La lluvia en Sevilla

Escritoras, las de antes

“Escritoras, las de antes” es la versión guay de la sentencia tabernaria “Mujeres, las de antes”

Dando un paseíto por Plaza Nueva, corroboro en directo lo que afirmé el pasado 18 de octubre en mi discurso inaugural de la Feria del Libro de Sevilla: se ha ampliado y diversificado el perfil de quienes escribimos y el de quienes leemos. Por fortuna, ya no es fácil hacer el retrato robot del desocupado lector, ni tampoco del escritor, figura asociada por siglos al sexo masculino e incluso a cierta clase social. Ahora, conozco a lectoras de la biblioteca municipal de Pino Montano que controlan de literatura japonesa como ya quisiera algún pedantón. Ahora, y desde hace tiempo, tienen acogida, en editoriales y en las mesillas de noche, escrituras cuya mirada y voz no se sitúan en la centralidad, gracias a las cuales podemos atravesar vivencias, historias y prismas que hasta hace poco fueron despreciados, cuando no silenciados. Ahí, las mujeres tenemos mucho que contar y, aunque les parezca mentira, quedan individuos dispuestos a despreciar, cercándola, la literatura que las escritoras ofrecen al mundo. Y es que, ¡cómo se les ocurre! las mujeres cuentan sus gozos y pozos, escriben acerca de sexo, ansiedad, amigas, naturaleza, afectos, barrio, casa, abortos, introspección, viajes, dolor, soledad, hijos, trabajo, abusos, cuerpos... Pues aún hay quienes piensan que estas son “nuestras cositas”, frente a los grandes universales, que fueron y quieren seguir siendo masculinos. Y peor aún, hay quienes dejan caer, con ridícula mala fe, que las escritoras actuales abordan todo esto obedeciendo consignas ideológicas. Aún hay quien teme, tela, a Virginia Woolf.

Esto viene a colación de un artículo (otro más, y van millones, no me canso de recomendar el ensayo de Joanna Russ al respecto), publicado en estos días contra la escritura de las mujeres. Como de costumbre, el crítico toma una cabeza de turco, en este caso la de la sevillana Silvia Hidalgo, flamante premio Tusquets, para atacar a las escritoras actuales. De las estrategias habidas para tirarnos por tierra, la que está de moda es la de proclamar: “Escritoras, las de antes”. Y no estas que vienen a enredarlo todo con esa voz tan molesta. Es la versión guay de la tabernaria “Mujeres, las de antes”. El argumento principal es que las escritorzuelas de hoy no obedecen a su gusto porque son obedientes a consignas, digamos, woke. No es porque escriban lo que les dé la gana, sino porque –se conoce– no sabemos más que obedecer… Al crítico le faltan lecturas, sin duda. Y me recordó a un tipejo que en cierta ocasión me conminó a “ser más rebelde” en mis libros. “¿Qué clase de rebelde sería si te hiciera caso?”, le pregunté. Pues así es todo el rato. Críticas tan gruesas, con las que nos seguimos desayunando, no hacen bien ni a la literatura ni a la crítica en libertad, lo convierten todo en trincheras de humo, dan cosica.

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