¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Universidad de Sevilla, 1; Ministerio de Cultura, 0

Lo que vimos el martes en el Cicus fue la lección, probablemente involuntaria, que la Hispalense dio a Urtasun 2029, algo más que un centenario La lección del vinilo

QUE el Cicus se ha convertido en el lugar de referencia de la cultura sevillana es algo ya sabido y dicho. Gracias a la gestión de Luis Méndez, el antiguo convento de Madre de Dios es el albergue donde encuentra posada todo aquel que tenga algo que decir en cualquiera de las disciplinas y artes que componen ese blandiblú al que denominamos cultura. Lo que en un principio fue una maniobra de urgencia para evitar que la Junta de Andalucía se apoderase de un edificio que estaba sin uso ha terminado siendo uno de los grandes aciertos de la Hispalense, sobre todo en su relación con la ciudad. El Cicus, además, es un espacio de libertad, como demostró el pasado martes con la presentación del último libro del incansable volteriano Alberto González Troyano, Montesquieu en el ruedo, un lúcido análisis sobre las relaciones entre los tres poderes que confluyen en una corrida de toros: toreros, ganaderos y el tándem público-empresario. La madre de la criatura no podía ser otra que El Paseíllo, la aventura editorial emprendida por David González Romero y Fernando González Viñas que, pese a su corta vida, ya es una referencia en el gremio.

En el acto pudimos ver una nutrida representación del cultureteo local con inclinaciones taurófilas o, al menos, troyanófilas. Escritores, editores, pintores, profesores, periodistas, poetas... Daban ganas de coger de la manita a Urtasun, introducirlo en la sala y decirle con el respeto que merece su alta dignidad: “Mire, ministro, todo esos que usted ve ahí son parte de la cultura sevillana, a los que debería respetar y animar. Si usted por sus convicciones o ideología es incapaz de hacerlo, por lo menos evite insultarlos y denigrarlos. Compórtese como un ministro de España, no como un activista”.

En definitiva, lo que vimos en el Cicus fue la lección, probablemente involuntaria, que la Universidad de Sevilla dio al Ministerio de Cultura. Un gol por toda la escuadra. Seguro que en la Hispalense –cuyo censo electoral es superior al de Soria– hay gentes con muy diversas opiniones y sentimientos hacia la tauromaquia, desde el entusiasmo hasta el rechazo más frontal, pasando por la indiferencia. Pero eso no es óbice para que el Cicus dé voz a un colectivo con un evidente peso histórico en la cultura española. Aunque solo sea por respetar y amparar la libertad de expresión, ese concepto tan demodé en estos tiempos en que se elaboran listas negras de periodistas y medios o se usan las dependencias del Ministerio de Cultura para atacar la manifestación cultural más eminentemente española.

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