McQueen blande el hacha de guerra

Salir al cine

Llegan a Movistar+ las cinco extraordinarias películas de la serie ‘Small Axe’, con la que Steve McQueen reivindica en clave política a la comunidad negra en la Inglaterra de los 70 y 80.

Una imagen de 'Mangrove'.
Una imagen de 'Mangrove'.

Al menos dos de las cinco películas que integran la serie de Steve McQueen Small Axe, producción para la BBC y Amazon Prime que en España puede verse desde hoy mismo en Movistar+, aparecen recurrentemente en muchas listas de la crítica con las mejores películas de 2020. Tanto Mangrove, la primera entrega y la única con formato largometraje de dos horas, como Lovers rock, la segunda en la serie y la que, a mi juicio, concentra los mayores méritos del lote, aparecen en e incluso lideran muchas listas selectas en lo que sin duda es una nueva vuelta de tuerca respecto a la calidad y el valor de ciertas producciones concebidas originalmente para la televisión o las plataformas en competencia con los modelos y dinámicas cinematográficas, este año especialmente castigadas en su relación con las salas como consecuencia de la pandemia.

La pentalogía de McQueen y sus co-guionistas Alastair Siddons y Courttia Newland, que se completa con Red, white and blue, Alex Wheatle y Education, pone así una doble pica dorada en el panorama audiovisual contemporáneo: por un lado, confirmando o revelando de nuevo el talento y la solidez conceptual del director de Hunger, Shame o Doce años de esclavitud en su regreso a casa y a los temas (con ecos autobiográficos) de su etapa previa como prestigioso artista visual a partir de acontecimientos y personajes reales; por otro, reivindicando dentro de la vieja tradición del realismo social británico un necesario y urgente espacio de visibilidad para la comunidad negra e inmigrante (mayoritariamente de origen caribeño), entendido como auténtico y radical gesto político que revela aún más si cabe el flagrante olvido al que ha estado sometida en los relatos cinematográficos o televisivos de aquella sociedad desde hace ya tantos años innegablemente multicultural.

Con ecos autobiográficos, McQueen parte de historias reales para trazar un retrato múltiple de la comunidad negra caribeña en la Inglaterra de los 70 y 80 y en las claves del realismo social.

Casi como un Alan Clarke renacido, negro, seco, preciso y cortante como el hacha a la que hace mención su título parafraseando una canción de Bob Marley, McQueen se propone además en Small Axe elaborar una particular pedagogía para el futuro desde la revisión del pasado (los años 60, 70 y 80) sobre la raza, el racismo, la integración o la condición de clase (trabajadora) repartida en cinco episodios que son a su vez el retrato de cinco edades, cinco situaciones-modelo y cinco frentes de lucha en la conquista por los derechos civiles, la igualdad y la denuncia de la represión social e institucional.

Ahí donde Mangrove recrea con nervio, tensión, generoso verbo y cierta épica el episodio real del juicio a 8 ciudadanos negros tras las revueltas callejeras de Notting Hill en 1970 desde el epicentro de la vida comunitaria del restaurante del mismo nombre, Red, white and blue atiza duro a la institución policial para centrarse en el intento (frustrado) de integración y ascenso en el cuerpo de un joven negro (John Boyega) que, a pesar de la dura oposición paterna, entiende que es esa la única manera de superar las barreras de la raza.

Education recrea con precisión narrativa y un agradecido tono de humor el decadente periplo de un estudiante torpe por la segregadora cara oculta del sistema de enseñanza británico y la lucha de sus madres y otras mujeres por abolir una política educativa marginadora y encubiertamente racista, y Alex Wheatle, igualmente didáctica en sus propósitos aunque más dura en su tono, cuenta por etapas y en precisa progresión elíptica la historia (también real) de redención y éxito a través de la escritura de un joven descarriado del barrio de Brixton al que las malas decisiones vitales y las pocas ayudas del sistema terminan arrinconando hasta dar con sus huesos en la cárcel.

Brilla con luz propia en la serie el episodio Lovers rock, tal vez por ser el menos dialéctico de los cinco, el que menos necesita de la confrontación dramática para elevar sus propósitos emancipadores y su celebración de la juventud, la cultura popular relacionada con las fiestas privadas, los sound systems, la música reggae (en la que sin duda es una de las mejores bandas sonoras del pasado año) y las primeras relaciones amorosas como elementos de un universo compartido por la comunidad entendido como refugio de identidad y autorreconocimiento frente a las discotecas y clubes privados de la ciudad donde no eran especialmente bienvenidos. Si en los demás títulos McQueen alterna formatos, géneros, ritmos y texturas, aunque siempre dentro del modelo realista, Lovers rock se despliega como prodigio de condensación y suspensión temporal, celebración del ritmo, el roce de los cuerpos, la sensualidad y la propulsión del deseo a través de una puesta en escena sensorial y un tratamiento sonoro envolvente que se pega a sus personajes para bailar con ellos casi sin solución de continuidad en una noche eterna abierta al olvido del mundo exterior y a la aventura del amor y lo prohibido.

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