La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
El nombre “Guadalquivir” proviene del árabe Wad al-Kibir, que significa “el río grande”. Si bien es cierto que su denominación casa con sus características (es el único río navegable de España) no siempre se ha llamado así.
Con un origen incierto situado históricamente en la época prerromana, el primer nombre que se le conoce es el de río Betis. En torno al siglo VII a.C. los navegantes griegos que llegaban a la zona comenzaron a denominarlo río Tharsis en alusión al reino de Tartessos, pero los propios tartesios siguieron llamándolo Betis.
Otros autores también lo llamarían Perkes o Certis pero no fue hasta el siglo XI cuando los árabes cambiaran su nombre por el que conocemos hoy día.
Históricamente el río Guadalquivir ha tenido mucha importancia por varios motivos. Entre ellos, que se trataba de un río con gran caudal y salida directa al mar, lo que convirtió a Sevilla en el núcleo del comercio con América. El contrapunto de esto es que, en numerosas ocasiones, este gran caudal ha provocado riadas y desbordamientos que han afectado a las zonas por las que éste discurría, especialmente a la altura de Sevilla.
Ya en la época romana el Guadalquivir sufrió transformaciones en su caudal y curso que permitieron tener un mayor control sobre él. Así se crearon diques transversales (los llamados puertos) para contener la velocidad del agua y aumentar su nivel. En ese momento el río tenía dos cauces a su paso por Sevilla pero esto se vio modificado como consecuencia de una disputa entre el rey Leovigildo (hermano mayor de Recaredo) y su hijo.
En el año 581 Sevilla fue protagonista de un conflicto armado provocado porque Hermenegildo, hijo del rey, se convirtió el cristianismo adoptando el nombre de Juan. Esto provocó un gran distanciamiento entre padre e hijo y a una posterior batalla.
En ese momento Hermenegildo estaba sitiado en Sevilla, esperando a que llegaran los refuerzos orientales por uno de los cauces del río que discurrían por aquel entonces por lo que hoy serían la Alameda, la calle Trajano y la Plaza Nueva hasta llegar a la Torre del Oro.
Para impedir que obtuvieran la ayuda, su padre mandó construir un gran bloque de piedra que hizo que se secara ese cauce del río para finalmente acabar conquistando la ciudad. Este bloqueo del cauce del río que pasaba por el centro de Sevilla provocó que quedara una laguna de agua estancada junto a la primitiva muralla romana. Por este motivo se han encontrado restos de embarcaciones en esta zona de la ciudad.
Ya en el siglo XVIII las modificaciones que se hicieron del Guadalquivir se dieron para prevenir las inundaciones y desbordamientos como consecuencia de su caudal.
En el siglo XIX cuando la ciudad empezó a derribar sus murallas, el Targarete, que era un arroyo, tuvo que ser también soterrado para facilitar la expansión de la población y cuya salida puede verse junto a la Torre del Oro si se sitúa uno en la margen de enfrente.
En el siglo XX el Guadalquivir siguió sufriendo cambios para evitar los problemas de crecidas y se construyeron canales artificiales para acortar su recorrido y aumentar su profundidad y caudal, lo que permitió también una mayor velocidad de navegación.
Gracias a estas actuaciones, se consiguió una zona portuaria amplia y moderna que se conoció como el Arenal. Pero no serían las últimas que se darían ya que entre 1950 y 1992 se harían nuevas construcciones y se crearía la esclusa de la Punta del Verde. En el año 1992, con motivo de la exposición universal se incorporó la isla de la Cartuja a la ciudad.
Todo esto ha dado lugar a que a su paso por Sevilla el río tenga dos cauces: el que transcurre entre Triana y Sevilla y el que lo hace entre Triana y el Aljarafe. La apertura o cierre de la esclusa es la que puede provocar que a su paso por la ciudad la corriente del Guadalquivir vaya en sentido contrario a su desembocadura y que parezca, en ese caso, que el río circula al revés.
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