La lluvia en Sevilla

Ottobrate

Hay octubres de un solo y bello color y octubres, como el de Roma o Sevilla, que se pintan de muchas luces

Inmediatamente me apropié del término y del significado: "A ti lo que te pasa es que estás viviendo las ottobrate romane", me diagnosticó mi querido Gorka Larrabeiti, que lleva décadas en Roma y sabe bien de lo que habla. Yo le acababa de confesar que, desde que llegué a la ciudad y la contemplé desde la azotea de la Real Academia de España, me sentía como arrobada, no sé, mitad emocionada en silencio, mitad flipando de colorines. Un estado indescriptible, distinto al que he sentido en anteriores visitas. Y resulta que lo que me sucedía eran las ottobrate. Mejor dicho, las ottobrate le están sucediendo en estos días a la ciudad eterna.

Les cuento qué son. Cuando los romanos exclaman "¡Qué magnífica ottobrata!" se refieren a los días de octubre con una luz y unos cielos en transformación continua de tonos, texturas y nitideces. Ora la bruma difumina las cúpulas vistas desde Gianicolo, ora define en gris los foros desde la Capitolina, ora todo es azul desde el contraste anaranjado de la entrada por la vía Apia, ora todo se me antoja verde oscuro por San Saba caminito al Aventino (donde, por cierto, descubro que los árboles de la ciudad frondosa están numerados con una placa, y así no se les pierde ninguno en talas descuideras). En origen, las ottobrate eran excursiones dominicales por la ciudad que las gentes hacían en octubre, por el Testaccio y en torno a ciertos puentes y puertas que lindaban con los huertos y las vides. Hacían excursiones o incursiones, según se mire, para solazarse, cantar y poner la mirada a remojo en estos paisajes. Me río yo del turismo de aventuras, esto es vida.

Traigo todo ello a colación -sin ánimo de comparar sino de apreciar- del mes de octubre sevillano. Ensalzamos, con razón, los abriles de esta ciudad y, antes, los idus de marzo y su azahar desbrujulándonos el sentido. Pero octubre. Nuestras ottobrate, estos días azules. Me pregunto si les damos su valor, que es mucho, o si los eventos, las obras y los trabajos nos hacen mirar más al suelo que al cielo. "Pienso que los humanos no desnudan/ bastante sus palabras ni sus hábitos/ ni hacia los astros tienden ya las manos", medita Antonio Colinas.

Mientras que, en Sevilla, hacemos la primavera aún más ancha de lo que es porque la nombramos a boca llena, hacemos chico nuestro otoño, tanto, que pensamos que ni tenemos, porque es solar y hace bochorno. A fe mía que aquí también gozamos de nuestras ottobrate. Merece la alegría nombrarlo. Hay octubres de un solo color muy hermoso y octubres, como el de Roma o el de Sevilla, que se pintan de muchas luces, que por cierto no requieren de bombillas. Les deseo felices ottobrate.

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