Donde acaba la tierra y empieza el mar
calle rioja
El monumento a Enrique el Navegante reconcilió a los portugueses con Magallanes
Entramos en el último lugar que mencionó Cristina, la guía que nos enseñó toda una mañana las maravillas de Lisboa. Allí, en la Praça do Comercio que habíamos visto en un azulejo de estilo sevillano antes del terremoto de 1755, entramos en el restaurante Martinho da Arcada. Fundado en 1782, siete años antes de la Revolución Francesa, conserva la mesa en la que se sentaba Fernando Pessoa (1888-1935). Y también la de José Saramago (1922-2010), que corporeiza el fantasma de Pessoa en su novela El año de la muerte de Ricardo Reis. Paulo, el camarero que nos atiende, nos muestra una tercera mesa. “Es donde se sienta cada vez que viene mi amigo Arturo Pérez-Reverte”.
El monumento a Enrique el Navegante reconcilió a los portugueses con Magallanes
En la misma Praça do Comercio por la que continuamente pasa el tranvía a la que hemos llegado después de callejear por el barrio de Alfama, un puro laberinto de calles, está la Fundación José Saramago. El local era la Casa de los Bicos, en portugués, puntas de diamante, como el bar que estaba en Alemanes esquina con la Avenida. La foto de Saramago remite a sus numerosas estancias en Sevilla: el encuentro con Pilar del Río, la que sería su esposa y traductora, en la librería Repiso, de la calle Cerrajería; sus estancias como un trianero más en la calle Ruiseñor; su nombramiento como Hijo Predilecto de Andalucía o doctor honoris causa por la Universidad de Sevilla.
Pessoa es como un rey laico de Portugal. El país vecino con el que España comparte la Península Ibérica fue Monarquía hasta 1910. Un país republicano que sigue venerando a sus reyes. Se aprecia en las estatuas de Carlos I en Cascais, como un personaje de Botero, monarca gigantesco asomado a la proa de un barco con sus prismáticos en la mano; la de don Manuel I en Elvas y otras muchas ciudades; la de Enrique el Navegante presidiendo el monumento a los Descubridores en el que aparece Magallanes. “Su presencia representa la reconciliación con Portugal”, dice la guía, como si sus compatriotas le perdonaran haber trabajado para un rey de la competencia. Está Vasco de Gama, tan omnipresente como Pessoa, pero no Colón, pese a que su mujer era portuguesa y su suegro fue gobernador de Madeira, la patria insular de Cristiano Ronaldo, que goza de una santidad civil similar a la de Pessoa.
No son reyes sin más. Enrique el Navegante revolucionó los océanos con una nueva forma de navegar conocida como la Escuela de Sagres, patria chica de la popular cerveza portuguesa. Y don Manuel I, en todos sitios con el don de majestad ganada a pulso, fue el inductor a su pesar de un estilo que los historiadores del arte, siglos después, terminaron llamando manuelino por no encontrar otro mejor a ese eclecticismo de buen gusto y proporciones. Un rey que tenía como blasones la esfera armilar y la cruz de los Caballeros de Cristo, continuadores de los Templarios.
Lisboa fue reconquistada a los musulmanes en 1147, un siglo y un año antes que Sevilla. España y Portugal compartieron reino entre 1580 y 1640. Media vida de Cervantes. Años de los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV. La visión obtusa de los nobles castellanos y portugueses frustró el proyecto de la capitalidad de Lisboa. Aquellos socios, como ocurre con los países fronterizos, entraron después en diferentes guerras y litigios y volvieron a ser aliados contra Francia.
Una estatua en la plaza de los Restauradores evoca hitos casi coetáneos de tres continentes. Conviven las palabras Angola, Pernambuco y Badajoz. En las dos primeras los portugueses acabaron con el dominio holandés en 1648 y 1654, respectivamente. El asedio de la capital extremeña tuvo lugar en 1658, con las tropas lusitanas comandadas por Mendes de Vasconcelos, gobernador del Alentejo. Las tropas partieron de Elvas, ciudad fortificada donde es muy recomendable la sopa alentejana, villa que sale en los telediarios por ser la patria fiscal de David Sánchez, el músico del que más se habla en los informativos.
El terremoto de 1755, cuyos estragos se notaron en Sevilla y en media Andalucía, dejó intacto el impresionante Acueducto. Mucho más moderno es el puente 25 de Abril. Inaugurado en 1966 como puente sobre el Tajo Oliveira Salazar, cambió su nombre ocho años después con la Revolución de los Claveles. Lo preside un Cristo sufragado por los fieles que promovió el arzobispo de Lisboa tras ver en una visita a Río de Janeiro el Cristo de Corcovado. Hay textos en los que dicha imagen aparece como un regalo de Franco a Salazar, equívoco derivado del hecho de que el prestigioso escultor portugués que lo diseñó se llamaba Francisco Franco.
El Pabellón de Portugal en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 sigue existiendo casi un siglo después como Consulado de ese país junto a la estatua del Cid Campeador. Como suele ocurrir en casi todas las Exposiciones, la mayoría de los pabellones son demolidos. El presidente Salazar quiso rescatar uno de ellos, el de los Descubridores. Lo inauguró en 1940, un año después del final de la guerra civil española y del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Eligió esa fecha para celebrar un doble centenario: los ocho siglos del nacimiento de la nación portuguesa (1140) y los tres siglos de la restauración monárquica tras desgajarse de España (1640).
En Cascais hay un monumento a los soldados portugueses que participaron con España en una guerra contra Francia que tiene diferentes nombres: la guerra del Pirineo, de la Convención o del Rosellón y Cataluña que finalizó con la derrota ibérica con la firma de la Paz de Basilea por parte de Godoy, el llamado Príncipe de la Paz que nació en la vecina Badajoz. Otro ejemplo de colaboración hispano-portuguesa se aprecia en el cementerio de los Ingleses de Elvas, donde están enterrados algunos de los soldados británicos que en una fuerza internacional mandada por Wellington y Castaño perdieron la vida en la batalla de Albuera librada el 16 de mayo de 1811.
La iglesia San Vicente de Fuera recibe ese nombre porque en tiempos de Felipe II se construyó en el extrarradio de la ciudad. Igual que la Torre de Belem se levantó en las aguas del Tajo y ahora está casi en su orilla. La Navidad es muy especial en Lisboa. Belén está en todos sitios. En la torre; en el monasterio de San Jerónimo, el santo que en la ciudad donde nació Jesús tradujo la Biblia Vulgata; en los faros del estadio de Os Belenenses. San Vicente es el patrono de la ciudad y el nombre del cabo más occidental del continente, aunque el santo con más predicamento es San Antonio, muerto en la ciudad italiana de Padua que le da nombre pero lisboeta de cuna.
Todo es Pessoa y Camoens, enterrado en los Jerónimos como Vasco de Gama. En el Cabo de Roca, con un faro que tiene más de dos siglos de Historia, se lee un texto del tercer Canto de Os Lusiadas que refiere una zona donde acaba la tierra y empieza el mar. Sintra fue el paraíso de Lord Byron y ahora, con el turismo, es la pesadilla de los residentes. Construcciones insólitas, muchas abandonadas, fados en cada esquina. Y un decadentismo muy atractivo. En el Palacio vivió la última reina, María Pía de Saboya, esposa de Luis I y hermana de Amadeo de Saboya, el italiano que fue rey de España entre el atentado contra Prim y la Primera República. En Estoril hay una estatua de don Juan de Borbón, abuelo del rey Felipe VI. Llevó Sevilla por bandera en Villa Giralda, donde sus incondicionales visitaban al hombre que pudo reinar, como la película de Huston basada en la novela de Kipling.
Los últimos duelos entre portugueses y españoles fueron pacíficos. El Benfica ganó la Copa de Europa en 1961 y 1962 a Barcelona y Madrid, respectivamente. Lo entrenaba el húngaro Bela Guttman. Lo despidieron y no la ha vuelto a ganar.
También te puede interesar
CONTENIDO OFRECIDO POR CÁMARA DE COMERCIO DE SEVILLA