La lluvia en Sevilla

Especialidad en desayunos

Mi gusto por los bares de desayuno es inversamente proporcional a la cantidad de multicereal y aguacate

Por esta vez van a esperar los Latin Grammys, el mapping, las despedidas de soltero, los veladores, la casa de Cernuda que albergará un nuevo proyecto llamado Centro de las Letras –la consolidada Casa de los Poetas la mandaron hace tiempo a “donde habita el olvido”– y el resto de asuntos del cogollo de Sevilla, que es de lo que (¡autocrítica va!) nos solemos ocupar preferentemente a no ser que haya habido un buen jaleo, como si a la salida de la Puerta de Jerez colgara el lema Hic sunt dracones. Hoy se va a esperar todo porque, sin quitarle ojo, voy a hacerme un claro en el tiempo y en la barra para desayunar. Como quizá usted también lo esté haciendo en este instante. Sé de muchas y muchos de ustedes que –me habéis contado– rehusáis leernos en pantallas y buscáis cobijo en las páginas del Diario que os esperan en el bar del desayuno, junto a un café bebío.

Hay un par de bondades en la hostelería popular sevillana. La primera, que da prioridad, como manda el Señor, a dar de beber al sediento. Aquí es inconcebible llegar a una casa de comidas, sentarte en una mesa, que te pongan el cestillo del pan por delante y no te tomen nota de la bebida hasta un cuarto de hora después. Este trance lo sufro a menudo, sin ir más lejos, en Madrid: cuanto más miro el pan, más sed tengo, hasta llegar a la desesperación. La gestión dinámica de la cerveza es lo primero, y la clave de éxito de cualquier bar de barrio. La segunda bondad de “el bar nuestro de cada día” –como diría el amigo Chipi– es la especialidad en desayunos. Nuestro gusto por los locales que sirven desayunos es inversamente proporcional a la cantidad de pan con semillas, muffins (madalenas, para usted y para mí), aguacate y tacitas. Si promocionan las tostadas multicereal, el aguacate y el corazoncito efímero esculpido en el café con leche, desconfiad. Aquí nos abriga el espíritu la rapidez trepidante y profesional en despachar al paso medio mollete con aceite y el café hirviendo en vaso, que contrasta con el placer –casi regodeo– de tomarlo con cierta parsimonia. Hay algo de introspección en ese rato de romper el ayuno en compañía del periódico o de un libro, con la oreja y el rabillo del ojo puestos en los sonidos y momentos del lugar. Lo mismo que un ristretto romano, de esos que te ponen a vivir, queda lejos del turista (por mucho que las guías se empeñen en promocionarlo), la dicha íntima de los desayunos sevillanos difícilmente se puede explicar –ni falta que hace– a los visitantes. Dicen que se ha puesto de moda quedar para desayunar. Si es así, llevo a la moda años. En los placeres cotidianos cuento el de verme de cuando en cuando con algún amigo entre tostadas o, en su defecto, acompañar las de ustedes desde esta página, siempre que gusten.

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