La lluvia en Sevilla

Confinamiento estival

Vivir una ola –tras otra– de calor sevillano es, en los usos cotidianos, más duro que aquel confinamiento

Confinamientos, los que atravieso durante el verano”, pensaba en la clausura que vivimos por el covid. Me refiero –no frivolizo– al encierro en sí, no al reguero de muerte y ruina que sembró el bicho. En términos estrictamente domésticos, aquello fue un paseo en comparación con los letargos sevillanos procurados por las olas de calor. Aquél sucedió principiando la primavera, se podía abrir las ventanas, hacer ejercicio en casa, mantener –más o menos– las funciones cognitivas, plantar un puchero; charlábamos de balcón a balcón, los amantes podían dormirse exhaustos de besos y abrazados… En una ola de calor sevillano, en cambio, el confinamiento es el de Juana la Loca: no es posible practicar sin sufrir ningún ocio ni negocio.

Quienes nos dedicamos a escribir solemos comentarlo: como la mayoría trabajamos desde casa y en soledad, aquella cuarentena apenas nos alteró la rutina, salvo en el comecome por la salud de quienes amamos y por los dineros. No necesité reinventarme horarios, ni obligarme a vestirme, ni luchar contra las tentaciones de la nevera. Otra cosa es el confinamiento estival: cuando aprieta el termómetro y no refresca, hay que reinventarse por entero, tratando de no emplear en ello demasiadas energías. El estado de vigilia se organiza en función del sueño y no al contrario (si acude la necesidad de dar una cabezada, hay que darla); la ropa, la imprescindible para no quedarse pegada en los asientos; ejercicio recomendado, respiraciones lentas y profundas; asomarse al balcón, cero; entrar la claridad por la ventana, cero; alimentación, gazpacho. Tomar decisiones, hacer panecillos en el horno, salir con la excusa de sacar al perro, tener sexo: no aplica. Para remate, las piscinas municipales no son lo que se dice el punto fuerte de esta ciudad. Insisto, vivir una ola –tras otra– de calor es, en los usos cotidianos (insisto, sin comparar la gravedad de lo que nos recluye), mucho más duro que aquel confinamiento.

Hay un elemento añadido que hace duros nuestros confinamientos estivales. Se trata de las obras completas que, cuando no es una quien las ejecuta, las hacen los vecinos y el Ayuntamiento. Las perforadoras de asfalto cavan buscando la aurora, y una de ellas acierta en el punto de acupuntura de la calle que, misteriosamente, hace vibrar el cabecero de mi cama. Habrá quien pueda declararse refugiado climático y exiliarse a la playa todo el verano, mas la mayoría resistimos aquí confinados buena parte del verano. Ahora que en el Congreso de los Estados Unidos afirman que hay ovnis, recuerdo aquel anuncio de Cruzcampo, obra del querido Rodrigo Cortés, en el que una gran nave extraterrestre a su paso por la Giralda daba sombra repentina y alivio a uno que tendía en su azotea. Welcome to Sevilla, alienígenas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios