Los juegos del hambre | Crítica

Precuela que exprime un limón con poco jugo

Viola Davis, en la nueva entrega de 'Los juegos del hambre'.

Viola Davis, en la nueva entrega de 'Los juegos del hambre'. / D. S.

La publicación en 2008 de la novela de fantasía distópica Los juegos del hambre supuso la irrupción de lo que, sumadas las dos entregas siguientes de 2009 y 2010, convertiría la trilogía en un fenómeno mundial de ventas. Su autora, Suzanne Collins, mezcló la mitología clásica -fundamentalmente Teseo y el Minotauro- y los concursos televisivos de supervivencia especiándolo con múltiples ingredientes de fuentes tan diversas como Shakespeare o Takami para crear ese futuro pos apocalíptico en el que -lo cuento para informar a quienes por esa sensatez que a veces procura la edad ignoren estas novelas y películas escritas y filmadas para adolescentes- en una América dictatorialmente dominada por El Capitolio se crean unos juegos en los que cada distrito ha de enviar a dos adolescentes para que luchen a muerte en un espectáculo retransmitido por la televisión. Se cumple el requisito de toda fantasía distópica de imaginar como aviso un futuro horrendo en el que se extreman males presentes. Aquí muy simplificado e incurriendo en la paradoja de explotar lo que dice denunciar.

En 2012 la novela se convirtió en película bajo la dirección de Gary Ross con el éxito de taquilla predecible, siguiéndole en 2013 la adaptación de la segunda novela y en 2014 y 2015 la de la tercera dividida en dos largometrajes, dirigidas las tres por Francis Lawrence, quien también dirige esta nueva entrega. Es un realizador de videos musicales que saltó al cine en 2005 con Constantine tras la que realizó una correcta versión del clásico de Richard Matheson Soy leyenda dañada por la interpretación de Will Smith y la insoportable cursilería Agua para elefantes hasta enrolarse en las tres entregas de Los juegos del hambre a la que ahora vuelve tras haber rodado la que quizás sea su mejor película, Gorrión rojo, y la que quizás sea la peor, El país de los sueños.

Regresa al universo de Suzanne Collins con esa forma de exprimir un éxito llamado precuela. Y la verdad es que queda ya poco jugo. Ni siquiera queda Jennifer Lawrence por obvias razones de un salto atrás en el tiempo de 64 años, sustituida como estrella principal femenina por una infructuosamente entregada y cantarina Rachel Zegler que aún debería estar purgando haber interpretado el penoso West Side Story que perpetró Spielberg. Aunque la película no gira en torno a ella sino a Tom Blyth interpretando con cortita corrección al joven Coriolanus Snow, su mentor, apuntando las maneras que lo convertirán en el villano dictador que interpretó en las películas anteriores el siempre grande Donald Sutherland. En lo que a interpretaciones se refiere lo mejor es una Viola Davis que parece tomarse tan a guasa su personaje como el maquillador y el diseñador de vestuario. Entretendrá e incluso gustará a los fans adolescentes que encuentran sustancia dramática y simbólica en estos relatos, y a los que no les importa beber el jugo aguado de un limón exprimido esperando incluso que sea el inicio de otra serie.

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