¿Matará Yolanda a dos padres?

La política está jalonada a lo largo de la historia de traiciones por parte de los discìpulos o subalternos del traicionado

La expresión “matar al padre” se debe al neurólogo y psiquiatra austriaco de origen judío Sigmund Freud, del que, en la edad del criterio desatado, leí la Introducción al psicoanálisis editada en 1975 por Alianza en su colección Libro de Bolsillo. Yo tendría 17 años cuando cayó en mis manos, quién sabe por qué azaroso conducto. Sin solución de continuidad, me zampé Escritos sobre la histeria, del mismo Freud y la misma Alianza, cuya portada –un cristal negro y roto– me causaba gran inquietud: desde entonces suelo recordar, y hasta repetir ante otros, que la histeria no es dar gritos y babear –sí pueden ser síntomas, esos–, sino que consiste en la manifestación física de un problema psicológico, dicho sea con poca propiedad técnica, no sólo porque de psiquiatría sé lo mismo que de mecánica cuántica –nada–, sino porque suele suceder que damos por cierto lo que repetimos muchas veces a lo largo del tiempo. Sin a veces serlo.

Permitan el alehop: con Angela Merkel sucede algo así. Fue una reina de Europa que obligó a países como España a recortar desde 2008 el gasto público de forma severa, urgentemente, incluso con una modificación de la Constitución impuesta a Zapatero por la canciller alemana; recuerden que éramos un miembro señalado de los llamados PIGS (que significa cerdos en inglés, pero que es un acrónimo de Portugal, Italia, Grecia y España). Con el tiempo, aquella certeza sobre el “austericidio” dio paso a una mayor sensatez en el juicio: los recortes no ya eran sensatos, sino inevitables. No es viable, o sea, no tiene futuro, una economía cuyos gastos públicos se soportan de forma crónica a través de deuda creciente y transferencias externas –de la UE; en esencia, de Alemania–, porque sus ingresos fiscales nacionales naturales no alcanzan a financiar el gasto e inversión del Estado. Aun cuando sea alta, como lo es en España, la presión fiscal (que es un porcentaje que mide los impuestos frente al PIB).

Volviendo a Freud y siguiendo con Merkel, la alemana, hoy ya jubilada, “mató a su padre”. El finado fue uno de los grandes europeístas del siglo XX, Helmut Kohl; también su mecenas –la llamaba “mi niña”–, quien se sintió traicionado por ella tras un escándalo sobre financiación ilegal del CDU en la que el entonces canciller estaba implicado: fue su catapulta, y el declive de él. “Tu cara se volverá de alabastro cuando te des cuenta de que tu esclavo es tu amo”, dice una canción de The Police (Wrapped around your finger). Es un esquema clásico en la pelea por el poder. “Et tu, Brute?” le pregunta, tocado de muerte, César a su hijo adoptivo, Bruto, al apuñalarlo éste, junto a otros traidores. Ya de gallegas maneras y más de dos mil años después, Rajoy se quitó de en medio a Aznar, una presencia demasiado presente, intrusiva y poderosa en la dirección del PP. Pedro Sánchez mató a un padre triple, tras ser abochornado por el núcleo duro socialista: a la hereu que nunca lo fue, Susana Díaz; al totémico Felipe González, un gran hombre de ocaso descafeinado, y a la baronía regional, con los ya descontados Bono o Ibarra como figuras de un tiempo que no volverá. Ahora, un homicidio freudiano puede estar fraguándose, tras otro cuyo cadáver aún está caliente. Ambos liquidados a manos de Yolanda Díaz. Tan aguerrida como melosa. Tan mediática para una izquierda de vocación juvenil que muere por unas formas chic y naif, como implacable, según revela su currículum en las formaciones políticas en las que ha ocupado no pocos cargos de nivel. Yolanda parece haber matado a su padre Pablo Iglesias, un cadáver caliente. Y bien puede que acabe por ser el estilete para un superviviente nato, su presidente de facto: Pedro Sánchez. La cosa se pone frenética, casi histérica.

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