La lluvia en Sevilla

Zumba que zumba

Nuestras noches de canícula sevillana suenan a reactores de la aviación de la Gran Guerra

En las noches de canícula sevillana como las que estamos atravesando, hay algo que percibimos con nitidez quienes no gastamos aire acondicionado en la alcoba, sino balcón abierto y un ventilador de techo somnoliento, de aspas largas y pacientes. Es el zumbido de los aparatos de climatización.

No se trata -no sólo- del zumbido de los aires próximos. Esa referencia auditiva en primer plano es ruidosísima, al menos en mi caso, pues tengo la escasa fortuna de dormir pared con pared con un aire que debe tener sus años, cuyo motor suena a carromato la cuesta arriba. En mi edad chiquita, mi padre trabajaba acarreando sacos de aceituna o yeso a lomos de un dumper que arrancaba a manivela. Cada vez que escucho ponerse en marcha el aire del vecino, vuelvo a tener tres años y escuchar a mi viejo marcharse a trabajar en aquel trasto. Antes del alba, en el fresco telonero de las primeras luces, callan los climatizadores del patio y se junta un silencio misericordioso. "Si quieres conocer la felicidad plena, échate un puñado de garbanzos en cada zapato y corre un kilómetro. Al descalzarse te sentirás la más feliz del mundo", me aconsejaba mi padre, supongo que después de desconectar el motor de aquel dumper. Pero no hablo únicamente de esta vibración directa, capaz de descolgarte las vísceras, sino del gran zumbido, uno mayúsculo y sutil que es algo más que la suma de todos los aires de Sevilla prendidos en la madrugada. Aunque parece ruido blanco, sus efectos son los contrarios: en el insomnio y los monólogos de almohada de estas noches, puedo escuchar el metazumbido que produce la ciudad. Estoy segura de que los marcianos alcanzan a escucharlo desde Marte, y recuerdan entonces el ovni a manivela con el que el viejo alien acarreaba aerolitos. Es ahí, imaginando esto, cuando por fin me quedo roque.

Lo mismo que antaño las noches de estío fueron dignas del cricrí de los grillos, el olor a jazmines o la lagartija abrochada a la tapia-pantalla de los cines de verano, las actuales noches de canícula suenan a reactores de la aviación de la Gran Guerra. Zumba que zumba, los aires, a falta de zonas frondosas, mejores aislantes térmicos, fuentes públicas para beber, piscinas municipales suficientes y botijos rezumantes, son prácticamente el único y gastoso medio de continuar con las constantes vitales en su sitio sin tener que abrir la boca como un lagarto en una pita. Esos aires-alquitara que destilan el sudor del vecindario y lo condensan en una macrogota que me cae, justo, en la raya del pelo cuando paso por debajo ellos. Esos aires, zumba que zumba, son, junto al llanto de un bebé y las sacudidas del camión de la basura, la banda sonora de estas noches.

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