Calle Rioja

Francisco Correal

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Ganó el Van Basten de la Alameda

Celebración. En domingo sin Liga, la carbonería de la calle Parras acogió el primer torneo de Futbolín Silvio para celebrar el décimo aniversario del fanzine Te Veo creado por Rafa Iglesias

Partida de futbolín en la carbonería de la calle Parras. Rafa Iglesias muestra el trofeo para el ganador.

Partida de futbolín en la carbonería de la calle Parras. Rafa Iglesias muestra el trofeo para el ganador. / juan carlos muñoz

Ayer no hubo fútbol en Primera, pero se disputó un torneo de futbolín. El improvisado estadio, la carbonería de la calle Parra esquina con Relator. Gente dentro, gente fuera, en la calle donde nació la tonadillera Juanita Reina, que murió el mismo día que José Agustín Goytisolo, el poeta de ‘Palabras para Julia’ que jugó en el Constancia de Inca durante su servicio militar. El futbolín y la idea los puso Rafa Iglesias para celebrar los diez años de su fanzine Te Veo. El último, con dibujos de Praticó, recuerda los meses de la Exposición del 92, el último año que España quedó fuera de una Eurocopa.

Un torneo con todas las de la ley. En la cabina del bar, el carbonero Luis Astola, en su negociado futbolín rimaba con botellín. Se van apuntando las parejas de jugadores, como en el arca de Noé. Para canalizar el juego, Pipo da algunas instrucciones básicas. Fue el Van Basten de la Alameda. Colgó las botas en el Nervión. Era un delantero espigado, tipo Peter Osgood, Urzaiz o Tronco Magdaleno, ese aguerrido delantero que salía en las memorias de Alfredo DiStéfano, ‘Gracias, Viejo’.

El torneo de este día sin fútbol pero con futbolín lleva el nombre de Silvio. El saque de honor lo hizo Pive Amador con su Amada Carmen para delirio del respetable. Antes, la italiana Germana Giannini ofreció un breve repertorio con sus compañeros del coro de improvisación. El futbolín lo consiguió Rafa Iglesias en Barcelona y él mismo se encargó de restaurar las piezas. Este deporte que debería ser olímpico lo inventó un poeta anarquista gallego llamado Alejandro Finisterre (1919-2007). Lo patentó en 1937 y la idea le surgió en el hospital donde convalecía de las heridas sufridas durante el bombardeo de Madrid. Un amigo carpintero lo ayudó en el diseño. Se exilió a Francia y después a América del Sur y regresó a España en la década de los sesenta, cuando los futbolines causaban furor en la España del gol de Marcelino a la Unión Soviética.

Hoy se cumplen 48 años del final de la Copa del Generalísimo, un cáliz laico que muchos llenaron de champán. Silvio era un joven rockero de treinta años, un virtuoso del futbolín. “Yo formaba pareja con él”, cuenta Silvio. “Cuando íbamos a ensayar, antes de llegar a Camas había un local de futbolines. A él le gustaba jugar como Brasil, para atrás y después disparar con la defensa”. Una táctica que recuerda lo que Cervantes cuenta en el Quijote de la estrategia de los medos, que peleaban huyendo.

Se van formando las parejas en la carbonería que ayer no vendía carbón. Acoge también la Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón. Junto a los enseres del negocio, el carbonero tiene dibujos y libros por todos sitios. Un ejemplar del Decamerón de Bocaccio y, en la línea del aire barrionalista que pregona Rafa Iglesias, autores de la demarcación: ‘Canijo’, de Fernando Mansilla, o los Haikus de Fran Nuño, librero, editor y escritor con comercio en la calle San Luis.

Rafa Iglesias se encarga de la megafonía. A su lado, el trofeo, un jugador con aspecto de valladar inexpugnable y un balón procedente del Seminario, nombre de futbolista peruano que ganó el Pichichi. Los ganadores también se llevarían un bote con monedas de céntimos de euro. A dos años de los cincuenta de la muerte de Franco, gallego como el anarquista que inventó el futbolín. El fútbol dejó curiosas variantes: el mito del fútbol italiano Franco Baresi o el colegiado español Franco Martínez, con el que se impone la costumbre por ley no escrita de los dos apellidos para los árbitros para evitar el griterío antifranquista en plena dictadura.

La primera edición del torneo Silvio de futbolín lo ganaron Pipo y Nando. El futbolista ya retirado formó pareja con un actor que lucía una de las camisetas de Silvio con diseño de Rafa Iglesias. Ha trabajado en la película ‘Modelo 77’ de Alberto Rodríguez y en la serie ‘El hijo zurdo’ de Rafael Cobos. Otros dos nombres del barrio. De la cantera en la jerga balompédica. Rafa Iglesias es un agitador de la cultura local, habitual en el escaparate de Marcelo Culasso en la calle Feria. Con un apellido balompédico: Arsenio Iglesias entrenó al Depor y al Madrid y fue finalista de la Copa del Generalísimo (1959) con el Granada frente al Barcelona de Helenio Herrera, que en sus futbolines prefería diez antes que once. Y Julio César Iglesias fue el periodista que bautizó a la Quinta del Buitre. Hay hasta una madre dándole el biberón a su criatura. Sigue llegando gente para apuntarse. La última incorporación fue Osi, madridista tibetano. Hay quien ha cruzado el puente en esta mañana de noviembre. “Yo vengo desde Triana”. Luis de Pablos Buiza, sobrino del imaginero que llevaba su segundo apellido, le cuenta a Rafa Iglesias que cerca del Tardón había una carbonería que cuando cerró se convirtió en local de futbolines “y máquinas de petaca”. Preguntan por Julio, que debía venir desde Coca de la Piñera. Ha sido baja a última hora Andrés Herrera ‘el Pájaro’, de los músicos de Silvio.

El organizador del primer torneo Silvio de Futbolín es sureño del norte a sur, como rezaba la canción de Silvio. Nació en la vizcaína Baracaldo, que debía llamarse la Coria del Norte en justa correspondencia a la denominación balompédica de Coria como la Baracaldo del Sur, como fábrica inagotable de genios del balompié: Rogelio, Ruiz Sosa, Bizcocho, Juan Lozano, Manolo Cardo, el icono de Silvio. Hasta un bisnieto de Blas Infante (Coria fue su último destino como notario) jugó en el equipo local que tiene su estadio a orillas del Guadalquivir.

Pive Amador hizo el saque de honor con Silvio en sus oraciones, las cofrades y las subordinadas. Prepara un nuevo libro, ‘Varia Historia de la Humana Condición’. Se lo publicará Renacimiento. “Es una miscelánea como la que publicaban los nobles ociosos”. Buen sevillano amante de sus vísperas, dice que disfruta más escribiendo que publicando, “me da pena que se termine”.

La mañana acompaña. La esquina de Relator con Parras es un hervidero de gente. No hay quinielas de futbolín, pero se hacen pronósticos. La calle Parras es de las pocas que no ha cambiado, como si el tiempo se hubiera detenido. Ya no está la Bolera, ese cine de verano sin pantallas, pero queda el meandro de su caserío, la calle donde vivió Pavón, el verdugo de Sevilla como lo bautizó Romero Murube. A veces la bola vuela por la Carbonería y el propio carbonero tiene que lucirse en una palomita mientras sigue abriendo botellines y algún vermú. ¿Bético o sevillista? “Yo soy ateo”, dice Luis Astola. No conocerá la historia de la mano de Dios. El Van Basten de la Alameda celebra el triunfo con su pareja. Parecen Tip y Coll. O Faemino y Cansado, que han estado de bolo por Sevilla.

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