Casa Román: El sueño de un niño que se quedó solo en la estación
Casa Román cumple 90 años como lugar de encuentro lleno de sevillanía en el corazón de Santa Cruz
El local ya era una taberna en 1868
Un niño de 13 años solo con sus maletas y muchos sueños en la estación. Se llamaba Román y venía de un Guijo de Ávila, un pequeño pueblo de Salamanca, para trabajar en un establecimiento de la calle Dueñas. Unos años después, en 1934 decide montar en la Plaza de los Venerables, en pleno barrio de Santa Cruz, una tienda y taberna donde ya existía un colmado, al menos, desde 1868, según una póliza contra incendios firmada en esta fecha. “Comenzó a trabajar con su sobrino Juanito y, unos años después compró el local”, recuerda su hijo y actual propietario, Antonio Castro. Aunque aparejador de estudio, desde los once años sabe lo que es despachar a las vecinas vino a granel, aceite, café, garbanzos, alfileres, bobinas, agujas, “porque aquí se vendía de todo, al contado y fiado, con aquellas libretas donde se apuntaba el nombre de las vecinas y lo que dejaban para cuando cobrara el marido”, rememora Castro.
Con el paso del tiempo, la taberna va cogiendo fuerza y espacio a la tienda “hasta llegar a lo que somos, adaptándonos a nuestro barrio sin perder la esencia. Aquí vienen muchos turistas, porque estamos en el corazón de Santa Cruz, pero tenemos claro que nuestro público también es sevillano”, asegura Antonio Castro.
Casa Román es ese refugio de bar de toda la vida en medio de la vorágine de tiendas enfocadas para los turistas. Por ahí han pasado –y seguirán pasando– a probar su jamón y los huevos fritos con patatas y jamón o su ensaladilla, sevillanos y foráneos sin distinción porque “el único color que hay en esta casa es el verde Macarena”. Hasta un japonés que comía jamón con palillos, porque el cliente, no es que siempre tenga la razón, sino que se siente como en su hogar.
La Madrugada tiene mucho que ver con Casa Román: Antonio Castro es macareno hasta la médula y su padre fue hermano devoto del Gran Poder. Pero es que, además, el impresionante bar, donde todo está extremadamente cuidado para que la sevillanía envuelva todo, tiene uno de los pocos carteles existentes de la coronación canónica de la Amargura. Dos impresionantes cuadros captan la atención de quienes deciden hacer un alto en el camino y probar una cerveza o vino con una tapa de presa ibérica o alguna de las exquisiteces que forman una carta sincera, de toda la vida. Uno de ellos, una boda en San Román que es imposible dejar de mirar.
Antonio Castro habla de la historia de Casa Román con el cariño y emoción de quien habla de su vida. “Mi hermana, mi mujer, mis cuatro hijas y el personal que colabora y ha colaborado con nosotros son parte importante de lo que tenemos. Mi madre, Matilde Somé ayudó mucho a mi padre para tirar del sueño de aquel niño que venía de El Guijo”, afirma.
Desde la ventana del número 1 de la plaza de los Venerables ha visto y ve la evolución de un barrio que es su hogar de toda la vida. “Yo dejo las puertas abiertas de mi casa para los turistas vean los patios. Nosotros también somos visitantes cuando viajamos por ahí. Es un tema educacional y de respeto hacia el vecino. Hay que tener en cuenta que el turismo también genera riqueza, pero todo en su medida buscando el equilibrio”, explica.
No sólo ha sido testigo del cambio del barrio, también de cómo la hostelería ha ido adaptándose a otros gustos. Casa Román mantiene una impresionante barra, algo que es de agradecer, pero también tiene veladores en una terraza donde el entorno en sí ya es un privilegio. “La gente quiere calle y prefiere no estar en el interior del establecimiento”, señala.
Más allá de la exquisitez de croquetas, el imprescindible huevo frito con jamón y patatas, la presa ibérica o cualquier producto del ibérico, Casa Román es un trozo de la Sevilla de siempre, clásica sin caer en lo caduco, un lugar donde reconciliarse con la ciudad monumental y comprobar cómo, con el equilibrio adecuado es fácil la convivencia entre turismo y vecinos.
Porque no hay nada que no pueda solucionar alguno de los postres caseros con los que Casa Román remata su carta: Tarta de tres chocolates, arroz con leche, flan de naranja o tarta de queso. Trabajo, respeto por el legado de Román Castro, y mucho cuidado por el cliente son los ingredientes que garantizan que hay Casa Román para 90 años más, por lo menos.
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