La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Una noche también amenazada por el confort
Sevilla/Nació en Madrid en 1968. “Me nacieron, como decía Clarín, sin pedirme opinión”. El escritor y profesor Tomás del Rey Tirado se formó en la Universidad de Sevilla, de la que siempre recuerda el edificio de la calle San Fernando: “Era todo un lujo también por el sabor literario de la propia fábrica de tabacos, donde uno siempre está a punto de cruzarse con la mismísima Carmen, la cigarrera”. Hoy imparte clases en el colegio Sagrado Corazón, de la Fundación Spínola, conocido por los sevillanos como el colegio de las Esclavas. Además de dar clase de Lengua y Literatura, lleva junto con Eva Labrador, su mujer y compañera, La Troupe, un grupo de teatro juvenil con el que están a punto de cumplir 25 años, y que les reporta muchas satisfacciones, personales y artísticas.
Su nuevo libro se titula Yo, que tantos hombres he sido en un claro guiño a Borges. Está editado por Maclein y Parker, una firma pequeña e independiente con una buena distribución. El libro se encuentra, sobre todo, en El gusanito lector, en la calle Feria, y Casa tomada, en el Muro de los Navarros. Hoy sábado firma ejemplares en la Feria del Libro de Tomares a partir de las 19:30 horas.
–Defina su obra, ¿Una suma de relatos? ¿Algún tinte autobiográfico? ¿Lirismo, descripción narrativa, confesiones?
–El título, efectivamente, habla de la capacidad de la literatura de hacernos vivir tantas vidas como libros hemos hecho nuestros. En ese sentido, es la autobiografía de un lector empedernido, un homenaje a los libros que me han hecho feliz. Lo veo como la caja aquella de Juegos Reunidos Geyper: una colección de divertimentos con, por y desde la literatura, que buscan un lector cómplice con ganas de dejarse enredar. Dentro de la caja hay un poco de todo. He mezclado distintos géneros a propósito: relatos, microrrelatos e incluso algún poema, porque lo que los unifica es ese carácter metaliterario. En cuanto al tono, voy desde la gamberrada hasta la denuncia o la evocación. Al final, he incluido un glosario bufo, en el que huyendo de la tentación erudita, le ofrezco al lector una carta de navegación para este viaje literario.
–Usted se dedica al mundo de la enseñanza, cada día tiene contacto con muchos jóvenes. ¿Cuesta hoy más que antes que tengan el hábito de la lectura? ¿Internet distrae del ejercicio paciente e intelectual que supone la lectura?
–Sí, sin duda les cuesta más. A este respecto, soy optimista y pesimista, tengo mis ratos. Porque hay buenos y voraces lectores (quizá sería mejor decir lectoras, porque predominan ellas), pero en muchos casos van dejando de serlo a medida que el móvil coloniza sus manos. Y un problema es que gran parte de esas lectoras no terminan de dar el salto a la gran literatura. Efectivamente, internet, que parecía un medio idóneo para la difusión de la literatura de todo tipo, con su rapidez, impide el tiempo y la reflexión que necesita lo literario. Es la amenaza de reducirlo todo a imágenes o ideas simples, al “me gusta” y a los iconitos… Por otro lado, también es verdad que estas generaciones consumen más ficción que nunca, pero más en forma de series que de literatura.
–¿Qué opina de quienes pasan por esta vida sin haber leído El Quijote, al que usted le dedica algunos de sus relatos?
–Que óle por ellos. El sabio Martín de Riquer les daba la enhorabuena, porque todavía podían disfrutar de él. Para mí El Quijote es importante porque me divierte y me cuenta mucho sobre mí, sobre el mundo y la literatura, no porque sea lectura obligatoria. A veces tanta insistencia con El Quijote me parece como hacerle publicidad al jamón, que no la necesita. Creo que al Quijote le perjudica el altarcito donde lo hemos subido, como símbolo cultural, o incluso que todo el mundo crea conocer ya a Don Quijote, como cree conocer al monstruo de Frankestein o a Ulises, como personajes folclóricos. Sí, El Quijote habría que leerlo alguna vez en la vida, pero cuando el cuerpo y la mente te lo piden, y sin muchas ideas preconcebidas. Como un libro de risa, en el que, de pronto, te asalta lo serio.
–¿Cuáles son sus fuentes de inspiración?
–La literatura y la vida. Y viceversa. Necesito inspirarme en lo cercano, en lo vivido. Y luego, jugando con ello, darle una vuelta de tuerca y convertirlo en ficción, en literatura, de forma que ya sea imposible saber donde acaba una y empieza la otra. Este libro en concreto surgió al darme cuenta de que muchos de mis relatos tenían ese nexo de unión: literatura sobre la propia literatura. Luego, fue cuestión de terminar de armarlo.
–¿Qué libros recomienda leer a los jóvenes?
–Creo que depende de cada joven y de sus intereses. Me saldría una lista demasiado larga. Hay sagas de literatura juvenil que enganchan mucho, como las obras de Laura Gallego. Y si hablamos de gran literatura, me quedaré, por ejemplo, y sin ser muy original, con La metamorfosis, de Kafka, con La familia de Pascual Duarte, de Cela o con Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez. En poesía, nuestro Bécquer, por supuesto, los poetas del 27, Ángel González...
–¿Cuál es el ambiente o estado de ánimo idóneo para escribir? ¿Y para leer?
–Cualquiera, siempre que haya silencio para escucharse a uno mismo. Según el estado de ánimo, se escribirá o se leerá algo diferente, aunque sea lo mismo que leíste o escribiste ayer. Yo personalmente, cuando mejor leo y escribo es por la mañana temprano, en el silencio de la casa. Tengo una especie de insomnio al revés, que me hace madrugar muchísimo, y lo vivo como una bendición. Es un tiempo solo para mi idilio privado con la literatura, cuando todavía no han empezado las pequeñas molestias de la vida cotidiana.
–¿Percibe en los jóvenes interés por escribir?
–Sí, cada vez más. Lo malo es que no siempre piensan que tienen que leer antes, o bien imitan a modelos no demasiado aconsejables. Creo que lo primero es leer mucho. Y luego, pulir, tachar y romper.
–Los clásicos están cada vez más orillados de los planes de estudio. ¿Qué opinión le merece?
–Que hemos perdido. Ha ganado la visión economista y técnica. Es comprensible, sí. Pero creo que se nos olvida que esos profesionales supereficientes del futuro necesitarán un fondo, un cimiento. Sin los clásicos no sabremos pensar ni pensarnos. En cuanto a la literatura, ya prácticamente no tiene sitio por sí sola en los planes de estudio. Creo que nos ha faltado un Rodríguez Adrados que nos defendiera, y estábamos tranquilos porque siempre aparecía ahí, junto con la Lengua. Pero faltan asignaturas que consistan, simplemente, en leer a los clásicos, hablar sobre ellos y analizarlos: suele quedar como un estudio subordinado al de la lengua y la gramática.
–¿Trabaja en algún nuevo libro para el futuro? Hábleme de futuros proyectos.
–Ando con una colección de relatos en los que todos sus protagonistas son niños o adolescentes de los ochenta, sospechosamente parecidos a mí.
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