Desde el viernes pasado y hasta que termine esta semana, la ciudad, con la fuerza atractiva que la Feria también tiene para la provincia y, por qué no, el resto de Andalucía, va a vivir los días fuertes de su mes de mayo, que es de traca, año sí y año también.

Mayo es el mes de Córdoba sin la más mínima duda. Las fiestas concretas se van sucediendo una tras otra y el ambiente festivo, en general, es el clima del mes. Es un calendario poderoso que soporta incluso bajas inesperadas de última hora como la de este año en el último compás de abril para inaugurar mayo, cuando se descabalgó la Cata sin que se sepa aún muy bien por qué, más allá de la obvia razón del espacio por los restos arqueológicos del aparcamiento de la Diputación. Aguanta también que las Cruces se desnaturalicen con los destilados chungaletos que toman las barras de la cruz, la plaza o recachita donde esté, las calles que la embocan y lo que se ponga por delante para hacerlas, especialmente de noche, un espacio tomado, en todos los sentidos. Los Patios, que son la única fiesta singularizada en el patrimonio inmaterial de la Humanidad, sacan la cabeza en el mes para decir aquí estoy yo y las largas colas de visitantes dan muestras de su éxito constante, aunque la visita a los patios se esté quedando más para quien viene de fuera que para que quienes viven dentro. Y se llega, en un frenesí, al pico del mes en una de las esquinas de la ciudad, El Arenal, para celebrar la Feria.

La nuestra es una abierta. Se nos llena la boca de decirlo. Con casetas grandes, bien puestas, donde la gente entra y sale cuando quiere. No nos molesta en exceso que con cada vez mayor frecuencia muchas de ellas cierren, que no cierran en verdad, se reservan, para realizar un evento privado, que es normalmente igual al que es abierto, pero con la gente que quieres. No nos molesta tampoco que la inmensa mayoría de las casetas digan ser de tradición, en cuanto que vienen de hermandades o de peñas o de asociaciones o de instituciones señeras de la ciudad, pero, igual también, que, de un tiempo a esta parte, la práctica totalidad de ellas estén llevadas profesionalmente. Nos importa poco que no sean, entonces, tradicionales, y en la discusión sobre si debieran serlo o no, ni entramos. Nos da un poco igual que la música, mayormente cuando el tardeo decae y se abre la noche, sea menos de feria y más de chunda-chunda ni tampoco parece inquietarnos que sea muy difícil encontrar casetas donde pagar un precio medio normal o que las familias con chiquillos tengan que llevar una cartera como una catedral para que los nenes puedan montarse en los cacharritos. Sí, no cuenta que hayamos dado definitivamente por perdida la batalla contra el botellón. Total, es Feria.

Lo que importa es eso, que es Feria y lo que no varía ni un poquito es que se pueda disfrutar a tope, a pesar de lo que aguanta y hasta a pesar de todos nosotros.

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