¿Sabes por qué en Sevilla hay tanta tradición alfarera?
La respuesta está relacionada con la tierra que hay cerca del Guadalquivir.
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A pesar de que la cerámica parezca haberse puesto de moda en los últimos años y que sean numerosos los talleres que copan las calles de las ciudades y que ofrecen hacer creaciones y pintar tazas por precios cerrados, lo cierto es que Sevilla es una ciudad con una extensa tradición alfarera que proviene, posiblemente, de tiempos romanos. Pero, ¿por qué sucedió esto en la antigua Hispalis?
Los primeros talleres
Las excavaciones arqueológicas que han tenido lugar en la ciudad, especialmente en la zona cercana al río Guadalquivir a su paso por la capital, han puesto de manifiesto que al menos desde época romana y visigoda han existido talleres de producción alfarera en la ciudad de Sevilla. Estos se asentaba especialmente en la vega de Triana debido a que era en esta zona en la que había abundantes barros de gran calidad en los aledaños del río.
Este florecimiento cultural se acrecentó tras las sucesivas dominaciones almorávides y almohades que utilizaron el ladrillo como material básico para sus construcciones así como también empleaban revestimientos cerámicos para el adorno de sus monumentos, lo que dio lugar a un amplio catálogo tipológico que sirvió de base al posterior desarrollo de la cerámica mudéjar.
De este periodo medieval que se desarrolló entre los siglos XII, XIII y XIV, sólo ha quedado constancia de la producción de azulejos heráldicos en relieve, unos azulejos funerarios que se fabricaban a molde y que estaban vidriados en blanco, negro, verde y melado (un color amarillento parecido al de la miel).
Época de mayor auge
El momento en el que se palpó con mayor claridad la presencia de esta tradición artesana se dio cuando empezaron a aparecer los primeros alicatados en la ciudad a raiz de la reconquista de Sevilla por Fernando III a mediados del siglo XIV, cuando se reactivó el sector de la construcción impulsado por la Corona y la Iglesia.
Como se demuestra en los zócalos y pavimentos del patio de las doncellas y el palacio del Rey Don Pedro del Real Alcázar de Sevilla, originales de 1364, o en diferentes casas nobles, como la casa Olea, el palacio de los marqueses de la Algaba y diversos templos y monasterios de la ciudad de Sevilla (la torre de Santa Catalina o el monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, entre otros muchos).
También tuvieron gran difusión a fines del siglo XV, coincidiendo con el reinado de los Reyes Católicos, los azulejos con motivos góticos y los de arista.
La cerámica trianera
No sería hasta el siglo XVI cuando se dio el auge de la conocida como cerámica de Triana debido a las necesidades de exportación a través del puerto cercano de Indias, así como por la intensa demanda de construcción de nuevos templos y casas palaciegas a raíz del descubrimiento de América. Tal y como recoge la investigadora Ana María Moreno Fernández en 'Breve historia de los talleres cerámicos de Triana', son muchas las fuentes que hablan de "más de 50 talleres en el arrabal de Triana dedicados a la producción de piezas de barro para el hogar y el transporte de todo tipo de productos, así como azulejos polícromos que incorporaban las nuevas técnicas renacentistas procedentes de Italia".
Crisis y resurgir
Esta tradición se mantuvo muy activa hasta el siglo XIX, momento en el que sufre una pequeña crisis debido a la competencia producida por las lozas importadas de Gran Bretaña. A esta situación consiguieron hacerle frente introduciendo nuevos estilos decorativos así como nuevas técnicas hasta que en el contexto de la Exposición Iberoamericana del 29 se le volvió a dar importancia a la alfarería, atrayendo a eminentes ceramistas y permitiendo que se crearan grandes industrias y pequeños talleres cuya actividad perduró durante la primera mitad del siglo XX. En esta época Triana se lleno de numerosos talleres que progresivamente fueron cerrando conforme pasaba el siglo XX y la presión inmobiliaria se acrecentaba.
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