La quema de iglesias sevillanas en mayo de 1931

El Rastro de la Historia

Al poco de proclamarse la II República, entre el 10 y el 13 de mayo, se desató en varias ciudades españolas una oleada de violencia anticlerical. Sevilla fue uno de los lugares más castigados por unos hechos que mancharon los inicios del nuevo régimen Una guerra civil en el corazón de Sevilla: los Ponce contra los Guzmanes 1825-1833: el asistente Arjona reinventa Sevilla

Participantes en los asaltos pasean por el Puente de Triana una imagen carbonizada.
Participantes en los asaltos pasean por el Puente de Triana una imagen carbonizada. / DS
Silverio

17 de julio 2024 - 04:59

Entre el 10 y el 13 de mayo de 1931, apenas un mes después de proclamarse la II República, se vivirían en toda España una serie de graves sucesos anticlericales que, de alguna manera, y como han señalado muchos historiadores, supondrían el final de la luna de miel republicana. Muy pronto, el régimen nacido el 14 de abril y que había apeado del trono a Alfonso XIII, empezó a tener dificultades con el que sería uno de sus puntos más débiles, el orden público -o, mejor dicho, la ausencia de él-, problema que a la larga sería la principal autojustificación de los generales que se sublevaron el 18 de julio de 1936. Si la II República terminó siendo un Estado fallido o, por el contrario, era una democracia acosada por la continua conspiración de sus enemigos es un arduo debate historiográfico al que todavía le queda mucho recorrido, por más que algunos quieran darlo por cerrado a golpe de legislación o editoriales periodísticos. Ambas corrientes tienen argumentos de sobra.

El anticlericalismo fue una de la constantes de la Historia de España durante los siglos XIX y primera mitad del XX. Sobre sus complejas raíces y evolución hay un estudio fundamental de obligada lectura para todo aquel que se quiera adentrar en el problema: Introducción a una Historia Contemporánea del Anticlericalismo Español (Istmo), de Julio Caro Baroja. En general, y simplificando, podemos decir que fue la espuma más visible de una corriente intelectual y legislativa de clara raíz ilustrada y liberal, pero también socialista, que tenía como objetivo la completa aconfesionalidad del Estado y la reducción drástica (cuando no desaparición) del peso de la Iglesia Católica en la sociedad española. Pero el anticlericalismo también tuvo una cara oscura que se manifestó en una terrible y cruel violencia ejercida por elementos de la extrema izquierda contra los religiosos y los templos, con la consiguiente pérdida de vidas y patrimonio histórico-artistíco.

Sin duda, los peores casos de esta violencia se produjeron en la Guerra Civil. Pero antes, tanto en la Primera como en la Segunda República, se registraron conatos importantes. Uno de ellos es la llamada "quema de conventos" -aunque no sólo fueron cenobios los edificios que fueron atacados- que se registró en varias ciudades españolas, entre ellas Sevilla, entre las jornadas del 11 y el 13 de mayo de 1931. Aunque sus inicios fueron en Madrid, pronto los disturbios se corrieron por toda España alcanzando nuestra ciudad, pese a que su cardenal arzobispo por entonces, Eustaquio Ilundáin y Esteban, fue uno de los miembros del alto clero español que más comprensivo se mostró con la República (todo lo contrario que su sucesor, Pedro Segura). De poco le sirvió. Aunque los ataques a los templos no adquirieron la virulencia que en Málaga, en Sevilla se quemaron el colegio de los Jesuitas de Villasís, la Iglesia del Buen Suceso, la residencia de los Capuchinos, los conventos de las Mínimas y los Paúles y la capilla de San José. Precisamente, en esta última acaba de iniciarse el proceso de restauración para, entre otras cosas, eliminar las huellas que aún quedan de dicho incendio. Otros templos sevillanos, sin embargo, se salvaron gracias a la intervención ciudadana. Son el caso del Palacio Arzobispal, San Buenaventura, San Leandro y San Juan de Dios. Aunque la Guardia Civil impidió también los asaltos de la iglesia de los Jesuitas de la calle Trajano y la de los Salesianos y Reparadoras, lo cierto es que el papel que jugaron las fuerzas del orden público en esas fechas está muy puesto en cuestión. Incluso provocó duros enfrentamientos entre el ministro del Gobernación del Gobierno Provisional de la República, Miguel Maura (partidario de una intervención más dura contra los asaltantes), y el de la Guerra, Manuel Azaña (hombre de profundas antipatías hacia el clero).

Los altercados hicieron que se proclamase el Estado de Guerra, aunque eso no impidió que la violencia se trasladase a otros pueblos de la provincia. En Coria del Río, Lora del Río, Alcalá de Guadaíra o Carmona, se registraron incendios y asaltos en templos y conventos. Sin embargo, en localidades como Olivares, Carrión, Puebla del Río y Espartinas, los vecinos organizados en guardias cívicas impidieron los asaltos. Como curiosidad, el general encargado por el Gobierno para el establecimiento del Estado de Guerra en Madrid fue alguien que sería muy conocido posteriormente en Sevilla, Gonzalo Queipo de Llano, militar que había apoyado con vehemencia la venida de la II República, por lo que estuvo exiliado por sus conspiraciones antimonárquicas. Ironías de la Historia.

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