El triunfo de un clásico

Con Illa no solo pierde el independentismo sino que gana una manera de entender la política a contra estilo, sin estridencias y con sentido común

Salvador Illa.

Salvador Illa. / Lorena Sopeña / EUROPA PRESS

Salvador Illa se asemeja más a alguno de los ministros de la primera etapa de Felipe González que a uno de los políticos clónicos que se deslizan por las redes. Bien mirado, le pones una lechuguilla de lino almidonada al cuello y podría haber sido ministro de Felipe II, tal es su gesto severo, su discreción ocupando la escena y su mirada de doble fondo. Quien era un personaje secundario de las tramas en los tiempos en que Miquel Iceta dominaba el PSC, es hoy el líder territorial más importante del universo socialista español.

Con Illa no solo sale derrotado el independentismo, que ha perdido la mayoría absoluta aun sumando a todos los partidos de ese espectro, y se inaugura -ocurra lo que ocurra- otro tiempo político en Cataluña: es que vence una forma de hacer política que camina en sentido opuesto a los tiempos. Lejos de ser un hijo de la mercadotécnica o un político obsesionado con la posmodernidad política, es un tipo sólido, con profundidad de campo e ideas en la cabeza. Su estrategia no pasa por ganar perfil con 280 caracteres, sino en tener una idea exacta de qué necesita Cataluña para recuperar el tiempo y el terreno perdido. Y su desenvolvimiento público está alejado del insulto y la degradación del oficio político. Morigerado, austero, parece Illa un prototipo descatalogado. Un resto de serie de otro tiempo. Seguro que muchos campañólogos posmodernos lo habrían amortizado antes de trabajar con él: dónde va ese tipo con ese flequillo demodé -un cruce entre Shaggy Rogers el de Scoby Do y Jerry Lewis- y esas enormes gafas de pasta. ¡Qué antiguo¡.

El gran encajador

Es Illa un responsable público que no le falta el respeto al contrario sino más bien lo escucha y trata de asimilar argumentos ajenos. Lo demostró durante la pandemia, cuando dormía en un sofá del ministerio pendiente de las estadísticas fúnebres de la covid19. Pocos ministros más vilipendiados, incluyendo a Fernando Simón en el lote del degaste. Lo llamaban “sinvergüenza” y “asesino”, lo abucheaban por las calles mientras el Gobierno trataba de reducir el efecto de los apóstoles terraplanistas contra la vacunación y veía como el PP utilizaba el Estado de alarma para arremeter contra el Ejecutivo mientras el contador de víctimas no dejaba de girar. Encajó todo lo que tuvo que encajar. No se descompuso nunca. No se recuerda que dijera una palabra más alta que otra, que acusara a la oposición de estar traicionando a los muertos o que recurriera a cualquier juego de palabras tan sucias como vacías.

Ese es el personaje que ha ganado las elecciones catalanas otorgándole al PSOE una victoria que es maná en tiempos de sequía desértica. En la Cataluña de la rauxa (el arrebato) ha ganado el seny (la sensatez). En la Cataluña del desgarro y la confrontación ha vencido alguien que quiere coser y sumar. Veremos si lo logra, pero ese es el tipo que ha ganado las elecciones catalanas por segunda vez. Un hombre decente y tranquilo. Un clásico. Igual podría servir de ejemplo para muchos. Se llama civilidad.

El fin del abril negro de Sánchez

Ha ganado Illa y ha perdido el independentismo. Illa se ha beneficiado de la ley de amnistía aun nonata y el independentismo en su conjunto no le ha sacado partido, aunque todo tiene matices. Illa ganó las anteriores sin indultos ni amnistía de por medio, por lo que relacionar directamente la ley y la victoria del PSC es una licencia un poco libre. Pero, políticamente, es innegable que Pedro Sánchez va a ver validadas sus tesis sobre la voluntad mayoritaria de los catalanes de pasar página y mirar hacia adelante. Ese deseo de superación de una situación venenosa y vencida, de salir del hoyo del procés, posiblemente haya pesado más en el voto que un aprecio exacto al significado de la amnistía e igual el resultado no habría sido diferente sin la ley.

En todo caso, da igual. Gana Sánchez. Pierde el independentismo, derrotado en casa. Gana una salida razonable del boquete del procés. Y, lógicamente, pierde el procés. Para entender bien por qué es un éxito político para el líder del PSOE solo se necesita un pequeño ejercicio de política ficción e imaginar qué se estaría hoy diciendo y publicando si a los socialistas catalanes les hubiera ido mal electoralmente. Con el triunfo del PSC no desaparecen los efectos criticables de la amnistía ni su significancia política, pero como instrumento político el presidente puede utilizarlo hasta que se le agote el argumento de tanto usarlo.

Sánchez remonta y sale del abril negro. No hay como un triunfo electoral claro para curarse las pájaras que provoca el poder.

Puigdemont le achica el espacio a ERC

La peor noticia de las elecciones el robustecimiento de Junts. Puigdemont, sin pisar Cataluña, ha logrado dividir las aguas del independentismo: Junts es ya el partido predominante frente a ERC, que se despeña pagando muy caro su “pactismo” más reflexivo y pragmático con “Madrid”, su voluntad de buscar la independencia por cauces legales y una gestión considerada pésima. El escaso tirón electoral de Pere Aragonés frente al líder fugat e irredento que tiene al Gobierno sometido desde Bruselas no ha admitido la comparación

Puigdemont siempre es una incomodidad. Tiene voluntad de molestar. Y tiene otra característica: la democracia le da igual. Aunque haya perdido las elecciones, le importa poco. Lo que opinen los catalanes se la trae al pairo porque todos los que no lo votan están equivocados y son unionistas, o como dice la lideresa floreciente de los ultras indepes, imperialistas, así, con yelmo y arcabuz. El planteamiento de que Illa se inmole para cederle el Gobierno a cambio de sostener la legislatura en Madrid es pura fantasía política. No ocurrirá y lo sabe. En el camino hacia lo que considera la recuperación de la presidencia legitima -de la que debe creer que fue apeado por las fuerzas del mal-, pone como ejemplo a los gobiernos de Maragall, Collboni en Barcelona o Pedro Sánchez, que gobernaron perdiendo en las urnas. Lo que no dice es que en esos casos -como él pretende ahora- los vencedores de las elecciones (Artur Mas, Xavier Trias o Feijoo) no votaron o se abstuvieron a favor del segundo. No es que viva en un mundo irreal, es que aprovecha para lanzar dos mensajes. A los catalanes les dice quién está al frente, quién no se rinde y quién sigue teniendo en la mano el destornillador de punta de estrella para los apretones en Madrid: él; y despachurrada ERC, él más que nunca. Y al PSOE, con la mano libre, le advierte de la fragilidad de la legislatura

El PP crece y otea el horizonte

Dicen los expertos que con el nuevo Puigdemont vuelve la CiU de siempre o al menos lo que llaman el gen convergente. Junts es CiU pero travestida, radicalizada, con renuncia expresa al pragmatismo. Es la marca en la que se refugió CiU cuando perdió la respetabilidad fundacional con el caso del 3% y que se agravó cuando supimos que los siete hijos de Pujol se llevaban los millones a Andorra. Pues dicen los expertos que a esa CiU customizada que vuelve se acercará el PP mientras dilucida si el procés ha muerto (es la opinión del líder del PP catalán) o no ha muerto (versión oficial de Génova). Cuando al PP le conviene mete el procés en el microondas y lo calienta: como la amnistía, que no ha existido durante la campaña pero 48 horas después la tumbaron en el Senado.

Paradójicamente, el PP necesita un rumbo propio y claro en una Cataluña donde no solo no ha erosionado a Vox sino que ha visto florecer con el 4% de los votos y dos escaños a otra formación de ultraderecha, además, independentista. Y eso pese que Feijoo adoptó en su semana catalana el discurso antinmigrantes de Abascal. Pero además, lo imprescindible para el PP es contar con aliados al margen de Vox para gobernar España. Una desaparición de la escena de Puigdemont lo facilitaría todo. El PP viviría más cómodo restableciendo puentes tanto con el espacio convergente como el PNV. Mientras, para calentar las europeas, donde Feijoo espera un triunfo que opaque el éxito socialista en Cataluña, el PP retoma con fuerza su posición contra la amnistía y Pedro Sánchez. Un único detalle: las elecciones hay que disputarlas. El PP habrá aprendido ya de los triunfos demoscópicos que no se sustancian en las urnas. Será el 26 de mayo, dos días después de empezar la campaña, con una manifestación en Madrid, plaza de grandes éxitos populares.

¿Las derechas volverán a entenderse?

Respecto a Junts, es verdad que el PP admitió hace unos meses sus coincidencias ideológicas y la posibilidad de aproximaciones o leyes conjuntas en materia económica y social. El PP, que partía de tres ridículos escaños, ha experimentado un subidón que se anota como éxito incontestable Feijoo, aunque en realidad siga por debajo del resultado de los 19 escaños de Alicia Sánchez Camacho, quien, por cierto, le aprobaba los presupuestos a la CiU de Artur Mas. Pero su problema sigue siendo que debe pesar en Cataluña y no lo hace. Acuerdos futuros con Junts serían una manera de tener un peso específico en la política catalana y garantizarse aliados en el Congreso. Al fin y al cabo, según conviene a los populares, Junts es “un partido golpista” o “una formación cuya tradición y legalidad no están en duda”, como dijo González Pons, cuando trataba de negociar con ellos una posible investidura de Feijoo.No es fácil, pero esperamos con curiosidad a que llegue ese día: cuando Junts dejará de ser un partido del averno coaligado con el PSOE para romper España py se integrará de pleno en la normalidad constitucional con las bendiciones de la calle Génova.

Aragonés y la dignidad

Cuando un político se marcha de la primera línea política asumiendo la responsabilidad de una derrota contundente nunca es un mal final. Además de altas dosis de resignación, en esa salida hay un latido democrático y consciente.

Aragonés, que ha perdido 13 escaños y la pelea por la cabeza del independentismo, llegó a la política con 24 años y sin una experiencia profesional previa constatable se ha llevado 18 años como parlamentario autonómico, escaño al que se enganchó desde el liderazgo de las juventudes de ERC. Ha sido un epifenómeno coyuntural que llegó a la presidencia abriéndose paso tras el encarcelamiento de Oriol Junqueras, condenado -e indultado- por el procés. Aragonés ha tenido problemas de gobernabilidad -Junts lo dejó tirado y en minoría en plena pandemia-, serios líos en ERC y especialmente con el propio Junqueras; y se equivocó anticipando las elecciones. Sin embargo, terminó siendo el más empático y pragmático de los líderes independentistas. No le ha servido más que pare perder, una enseñanza que estudiarán en las escuelas oficiales del independentismo a partir de ahora.

Control de daños y futuro

ERC tiene el reto inmediato de controlar daños en la constitución del gobierno catalán. Opciones reales solo tiene tres: votar a Illa y entrar en su gobierno (muy improbable: sería profundizar en la línea que tan mal resultado le ha dado), abstenerse con contrapartidas permitiendo la presidencia de Illa pero quedándose fuera del gobierno y tratando de rentabilizar los avances pactados; o ir a unas nuevas elecciones en la que se pueden morir definitivamente. Susto o muerte.Mientras resuelven qué harán, asistimos al canto del cisne en diferido de Junqueras, que ha sido patético. Dejará la presidencia de ERC tras las europeas pero quiere llegar al congreso de noviembre avalado por los militantes para repetir en el cargo. Y Marta Rovira, otra política fugat, no optará a la secretaría general. Dicen algo curioso que proclaman con la voz engolada los políticos cuando sufren derrotas severas: que van a dedicarse a escuchar a la gente, escucha activa lo llaman. ¡ Pues no la han escuchado cuando han votado ¡ Igual pierden porque no escucharon a la gente cuando debían, no como si fuera una molestia subsidiaria de la política. Lo lógico es que tras el derrumbamiento, una nueva generación de republicanos arribe a la cabeza del partido, aunque, como ocurre en casi todos, hay gente convencida de que el partido no puede vivir sin ellos.

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