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Tres leyendas oscuras de Sevilla para pasar la noche de Halloween

Algunas de las leyendas acontecidas en la hispalense ponen los vellos de punta.

Como sevillana, estos son los recuerdos que compraría en una visita a Sevilla

Imagen del Cementerio de San Fernando de Sevilla.

La ciudad de Sevilla está plagado de leyendas sobre sus calles y edificios. Algunas de ellas son divertidas pero otras son oscuras y siniestras y a pesar de que solo se trate de historias de las que no se puede demostrar su veracidad, estan han perdurado en el tiempo e incluso han dado significado a muchos lugares de la hispalense. Desde Vivir en Sevilla te compartimos tres de ellas que son perfectas para celebrar la noche de Halloween el próximo 31 de octubre.

La leyenda de Tomasín

Tomasín era un niño que vivía en el barrio de San Marcos, en el centro de la ciudad, y que con solo ocho años se había quedado huérfano de madre. Aunque su padre vivía, debido a su amplia jornada laboral no podía ocuparse de él, por lo que decidió dejarlo al cuidado de las monjas del convento de Santa Isabel. La ilusión de Tomasín era salir de nazareno en la cofradía de los Gitanos por lo que, para cumplir su sueño, las monjas confeccionaron una túnica para el pequeño y que así su padre lograra meterlo en las filas de la hermandad en la mañana del Viernes Santo, cuando los Gitanos van de regreso al templo tras la Madrugá.

Sin embargo, la mala suerte se apoderó de Tomasín, que cayó enfermo durante la Cuaresma. Lo que al principio parecía un catarro se fue agravando hasta que, desgraciadamente, perdió la vida unos días antes de poder salir en procesión con la hermandad de los Gitanos.

Cuenta la leyenda que ese Viernes Santo, cuando el reloj marcaba las dos de la madrugada, cuatro hermanos de la hermandad que atravesaban la plaza de Santa Isabel para llegar a la iglesia de San Román escucharon el sonido de una puerta de madera abriéndose y, ante su asombro, vieron la figura de un niño pequeño con su túnica y antifaz colocados que salía del convento de Santa Isabel con su varita en la mano.

Aunque trataron de seguir al niño, pronto lo perderían de vista y de su rastro solo encontrarían la varita del nazareno caída en el suelo. Tras conocerse esta historia son muchas las personas que afirman que se les sigue apareciendo el niño nazareno cuando sale deo convento de Santa Isabel para dirigirse hasta la iglesia de San Román cada Viernes Santo.

El incendio del Cristo de la Expiración

El 26 de febrero de 1973 la capilla de la Hermandad del Cachorro salió ardiendo con la mala suerte de que quedaría quemada la imagen de la Virgen del Patrocinio. A pesar de que alguien entró en la capilla y entre las llamas consiguió salvar la imagen del Cristo de la Expiración, esta se vería afectada en la zona de los pies y las manos y posteriormente tendría que ser restaurada.

De forma paralela a este suceso, se conocía que en el cementerio de Sevilla, en el interior del panteón de un reconocido arquitecto sevillano, existía una copia del Cristo del Cachorro que, aunque demacrada por la humedad, las temperaturas y la falta de luz, se asemejaba sorprendentemente a la imagen que salía en procesión y que se vio afectada por el fuego.

Cuenta la leyenda que cuando el incendio tuvo lugar, se comenzó a rumorear que el incendio provocó tal estropicio a la talla del Cristo de la Expiración que los hermanos de la Hermandad se verían obligados a hacer una copia exacta sin que nadie se diera cuenta. La misma interpretación dice que la hermandad decidió llevar la imagen damnificada al panteón de este arquitecto para deshacerse de ella.

La monja del hospital de las Cinco Llagas

Este tenebroso relato data del siglo XVII, periodo durante el cual Sevilla fue uno de los núcleos más afectados por la epidemia de la peste. Por aquel entonces, uno de los núcleos de tratamiento de esta enfermedad era el antiguo hospital de las Cinco Llagas, lugar en el que hoy se ha instalado la sede del Parlamento de Andalucía. Cuenta la leyenda que en este edificio, una monja conocida como Sor Úrsula se dedicaba al cuidado de enfermos y que era una mujer malvada y huraña que disfrutaba con el dolor ajeno. Por desgracia y como sucedería con muchas enfermeras, esta acabaría contrayendo la peste y falleciendo por esta causa.

Son muchos los que aseguran haberla visto vagar por sus pasillos después de su muerte, incluso en la actualidad, en los momentos en los que el Parlamento queda a oscuras y no hay casi nadie dentro.

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