fructífero es el de esa otra ciudad. Y el de esos otros paisanos. Es la misma, pero no lo es. Son los mismos, pero no lo son. Como si esas horas, más lentas -con sesenta minutos que parecen muchos más-, ejercieran un poder transformador sobre las calles y las plazas y las avenidas que uno recorre y sobre los edificios ante los que pasa y en cuya observación se demora y sobre los rostros con los que uno se cruza y sobre las voces que oye. Es la misma ciudad y la misma gente de un martes o de un jueves, pero no lo es ni lo son. Hasta los dos indigentes que ya se soplan a esa hora un par de botellas de Argus y farfullan su perorata parecen otros en su amorfismo alcohólico.

De vuelta, más de dos horas después, nada ha cambiado con los del BUM BUM BUM BUM, aún no se han acostado y siguen a lo suyo. Deduzco que lo mucho que se han estado metiendo durante la noche de farra ha sido bueno y potente y que el efecto aún les dura (y les durará algo más) y lo siguen quemando. Todavía les quedan muchos años por delante para vislumbrar los sesenta. Y entonces me pregunto: ¿Quién no ha sido alguna vez como ellos o más salvaje aún? Tiempos aquellos en los que tampoco a nosotros nos importaron los vecinos. Sí, poníamos otra música, ¿pero acaso no a un volumen similar? ¿Y no era tildada por nuestros mayores como una música del demonio? ¿Y no era nuestra la ciudad, egoístamente nuestra? ¿Y no vomitamos y meamos en sus calles? Las mismas en las que nos cruzábamos ciegos con algún hombre madrugador -o despertado a la fuerza- que disfrutaba de una apacible mañana de domingo, tan distinta a las demás.

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