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La peculiar historia del Cristo de las Mieles, la escultura de la que salía miel

El Cristo de las Mieles / D.S.

En pleno Cementerio de San Fernando, en Sevilla, hay junto a la puerta principal una imagen esculpida que corresponde a un Cristo construido por Antonio Susillo y que esconde una curiosa leyenda.

Susillo fue uno de los escultores más reconocidos del siglo XIX y contaba con clientes de la talla de la reina Isabel II o el zar Nicolás II. Tan es así que decidieron encargarle a él, en el año 1893, la escultura de un cristo para la Exposición General de Bellas Artes. Esta obra, de gran valor, no la finalizaría hasta 1895.

Tal era la importancia de este trabajo que Antonio Susillo se dedicó en cuerpo y alma a él. Al finalizarla se observó que los pies del cristo tenían una posición peculiar y este hecho dio lugar a multitud de leyendas populares, incluso la que aseguraba que el artista se había suicidado al haber cometido un error en su escultura. Pero lo cierto es que la figura tiene sus pies en una posición correcta, aunque poco habitual en estas representaciones, pero anatómicamente natural. De hecho el propio Susillo fue consciente en todo momento de que su obra suscitaría críticas.

Si bien es cierto que Antonio Susillo se quitó la vida, según la carta de despedida que encontraron en el bolsillo de su chaqueta, éste aseguraba a su mujer que lo hacía porque el trabajo que tenía no era suficiente para mantenerlos. Nada hay en su escrito del supuesto error, que no fue tal, del Cristo esculpido.

La obra en el cementerio

Debido al estado de deterioro en el que estaba el cementerio de San Fernando, en Sevilla, en el año 1896 la Comisión Municipal ordenó unas obras de mejora. En ellas decidieron incluir la escultura del Cristo de Susillo en una de las partes centrales de las instalaciones del camposanto.

Y fue aquí, precisamente, cuando se comenzó a observar un comportamiento extraño en la imagen que volvió a dar lugar a toda clase de leyendas.

La leyenda de la miel

En un principio, su cuerpo reposaba junto al del pintor Ricardo Villegas, pero treinta años más tarde debido a la prensa, la sociedad sevillana consideraba que el escultor debía ser reconocido, por lo que en 1940 los restos de Susillo reposaron bajo su obra finalizada gracias a los fondos del Ayuntamiento.

Días más tarde de suceder esto, cuenta la leyenda que del Cristo comenzaron a brotar unas gotas de su boca que no eran nada más y nada menos que miel. Era tal el milagro, que la Iglesia envió una delegación al Vaticano para esclarecer lo sucedido.

Para desgracia de los creyentes del milagro, se descubrió a posteriori que la miel de abeja se debía a que Susillo había dejado hueco el interior del Cristo para que la obra no pesara tanto y este hueco fue aprovechado por las abejas para crear allí su colonia, de modo que cuando la escultura se calentaba, la miel se derretía y brotaba de la boca del Cristo. Fuese o no cierto el milagro, desde entonces a esta escultura se la empezó a conocer como el Cristo de las Mieles.

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