Morricone: dentro de la música
Salir al cine
Mañana llega a los cines el esperado documental de Tornatore sobre Ennio Morricone, un emocionante recorrido por su biografía y su obra a través de sus testimonios, un rico material de archivo y las declaraciones de directores, colegas, colaboradores y expertos.
Pocas veces hemos esperado una película con tanta expectación. Mañana viernes llega a la cartelera Ennio: El maestro, el documental de Giuseppe Tornatore sobre Ennio Morricone (1928-2020), un filme soñado por todos aquellos que amamos la música y el cine y admiramos profundamente al compositor romano. Un documental de dos horas y media que se bebe literalmente de un trago, un trabajo hagiográfico, como no puede ser de otra manera tratándose de quien probablemente ha sido el compositor de música de cine más importante e innovador de todos los tiempos, pero también tremendamente respetuoso con la música, su materia y sus procesos de interacción más allá de la aureola icónica del personaje.
Tarantino, que aparece aquí entre la nutrida nómina de testimonios, fue aún más lejos cuando recogió en su nombre el Globo de Oro a la mejor banda sonora por Los odiosos ocho, que terminaría siendo su última banda sonora original y su único Oscar no honorífico: “Morricone está a la altura de Mozart, Beethoven, Schubert…”. Pocos días después, el romano contestaría con ironía que sólo el paso de los siglos podría confirmar semejante hipérbole.
Filmado a fuego lento a lo largo de varios años y marcado por la pandemia y la muerte del compositor en pleno proceso de montaje, generoso y rico como pocos en el uso de material de archivo y fragmentos de películas, el documental nos muestra un Morricone locuaz y lúcido (todos coinciden en su timidez y su carácter introvertido y misterioso), también al hombre frágil y emocional a la hora de rememorar sus orígenes humildes, sus primeros pasos en el mundo de la música, sus búsquedas constantes e hitos y, sobre todo, esas frustraciones y complejos de quien siempre batalló contra sí mismo por aceptar su traición a la música culta (absoluta, como él la llamaba), encarnada en su maestro Goffredo Petrassi, para haberse dedicado al menos noble arte de la trompeta itinerante y alimenticia, los arreglos pop para las figuras de la canción italiana o la música para el cine.
Resulta realmente conmovedor ver a Morricone recordando casi en lágrimas la primera vez que escuchó la Sinfonía de los Salmos, de Stravinski, esa obra de revelación que, curiosamente, acabaría citando entre líneas en la banda sonora de Tarantino. Como también lo es, justo en el arranque del filme, verlo caminar con paso firme y rápido por su enorme piso del Trastevere donde seguía fielmente una férrea disciplina que arrancaba cada mañana casi de madrugada con media hora de ejercicio físico antes de sentarse a componer con su lápiz delante del pentagrama en blanco.
Auténtico estajanovista del trabajo, entregado a la música y a la búsqueda del sonido con una devoción casi mística, eremita de la composición como verdadero proceso mental, aglutinador y filtro de la tradición e inventor de la música del futuro, siempre en busca de soluciones únicas para cada película y cada escena, valedor incansable de sus ideas e intuiciones ante cualquier director, Morricone se revela aquí a través de su palabra (y sus expresivos gestos) y también a través del retrato coral que realizan de él los numerosos invitados que participan: desde aquellos que, como Giani Morandi o Miranda Martino, contaron con sus originales arreglos en su etapa en la RCA italiana, a los propios compañeros de profesión que lo reconocen como el gran maestro inimitable, John Williams, Quincy Jones, Hans Zimmer o sus compatriotas Nicola Piovani y Franco Piersanti, pasando por toda una larga nómina de cineastas (Montaldo, Bertolucci, los Taviani, Faenza, Argento, Cavani, Eastwood, Joffe, Malick, Stone, Kar Wai…), colaboradores (Alessandro Alessandroni, Edda D’ell Orso, Flavio Venturi, Gilda Buttà, Dulce Pontes), especialistas en su obra (De Rosa, Basseti, Miceli), o figuras del jazz o el rock (Metheny, Springsteen, Metallica) que veneran igualmente su legado transversal para la música del siglo XX.
Ampliado y remontado tras la muerte del compositor, el documental de Tornatore traza así un recorrido bio-filmográfico por su carrera deteniéndose en sus momentos clave y atendiendo también a facetas íntimas poco conocidas de su vida, como la relación con su padre, también trompetista, o con su esposa, la inseparable, protectora y consejera María, su reveladora afición al ajedrez o a aspectos más esquinados de su personalidad, que deja entrever los rasgos del ego disfrazado a veces de falsa modestia: los estudios en el conservatorio, su periplo en bandas militares y orquestas de variedades, el oficio de arreglista, elevado con su llegada a una nueva categoría artística, su contacto con la música de vanguardia a través del Grupo Nuova Consonanza, sus primeros westerns bajo pseudónimo, el debut con firma propia en el cine (Il Federale, 1964), el reencuentro con Sergio Leone, viejo compañero de escuela, en aquella memorable Trilogía del dólar (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno, el feo y el malo) que renovaría por completo la sonoridad o los efectos de la música cinematográfica junto a Hasta que llegó su hora, su imparable expansión en los géneros del cine comercial italiano y francés de los sesenta y setenta, sus colaboraciones singulares con Pasolini, Zurlini o Bellocchio, la inflexión de un nuevo sonido junto a Elio Petri (Investigación sobre un ciudadano fuera de toda sospecha), el éxito de los temas de Sacco y Vanzetti cantados por Joan Baez, la música para Novecento, de Bertolucci, o Días de cielo, de Malick, el reconocimiento unánime, también de sus colegas de la música culta, a Érase una vez en América, donde su música también sonaba en el set de rodaje para establecer la emoción de la escena, el éxito popular de La Misión y sus tres temas enlazados, Los Intocables de Elliot Ness o Cinema Paradiso, la primera de las diez películas que haría junto a Tornatore, el más sólido pilar de su filmografía en las últimas tres décadas.
Pero también sus composiciones experimentales o para la sala de concierto, sus Voces del silencio en memoria de las víctimas del atentado contra las Torres Gemelas de 2001, sus giras de concierto multitudinarias a la manera de una estrella del rock o la reelaboración que de sus composiciones han hecho numerosos artistas pop.
Ejemplarmente montado, encabalgando la palabra y el tarareo con las imágenes y las músicas en distintas versiones, buscando siempre esa emoción sinestésica tantas veces conseguida por il maestro, este documental cincela y culmina la mitología morriconiana al tiempo en que revela las entrañas del trabajo y los secretos del hombre. La espera ha merecido realmente la pena.
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