La piedra permanece | Crítica

Polifonía de Bosnia

  • Marc Casals retrata en 'La piedra permanece' a un pueblo que vive con perseverancia pese a las heridas de la guerra

Marc Casals publica 'La piedra permanece' en Libros del KO.

Marc Casals publica 'La piedra permanece' en Libros del KO. / José Ángel García

Los bosnios dicen que tienen tres vidas. Una antes de la guerra, otra durante la guerra y, una tercera, después de la guerra. Han pasado ya casi treinta años de la matanza producida entre croatas, serbobosnios y bosniacos musulmanes en Bosnia-Herzegovina (1992-1995). El recuerdo de la guerra y de sus atrocidades no puede soslayarse aún. Pero Marc Casals ha intentado aquí, en La piedra permanece, que aquella herida, si bien latente y pesarosa (cuando no visible aún en el paisaje de hoy), brotara de forma natural en el relato de cada uno de los 16 bosnios a los que ha ido conociendo, incluso cordialmente, durante varios años de estancia en Bosnia.

De ahí, por tanto, la presente polifonía. El autor, por voluntad de estilo, desaparece para que sea la voz de los otros, transmutada en el tiempo, la que tome su ritmo fluyente en el relato, igual que si cada una de estas voces fuera uno de esos ríos hermosos que fluyen por el pequeño país (el Drina, el Neretva, el Una, el Vrbas, el Sava) y sin los que no podría entenderse su cultura y, al cabo, su híbrido paisanaje.

La última guerra, como queda dicho, está ahí presente, como capítulo que asoma de entre el largo avatar de la historia (siglos de dominio otomano, la Frontera austrohúngara, el terrible resuello de la Segunda Guerra Mundial, hasta el desembalaje de Yugoslavia en los 90). La piedra permanece nos muestra que los bosnios de hoy, pese a todo lastre emocional, viven la vida con admirable perseverancia y humor de sí mismos. Incluso se muestran cantarines, hospitalarios y parlanchines cuando la confianza abre su ángulo al forastero.

No hay personaje aquí cuya historia no cale hondo. El vitalismo práctico de fray Mirko; el halo de sobrio dolor y soledad de Fazila cuando en Srebrenica desaparece el ruido del homenaje anual a las víctimas de cada 11 de julio; el amargo resabio de la posguerra en los serbobosnios (Srdan o el periodista de vieja escuela, Mladen o el músico para bodas a la orilla del Drina, Dobrila o la última sibila eslava); las canciones de Alma a través del sevdah; David Kamhi o la pávida huella del sefardí en Sarajevo o, entre otros testimonios, el triunfo moral de Kemo como superviviente del horror en el campo de Omarska. Todas las voces, como la piedra, permanecen también en nosotros.

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