La lluvia en Sevilla

Orgullo de cartel

Más vale que los censores de este cartel no vean el de Nazario, que les va a dar un chungo retroactivo

A los políticos de Vox de aquí, que han pedido censurar (“corregir”, lo han llamado, qué lindos) el cartel del Orgullo de este año, les falta plazoleta. O background, que se dice ahora. De tenerla, hubieran puesto el grito más en el cielo. Quizá desconozcan las procesiones que inventaba el sevillano de Cantillana José Pérez Ocaña, pintor al que está advocado el cartel, con sus sacerdotisos y diablillos, sus látigos sado-penitentes, sus saetas. O su obra pictórica plagada de religiosidad popular, su limpia devoción a la Asunción Gloriosa, las fotos que le hizo Colita. Cuando en España no había performances, Ocaña las hacía, plagadas de fervor e imaginario religioso andaluz. Los alguaciles de Franco se la dieron mortal.

Y a saber dónde estaban, estos censores recién salidos del armario, cuando Nazario pintaba un trasunto de las santas Justa y Rufina para Cita en Sevilla, ciclo por el que pasaron estrellas de la talla de Miles Davis, B.B. King, Frank Zappa, Leonard Cohen, Monserrat Caballé, Teresa Berganza, La Fura dels Baus… Mejor que no vean aquel cartel, porque les va a dar un chungo con carácter retroactivo. Comparado con las referencias artísticas a las que remite, el cartel del Orgullo 2023 es hasta modosito. Podría haber retratado a la Ocaña más queer, para espanto de un sector del feminismo radical, o haberle encasquetado un litro en una mano a Justa y un catavinos a Rufina, tal cual las soñó el padre del cómic underground. Pero eso sería impensable en estos tiempos, en los que se ha propagado la delirante idea de que lo que a mí me ofende es ofensivo, y por tanto debe ser pasto de las llamas. Receta válida para cualquier puritanismo, tan cansino, tan pacato, tan importado del país de la sacrosanta Primera Enmienda, que lo mismo te capa, por patriarcal, a un mito griego o al lobo del cuento, que se rasgaría las vestiduras si alguien osara a pintar de modo fiel los pasajes de los Evangelios en los que el Cristo pasa de guardar las fiestas o alterna con publicanos. No salimos del Año Cero.

Por suerte, la sociedad sevillana ha dado sobradas muestras, desde hace mucho, de saber explorar, resignificar y hacer vigente su capital simbólico. Esto es así hasta tal punto, que la fuerza de elementos identitarios como el flamenco, el imaginario religioso o el barroquismo doméstico, son hoy no sólo nuestro patrimonio, sino viva materia artística, cultural y contracultural. Desde antes de Silvio, y hasta siempre. Ítem, hecha la encuesta entre los muchos católicos de Sevilla que conozco, ninguno manifiesta sentirse insultado porque las santas patronas guarden a todos y a cualquiera. Igual –discúlpenme el sesgo– he preguntado a buenos cristianos.

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